De que prometer no empobrece…

Antevasin

Queridos todos, en la víspera del final del año 2022, me siento muy contenta de compartir con todos ustedes estás líneas, si bien han sido un par de años modelados por el encierro, las pérdidas y la pandemia, ha habido también muchas otras razones para agradecer abrir los ojos cada día, seguir aquí y decidir hacer la diferencia.

Yo sé que seguramente muchos de ustedes están como yo, “hasta la tablita de los merengues” de seguir escuchando hablar del bicho asqueroso, del cual no mencionaré el nombre porque “lo que no se nombra, no existe,” ya nos lo han demostrado La Biblia, el patriarcado y la ley del hielo en cuarto de primaria.

Estamos a nada de gritar: – “¡Feliz Año Nuevo!” y de verdad, no tienen idea de las ganas que traigo de que de verdad este 2023 nos regrese la sonrisa a la cara, más allá de situaciones políticas, sociales y personales. 

Deseo profundamente que para todos y cada uno de los que leen este texto el 2023 traiga todo lo que se merecen, que no nos quede a deber nadita. 

Y bueno para que tengan de qué platicar con el yerno incómodo, o con su interés romántico o con la tía de los remedios pa’ la  gripa, aquí les dejo algunos datos interesantes sobre el Año Nuevo.

Existe evidencia que, desde el periodo neolítico, el Año Nuevo se ha festejado como una expresión de nuevos inicios. Recomenzar, Renacer, Revivir y todos los Re’s que se acumulen en el trayecto – sin intención alguna de plagiar [ahora que anda de moda] a Adela Micha con la utilización de sinónimos exacerbada – la promesa de una nueva vida y otra oportunidad no solo se desean en la fila de la piñata, sino en la prolongación de la eternidad; su celebración se liga estrechamente a la agricultura y la fecundidad – del nómada al sedentario había solo una cosecha de diferencia y la seguridad de poder quedarse quietos, – cuando la migración no era estigma.  

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Los primeros festivales documentados del Año Nuevo son los de Akitu en Sumeria, del 3800 a. C., que se celebraban en el equinoccio de primavera, correspondiente al mes de marzo en el calendario gregoriano occidental. 

Habitualmente se festejaba con música, bailes y comidas típicas de cada país, junto con el lanzamiento de fuegos artificiales, ¡por favor piensen en los perritos y eviten lo último! 

A pesar de que la fiesta estuvo siempre presente en el recomienzo, no siempre fue en la misma fecha, por ejemplo, en el Calendario Gregoriano – el más utilizado en nuestros días – el año nuevo sucede cada 1ro. de enero, fecha que coincide con el primer día del año del Calendario Juliano original y el Calendario Romano utilizado después del 153 a. C., aunque otras culturas celebran sus años nuevos ya sean culturales o religiosos de acuerdo con sus usos y costumbres, por ejemplo, los calendarios chino, islámico y judío.

Otra costumbre es la de prometer, y como prometer no empobrece, se generan propósitos de año nuevo, tan es así que existe un rito celebrado con doce inocentes uvas que son engullidas o tragadas literalmente durante la cuenta regresiva de la noche vieja, y mientras son atragantadas por los entusiastas asistentes a la cena de Año Nuevo se le asigna un propósito o un deseo a cada una de ellas. 

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Me gusta pensar que después de ser sobrevivientes de una pandemia decidamos ser resilientes y en lugar de pedir deseos seamos capaces de ofrecer propósitos que nos mejoren día a día.

Ofrecer ser versiones 2.0 de nosotros mismos y a través de ello mejorar al mundo, como una forma de agradecer la oportunidad de ser y estar, tal como lo hacen los miembros de los sindicatos en Japón, cuando las grandes empresas fallan en cumplirles.

Sobreproduzcámonos y desequilibremos el sistema de violencia y abuso que parece haberse convertido en lo de hoy.

Honremos de donde venimos y seamos factor de cambio.

Mis mejores deseos para todos y cada uno de ustedes.

¡Que viva México y que vivamos bien!

DMM