En una fusión poética entre memoria, dolor, herencia y redención, Hissam Abdala Majamad nos entrega su primera novela, El Cedro y la Flor (Planeta), una obra profundamente emotiva que va más allá de la ficción para convertirse en un testimonio familiar, una crónica de migración, identidad y amor filial.
La historia parte del Líbano de 1910, escenario de guerras y persecuciones, y se extiende hasta el México, el país que acoge al protagonista, Hassan, un joven que huye del reclutamiento forzoso del ejército turco. Pero lo que parece un relato histórico pronto se revela como una poderosa catarsis personal.
“Esto arranca con una promesa”, nos cuenta el autor en entrevista con La Jornada Estado de México. “El 9 de marzo de 1973, durante el carnaval de Veracruz, murió mi padre porque no conseguimos un médico. Le tomé la mano y le dije: ‘Padre, te prometo que voy a escribir tu historia’. Tardé 50 años en cumplir esa promesa”.
Ese dolor, postergado por años de luchas familiares y responsabilidades tempranas, encuentra su cauce en esta novela, cuya publicación coincidió simbólicamente con el que hubiera sido el 50 aniversario de su fallecimiento.
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El Cedro y la Flor fue escrita con evidente carga poética
La novela, escrita con una evidente carga poética, no solo narra la odisea de un joven libanés que escapa de su tierra para sobrevivir, sino también el camino emocional de un hijo que se reconcilia con su pasado, con su padre, y consigo mismo.
Hassan, el protagonista, es capturado por un general y termina colaborando como telegrafista del ejército turco, hasta que traiciona al sistema para salvar a un pueblo de cristianos y maronitas, un acto de humanidad que lo condena a muerte y lo obliga a huir aún más lejos, hasta el puerto de Veracruz.
“Mi padre es el cedro. Mi madre, la flor”, afirma Abdala. Y así, el título de la obra cobra un sentido doblemente simbólico: el cedro, símbolo ancestral del Líbano y fortaleza moral; la flor, delicadeza y belleza que representa a su madre.
La novela es, por tanto, una carta de amor a sus progenitores y una afirmación de identidad. El autor confiesa que su escritura bebe de su experiencia como poeta durante más de seis décadas.
“Si tú analizas lo que yo digo en el libro, es poesía. Yo no narro simplemente que alguien subió al barco. Lo imagino, lo siento, lo embellezco con metáforas. Esa es mi voz, pero también la de mi padre”.
La migración, un fenómeno tan antiguo como vigente
A través de esta historia, Abdala visibiliza un fenómeno tan antiguo como vigente: la migración. Y lo hace con una profundidad que va más allá de las cifras o los titulares.
Su padre pudo haber bajado en La Habana, en Nueva York o en Buenos Aires. Pero el destino —o como él dice, la intuición— lo dejó en Veracruz, donde inició una nueva vida.
“Gracias a Dios no se bajó en La Habana. Gracias a Dios se bajó en Veracruz. Y gracias a eso, nací aquí, en esta tierra bendita”.
El Cedro y la Flor es también una denuncia implícita sobre el olvido social, el desarraigo y el duelo intergeneracional. “La migración no empezó hace 5 o 10 años. Mi papá veía pasar a los migrantes en el tren que cruzaba frente a nuestra casa. Se les quedaba viendo con dolor y me decía: ‘Ahí voy yo hace 30 o 40 años’”.
El libro está dedicado a sus siete nietos, quienes, dice, “algún día se preguntarán por qué se llaman Tarek, Farid o Sam. Este libro es para que nunca olviden de dónde vienen”.
Y con esa misma convicción, aconseja a las nuevas generaciones: “Tomen papel y pregunten todo a sus padres. ¿Qué comían, con quién jugaban, cómo fue su primer beso? Porque el día que ya no estén, no habrá manera de saberlo”.
La novela no sólo reconstruye el camino de un migrante. También siembra una memoria colectiva en un país donde lo extranjero se mezcla con lo propio y forma nuevas raíces. “Somos lo que recordamos. Y nadie pierde su hogar si mantiene viva la memoria”, afirma.
¿Es usted feliz?, se le pregunta al final de la entrevista. “Sí, sí lo soy. Tengo una extraordinaria familia. Y este libro es mi legado”.
En tiempos convulsos, El Cedro y la Flor nos recuerda que la fortaleza del cedro y la delicadeza de una flor pueden habitar en la misma historia, la de un migrante, un hijo, un poeta… y un mexicano por convicción.
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TAR