De razones para migrar…

Antevasin

Hoy a la hora de la comida estaba reuniendo valor para escribir este texto, entonces me tropecé con Fabio Morabito y “A cada cual su cielo», un libro de poesía que me ayudó a juntar el parque – las palabras que sean como balas, para que atraviesen hasta donde deban hacerlo – para vencer el miedo de decir las cosas que duelen y nos arrancan la piel de encimita, esa que nos deja el cuerpo en carne viva, enrojecidos y con ganas de llorar punzadamente.

Dice el poeta – Morabito pues – :

Cuánta prosa para juntar

valor para los versos,

cuántas palabras con esfuerzo

llevadas al final de cada línea,

cuántos renglones rectos

por no saber salir del surco

Este fin de semana regresó a mí uno de los temas que más puede dolerle a cualquier ser humano: ser migrante.

No me malentiendan, vivo en un país que de tan hermoso alcanza para que mucha gente quiera vivir en él, lo recorra, se mude y nos sea suficiente, y luego vengo de una tradición de tres de los estados más bonitos, Chiapas, Michoacán y Estado de México, abundantes en recursos, gente creativa y tradiciones.

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Y no se conformen: treinta y dos entidades con flora, fauna, historia, cultura, sueños y mucho más. Razones suficientes para enamorar a cualquiera.  A pesar de las cuestiones de tipo delictivo que durante las últimas dos décadas nos han puesto en muchas ocasiones como destino non grato en las embajadas del mundo, a las que muchos de los turistas deciden no escuchar y venir a disfrutar de nuestros desiertos, playas y destinos sui generis.

Pero, ¿qué sucede con aquellos que deben migrar desde sus países de origen, sin opciones, dejando a sus querencias detrás y sin la certeza de llegar a ningún destino seguro?

Me imaginé entonces, la tremenda sensación que acabo de vivir el pasado 17 de febrero cuando al posar los pies para caminar se me acabó el piso y terminé rodando escaleras abajo y poniendo en riesgo la vida, sin un suelo que fuera mío y que me permitiera llegar a lugar alguno, sino al vacío, la sensación de la caída, el terror de la muerte y la certeza de no tener certeza alguna.

Pregunta entonces el poeta – el mismo Morabito -:

¿Dónde el poeta que no escribe,

dónde la punta que se niega a ser usada,

dónde la lengua aún guardada en una caja?

Tratar de recordarnos entonces nuestro carácter de humanos, y apelar a esa humanidad que se supone viene incluida en el paquete de existencia. Entender que quien deja su tierra, su lugar de pertenencia y sus sueños en circunstancias de completa indefensión no lo hace por gusto, lo hace justamente porque lo tremendo del viaje en La Bestia – o el Tren de la muerte –  con la certeza de un porcentaje de hasta 70% de mujeres violadas, secuestradas; falta de comida, mafias y mucho más, les resulta mucho menos terrorífico que sus realidades cotidianas.

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Dice Jorge Drexler en su canción Movimiento:

Somos una especie en viaje

No tenemos pertenencias sino equipaje

Vamos con el polen en el viento

Estamos vivos porque estamos en movimiento

Nunca estamos quietos, somos trashumantes

Somos padres, hijos, nietos y bisnietos de inmigrantes

Es más mío le que sueño que lo que toco

Compasión y entendimiento en un mundo en el que desafortunadamente las fronteras son tan recientes; sin embargo, nos han servido para etiquetarnos, alejarnos y considerarnos superiores en una equívoca concepción del universo.

Ustedes, ¿qué opinan?