Conócete a ti mismo y conocerás a los Dioses y al Universo

No es secreto que se reunieron todos los abogados del Estado de México en el quinto informe del magistrado presidente del Poder Judicial del estado, Ricardo Sodi Cuéllar; un hombre que, a decir de muchos, es sensato y prudente. 

Estuvo la crema y nata de ellos y felices, fueron al encuentro, jueces, magistrados, ex gobernadores, en fin.

Esperaron y esperaron a la gobernadora, según supe. Y no llegó. Llegó el secretario general de Gobierno.

Todo sucedió, entonces: se supo que doña Delfina estaba en ese momento en el lugar de la Tlanchana, inaugurando el Primer Foro de Prevención del Maltrato Animal, para así prevenir la violencia generada en contra de animales, que empezará el próximo año y se llamará Veterinario en tu Casa. ¿Por qué prefirió ir a Metepec, que estar con todos los abogados, jueces, magistrados, ex gobernadores, en un informe austero, en donde con mucho cuidado se hizo el informe? Ni idea. 

Pensé en la historia, en la filosofía, en la teología, la magia y el encanto. Todo alrededor de un milagro. 

En que las personas debemos conocernos a nosotros mismos, y me remonté a 500 años antes de Jesús y a Sócrates, que enseñaba a través del diálogo, provocando a sus interlocutores, a producir sus propias ideas y construir sus propias conclusiones. 

No importa esperar tanto tiempo, me dije. Me puedo quedar muy quieta, debajo de las estrellas. Siempre supe lo que quería, desde que tengo memoria. Sus ojos me persiguen. En el día y en la oscuridad. Por eso voy a ver a la Pitonisa, para que me diga qué y cómo hacerle, para que su corazón vuelva a latir. ¿Será la maga, o estoy jugando a adivinar la historia de mi vida?

Su corazón tendrá que ser recuperado. Está tan duro, como el de vidrio, que dejé junto a su ventana. Ese de brillantes filos por todos lados, que es tan fuerte como el diamante. Habrá que resucitarlo. ¿Podré? 

Camino y camino, y no encuentro la manera de llegar al Templo de Apolo. Me cuesta un trabajo indecible. Días, horas… es interminable. Sé que llegaré, porque están cerca miles de vides plantados en el camino. Uvas rojas y blancas, y también nueces caídas al paso de los robles. Después cambia todo: encuentro arbustos de maravillosos laureles.

Viajo en el tiempo y llego. El lugar está cerca y sigo en el camino… El Templo de Apolo me espera. Veo a lo lejos, el Valle del Pleistos, junto al monte Parnaso. Allí está enfrente Delfos. Y gran  el letrero permanente que seguirá vivo a lo largo de toda la eternidad. Estoy tan cerca del cielo, que puedo hablar con los dioses. Pido protección y apoyo. Benevolencia y claridad. Ciencia, sabiduría y todos los dones del espíritu. Sé que los voy a tener. 

Encuentro paredes de estuco. Mármol blanco. Columnas enormes de piedras muy pesadas. Entro con miedo. Raro en mí, pero en verdad tengo miedo. Pero ¿qué es exactamente lo que busco? Encuentro unas piedras con la inscripción: “Conócete a ti mismo” ¿Por qué? Muy sencillo: el secreto de la sabiduría y la felicidad radica en el conocimiento propio, o tal vez habría que decir: en el reconocer todo lo que no somos, y tratar de batallar por serlo.

Entré. Llegué a la hoguera. Estaba inmensamente cansada. Encontré a la Pitonisa que tiene todas las respuestas, y yo solo quiero una sola: ¿El corazón puede volverse carne y latir de nuevo? “Sí, dijo ella. Sí puede”. 

No era mi corazón. Era el suyo. Me acerqué a la hoguera, sin quemarme. Metí las manos. Revolví años de conciencia nítida, pura, llena del amor que siempre he tenido. Metí la inteligencia de todos mis recuerdos y la gana de saber que todo acto de amor, es testimonio permanente. Metí experiencia y afecto. Y te saqué de esa impenetrable hoguera. La Pitonisa por fin me dio un gran regalo. Al hacerlo me advirtió:

“Quien quiera que fueses, tú que viniste a sondear a los arcanos de la naturaleza, si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el tesoro de los tesoros. Conócete a ti mismo y conocerás al Universo y a los Dioses”.

Ha sido un ejercicio casi infrahumano de toda una vida, pero valió la pena. Me fue entregado de regreso un corazón lleno de luz y de amor. Lo logré. Latía. Lo puse junto al mío. 

Cuando llegué a mi espacio, solo vi una luz brillante que se metía por la ventana. Era el corazón de vidrio que había rescatado. Qué extraño hallazgo. Encontré un alma paralela, del otro lado del espejo. Qué hermosa es la luz a lo lejos.

gildamh@hotmail.com