Cristina y su mar…

Si en mi poder estuviera convertir las cosas que nos duelen como humanidad en cosas hermosas, convertiría al cáncer en rosas, o en colibríes o en poesía, qué lindo sería entonces el mundo en que habitamos…

Detesto esa enfermedad que nos desgarra y arranca a los que amamos, me amputó a mi abuela consentida a los tres años y hace un par de días dejó a México y los mexicanos sin su Cristina Pacheco, la Cristina de José Emilio, la del Canal Once, la de La Jornada, la de mi infancia, adolescencia y adultez en los domingos. 

Dicen de Cristina Pacheco – Cristina Romo Hernández por nacimiento, – que nació en Guanajuato hace muchos años, ochenta y dos para ser exactos, que fue conductora, entrevistadora, periodista, escritora, y un larguísimo etcétera en el que no caben las memorias de las vidas que tocó desde su don de gente y su ternura.

Comenzó su carrera en los años sesenta en publicaciones diversas, entre las que destacan El Popular y Novedades, donde mostró sus capacidades. Fue en su paso por la Revista de la Universidad de México donde conoció al que sería su compañero de vida y padre de sus hijas, el escritor José Emilio Pacheco. Sería una terrible omisión el dejar de mencionar los cuarenta y nueve años de vida que compartieron y que los convirtieron en una de las parejas más queridas y respetadas del mundo cultural.

En el año de 2014, el 26 de enero para mayores señas, José Emilio se adelantó en el camino y a manera de homenaje unos días después Cristina, la Cristina que en ese momento nos llevó a la intimidad de su relación escribió una columna entrañable para acompañar nuestros domingos y compartirnos el dolor que estaba experimentando, desde su Mar de historias, con El eterno viajero.

En ese dulce texto realiza un recuento del acto de extrañar, los acuerdos para mantenerse aún en la distancia lo más cercanos posibles, la escritura de diarios y del desordenado recuento de José Emilio y su resultado: ella termina por armar rompecabezas.

Desde el dolor de imaginarlo a él, su compañero pasando frío en el cuello, hasta recordar su sonrisa al recibir “la MontBlanc” en su cumpleaños y el valor que adquiere una servilleta de papel…

Beber café se convierte de ejercicio placentero en dolor dividido por la ausencia y es solo en estos momentos cuando comprendo la verdadera dimensión del amor, ese que crea, que espera, que comparte. 

No todos los seres humanos tenemos la capacidad de amar así.

Cristina sí.

De los ochenta y dos años de su vida, pasó cuarenta y cinco – de 1978 a 2023 –  dándonos razones para comprender que Aquí nos tocó vivir, con su voz que se convirtió en el hilo conductor para la ternura, la rabia, las lágrimas y un profundo amor por la crónica en imágenes de la ciudad donde algunos tuvimos la fortuna de crecer.

La conocí en abril de 2022, en los Premios Pakal de Oro, llevados a cabo en la casona porfiriana de Konesh Soluciones, en Tuxpan 64, en la bellísima Colonia Roma, gracias a la invitación de la entrañable poeta Carmen Nozal y de mi queridísimo Héctor Gutiérrez Machorro.

Verla ahí, fue una gran impresión, chiquita, flaquita, aparentemente frágil y tan inmensa al mismo tiempo, el aire se llenó de su perfume y yo me moría de ganas de abrazarla y de decirle tantas cosas que no me atreví a enunciar.

Previo a entregarle su Pakal, el Dr. Hernán Becerra Pino mencionando todos sus atributos y mis ojos llenitos de lágrimas, emocionados, convertidos en ríos de palabras, de recuerdos, de emociones.  Hay personas que nos resultan entrañables, ella era capaz de regresarme a la infancia y a todo lo bueno de ser niña, y sin saberlo.

No olvido nunca el remate de aquella columna de un domingo, un 2 de febrero de 2014, a siete días de la muerte de su José Emilio:

“…reapareció frente a tu ventana el colibrí que tanto te gustaba. Si él regresó, es imposible que no regreses tú…”

Y si José Emilio no viene a la ventana Cristina irá a encontrarlo como hasta entonces, enamorada, porque es justamente ahí donde la vida vale la pena no solo ser vivida, sino compartida en equipos de esos que se escogen para hacerla nuestra, en comunidad.

Aquí nos tocó vivir, y agradezco haber coincidido unos cuantos años para atestiguar la existencia de una mujer tan genial.

P.D. Con la comprensión del dolor que deben estar viviendo sus hijas, un abrazo a ellas y todo mi reconocimiento hasta el cielo, donde todo lo que merece ser eterno habita.