El municipio de Melchor Ocampo está conformado por los poblados de San Miguel Tlaxomulco, que significa en el rincón de la tierra; Santa María de la Visitación y San Francisco Tenopalco, en la nopalera silvestre. Conserva como parte de su patrimonio intangible un conjunto de leyendas, que los pobladores han escuchado generación tras generación por siglos.
De acuerdo a su composición geográfica del lugar existieron cuevas y canteras de tezontli y de piedra de recinto, ambas de color negra y roja, de piedra verde conocida como pisiete y tepetate.
Se cree que en uno de los espacios montañosos, localizado al noreste de la cabecera y frente a la capilla de San Isidro, que se levanta sobre una meseta que antes estuvo rodeada por unas rocas a las que se llamaban peñas, de aproximadamente diez metros de altura; existía la llamada Cueva del diablo. Estas peñas, vistas desde la cueva de los murciélagos, ahora convertida en cantera agotada y a cuyo borde se asienta el nuevo Palacio Municipal, daban la apariencia de una dentadura gigante, que, años después, fueron voladas con dinamita junto con la cortina de piedra basáltica donde se ubicaba la gotera Ixayotl.
De esta se dice que está intercomunicada con los Templos de San Miguel, San Buenaventura de Cuautitlán, San Pedro Tepotzotlán y San Francisco Coacalco e inclusive con Temacpalco, que significa sobre las palmas de piedra, y se ubica entre el lomerío de los poblados de Visitación y Tenopalco y el Cincoque, monte ubicado al norte de Huehuetoca.
Los habitantes decían que en el interior de la cueva había enormes salones, donde el diablo guardaba grandes tesoros y que, alrededor de la media noche, de la cueva salía un hombre vestido con traje de charro negro, algunas veces montado en un caballo negro, quien se le aparecía a la gente para ofrecerle todo tipo de riquezas a cambio de su alma. Con la frase: “Todo o nada”, buscaba convencer a sus presas.
Algunas personas mayores del siglo pasado aseguraban haber entrado a esa cueva, con el fin de esconderse por algún tiempo y que sí había salones muy grandes con mesas y sillas de piedra y con una luz clara que no sabían de dónde venía, sin que se conocieran más detalles.
En la actualidad la entrada de la cueva se encuentra tapada, por lo que no ha posibilidad de comprobar la certeza de las historias de los pobladores.
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Las brujas y sus bailes
Otra leyenda que se contaba era sobre las brujas. Al poniente de la cabecera municipal, en el paraje denominado Teloloyacac que significa la punta o nariz de la piedra redonda, refiere al lugar donde termina el pueblo rodeado por la avenida 5 de Mayo, que conduce a la Hacienda San Mateo. En la parte alta existe una cantera de tepetate agotada en cuyo borde poniente había un mezquite muy alto y copudo, al que se recomendaba no acercarse, en especial por las noches, muchos evitaban pasar por ahí; pues se decía que los viernes y sábados las brujas bailaban sobre el mezquite y que, quien osaba pasar por ese lugar lo extraviaban de su camino, quienes eran desviados ya andaban por Tepotzotlán, Coyotepec u otros lugares.
Esto, decían, era utilizado como pretexto por algunos que llegaban tarde a su casa, quienes expresaban: “es que me perdió la bruja”. Por eso ahora cuando alguien llega tarde (esposo o hijo) la señora le dice: ¿Qué, te perdió la bruja?
También se decía, que cuando bailaban las brujas sobre el mezquite, salían de él como lenguas de fuego que se elevaban hacia el cielo y que había que tomar precauciones, porque al terminar el baile, las brujas irían a las casas donde había niños de pecho para chuparles la mollera.
Para evitarlo, las madres colocaban en los quicios de puertas y ventanas agujas en cruz o tijeras abiertas, para que las brujas no pudieran entrar y que, si alguna lo intentara quedaría clavada en las agujas o las tijeras.
En el siglo pasado en San Francisco Tenopalco, se decía que existieron brujas y se veían desde lejos como bailaban sobre el lomerío.
Divina aparición
Los habitantes del municipio, en siglos pasados, afirmaban que San Miguel Arcángel aparecía en los caminos.
Se dice que cuando ya se estaba terminando la construcción del templo principal, pasaba por ahí con frecuencia un señor con un santo a cuestas, quien decía que lo llevaba a oír misa hasta Santiago Tlaltelolco. A su paso por el pueblo tenía la costumbre de descansar a la sombra de un mezquite que se encontraba casi con la esquina de la actual avenida 20 de Noviembre, antigua Calle Real y la Plaza Juárez, al norte del templo.
Se dice que, aunque avanzadas las construcciones del templo católico aún no se decidía a qué santo se consagraría el lugar, los principales del pueblo intentaron comprar al peregrino la imagen que él solía llevar a cuestas. El señor se negó, con el argumento de que solo llevaba la imagen a oír misa por encargo.
Se cuenta, que una tarde el hombre descansaba junto al santo al pie del mezquite, cuando pasó por ahí don Pancho Márquez, al que conocía muy bien. El hombre, del que se desconoce su identidad, llamó al señor Márquez y le preguntó si sabía de algún lugar seguro donde encargar el santo, porque se sentía mal, que estaba muy cansado y no podía continuar su camino con la imagen a cuestas. Don Pancho contestó, que en cualquier casa que él escogiera quedaría seguro, ya que todos los habitantes del pueblo eran gente de fiar; entonces el viajero le dijo:
—Vamos pues a tu casa para que allí te lo deje.
—Pero yo soy muy pobre. Mi casa es muy chica, solo tengo un cuarto y mi familia es numerosa, respondió Pancho.
— No importa. Es solo por esta noche, mañana vengo temprano por él, dijo el hombre.
Se dirigieron a la casa de don Pancho y en un rincón junto a un montón de leña colocaron al santo.
Por ese tiempo era costumbre, por seguridad, meter por las noches todos los animales de corral, gallinas, guajolotes y patos; que se acomodaban sobre la leña y demás cosas altas a las que se pudieran subir.
Al día siguiente, don Pancho se dedicó a sus labores cotidianas, se olvidó por completo del encargo y así pasó un día, una semana, un mes y el señor del santo no volvió, ni don Pancho se acordó de él.
Tiempo después, un 8 de mayo, don Pancho se puso a escombrar su cuarto, de pronto, se encontró con el santo, todo lleno de polvo, telarañas, arañas y alacranes, hasta entonces se acordó del encargo que le habían hecho, no sabía qué hacer de momento. Se le ocurrió dar aviso a los señores principales del pueblo, a quienes contó lo sucedido y los llevó a su casa para entregar la imagen. Les suplicó que lo guardaran mientras venía su dueño a reclamarlo. Los señores principales limpiaron con cuidado la escultura, lavaron sus vestidos de telas muy finas y lo guardaron. Se dice, que después de esperar un tiempo prudente, al ver que nadie lo reclamó, decidieron ponerlo como patrono del pueblo.
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La niña del milagro
De acuerdo con el relato del señor Benito Ortiz de Visitación, una ocasión una niña ciega rondaba cerca de unas rocas de las que brotaba agua, no especifica fecha ni lugar, pero el lugar puede ser la barranca que bajaba del sur, ahora callejón; y que desembocaba en el costado sur del Santuario, donde se encontró con una señora que, al ver que la niña que tropezó, la mujer se acercó para preguntarle porqué del incidente. La niña le respondió que era ciega.
La mujer le limpió los ojos con el agua que brotaba de las rocas y le recomendó que regresara a su casa porque ya iba a empezar a llover.
Al llegar a su casa, la niña encontró encontró a sus padres viendo unas estampas de santos entre los que se encontraba una de Santa Isabel y que al verla les dijo:
—Esta señora me lavó los ojos con el agua que sale de las piedras.
Los padres se mostraron sorprendidos y le preguntaron de qué señora hablaba. La niña, que por fin veía, narró lo ocurrido y fue entonces cuando decidieron construir un templo dedicado a Santa Isabel conocida también como La Visitación.
Cuando concluyó la construcción de la iglesia, los pobladores trasladaron ahí al Cristo conocido ya como el Señor de Tlapallan, que significa lugar del rojo. Se encontraba en un Xacalli, jacal, al que fue trasladado cuando se derrumbó su capilla, a finales del siglo XVI, que se levantaba en el conocido Paraje del gallo, en este lugar existió una cueva, y desde entonces el pueblo es conocido como Visitación y muy famoso por su santuario del Señor de Tlapallan.
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Información de Antonio Sánchez Flores, Cronista de Melchor Ocampo.
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