Del oficio de escribir…

Queridos todos, esperando que estas letras los encuentren bien y de buenas, me siento a escribirlas frente a una máquina que no es la mía, fue mía alguna vez, y en menos de seis meses se convirtió en la computadora de Tadd, uno de mis hijos. 

Supe que era suya cuando lo vi escribiendo unos textos para el Encuentro de Poetas del Estado de México, y en su rostro se observaba la preocupación y la pasión de quien también adora las letras, el ceño en la frente y la esperanza en los ojos.

Esta semana fue una semana horrible en principio por muchas razones, que hacia el final fue mejorándose hasta casi volverse bonita.

Verán ustedes, soy una mujer, mexicana, en la “mediana edad” – es decir cuarentona, –  que trabaja y es una madre independiente, – porque eso de decir soy madre soltera, habiéndome casado y seguido los pasos para ser una “persona de bien”, para al final terminar maternando sola, no me da la gana de aceptar que ha sido desde “mi soltería”, como si eso significara tantas otras cosas más, que no me da la gana explicar ahora mismo, pero que se ponen a trabajar en las mentes de aquellos que aman juzgar lo que desconocen, – y no hay porqué explicar.

Soy Mujer, mexicana, chiapaneca, afrodescendiente, escritora, promotora cultural, activista y neurodivergente también, he aprendido a no ir por la vida pidiendo perdón por ser quien soy y sin embargo, sé que existen dos o tres a quienes les gustaría que lo hiciera: ¡No sucederá, pueden seguir esperando sentados, sentadas y sentades!

Todas las etiquetas acomodadas previamente, a cuestas, sin intención alguna de omisiones, que de acuerdo con la interseccionalidad me alejan del “Círculo de Privilegios”, pero que, dicho sea de paso, me permiten estar cerca de otros tantos, no nos engañemos, esa mujer que puede escribir desde una habitación propia en un México en donde la propiedad de la tierra solamente le llega a un 28% de las mujeres, es casi inexistente. La mayoría de las mujeres que escribimos lo hacemos desde la precariedad, desde las deudas y los malabares para lograr sobrevivirlas sin perder la sonrisa roja – estandarte de mi rebeldía, – con labial de farmacia porque Chanel y Lancome desafortunadamente no están a mi alcance, por ahora…

Toda la semana me ha rondado una idea por la cabeza, ¿por qué escribimos? Y sobre todo, ¿para qué escribimos? Después de ver que es mucho más rápido y tal vez hasta más certero para muchos en estos días “de Dios” – así lo diría mi abuela, la beata, – grabar un video en un celular y mostrar las jirafas que no poseo en mi jardín, – también inexistente por cierto, – o mi isla de changuitos, que está desierta, y también imaginaria, o mis casinos o mi escultura con arte huichol de César Menchaca realizada por manos mexicanas que no gozarán de nada de eso, al fin y al cabo ya lo dijo Víctor Hugo: “El paraíso de los ricos, es el infierno de los pobres”, y la desigualdad ostentada esta semana por la falta de sensibilidad de una de las herederas del clan Hank, lo ha dejado claro. Catorce familias son las dueñas de todo, mientras millones no tienen nada. 

El más reciente número de la Revista de la Universidad dedicado a la Desigualdad no deja duda alguna, todo plenamente orquestado para que sea, y siga siendo de ese modo, porque además se revuelva en el mito de la meritocracia, de la capacidad de la educación.

Mito, porque el suelo no está parejo, porque para que pudiéramos hacer comparaciones las oportunidades deberían ser las mismas, porque pareciera que nunca como hoy la Matrix había estado tan clara.

Somos escalones, somos peldaños, nos pisan, se suben sobre nosotros y avanzan…

Esta semana, platicar con el señor que me llevaba de regreso del trabajo a la casa y preguntarle por el citado video, y escucharle decir que él trabaja mínimo doce horas cada día, tiene 27 años, y si lo hace bien, logra una meta, su esposa tuvo apendicitis, pero él había ahorrado y pudo pagar su cirugía, – no se cuestiona su falta de acceso a la salud, lo asume como su responsabilidad, no se cuestiona a dónde van sus impuestos, – remata diciéndome: “¿se imagina esos flojos que no “le echan ganas” que nomás trabajan 8 o 10 horas al día? Yo sé que si quiero salir adelante le tengo que pegar duro de 12 a 16 horas diarias. Vale la pena.” 

Y yo pienso, si los hermanos Flores Magón te escucharan compa, hubo una REVOLUCIÓN, atravesada para lograr esos DERECHOS.

Yo me pregunto si vale la pena o vale la vida. En la época de los derechos laborales, nos autoesclavizamos, para “lograr” metas que no son justas. 

Y aquí mi respuesta, escribimos para dejar un testimonio, para recordar por qué en la época de la Inteligencia Artificial, urge poner a trabajar los otros tipos de inteligencia, porque urgen valores tales como la compasión y la empatía. 

Escribimos para que no se olvide, para dejar constancia, para que cuente…

«Ma u satal k´atun lae, 

wai tak´ petenil tumen k´a sijnalil, 

lai peten lae.»

No se perderá esta guerra, 

porque este país se unirá 

y este país renacerá.

Chilam Balam