El Manco y Chulosio

Columna invitada

Atanasio Serrano López

Antes de tomar con la mano izquierda, la derecha del recién llegado, el hombre con rostro de felino, sin contestar el saludo, a bocajarro le soltó: ¡Te mataron por hablar antes de tiempo! Te apresuraste muchacho; no lo debiste hacer.

El joven, impresionado por la expresión, se quedó callado. Mirando la rechoncha figura de quién se había propuesto conocer, pensó: tiene razón.

– ¿Sabías a quién te enfrentabas? ¡No! Se conocían, pero no eran amigos. En política no hay amistad. Todos los políticos tienen intereses y, al que afrontaste, tenía demasiados, con empresarios, con curas, con la derecha y, los más sólidos, con los gringos.

Si no te diste cuenta qué perseguía con las reformas constitucionales fuiste muy ingenuo. O, ¿Pensaste qué eran benéficas para México? Nada de eso se te ocurrió.  No es reproche; solo, insisto, fuiste cándido. En política no se puede, ni se debe ser así. ¡Hay que ser malicioso!     

Los gringos tienen intereses. El famoso Tratado de Libre Comercio les beneficia. ¡Si no los conociera!  Siempre sacan ventaja. Pasa a la terraza, allí platicamos. ¡A eso viniste!, ¿O no? 

-Sí general-, además quería conocerlo.

-Pues aquí me tienes-. “Mocho”, por causa del roba vacas de Villa.

– ¿Cómo fue eso general?

-Terminada la batalla de Celaya, el bandido huyó para el norte. Si le hace caso al flaco Ángeles me da en la madre. Pero necio como era me atacó. Lo vencí.  Mirando cómo levantaban heridos y muertos, cerca de donde estaba parado estalló una granada.  Oí la explosión y caí al suelo, tenía destrozado el brazo derecho. Con la mano zurda tomé la pistola para matarme, llegó el teniente Jesús Garza, y me la quitó. Me salvó de la muerte; después a los 48 años me mataron.

– ¿Gustas una bacanora? -, es aguardiente. No tomo, pero siempre tengo para ofrecerlo a las visitas. Ya sé que bebes vino vienés. Te agrada lo fino, “Chulosio”. Viviste en Viena, ¿verdad?

-Fui a estudiar Planeación Económica-, general.  

Ruborizado, sin decir nada, se preguntó ¿Por qué me dice así?  

-Los gringos son cabrones. ¿Por qué tenían que reconocer mi gobierno, si fui electo en 1920? Presionaron. Me pesa decirlo, doblé las manos. Suspendieron relaciones; exigieron modificar el artículo 27 de la Constitución para cobrar derechos, adquiridos antes de 1917. Les pagamos. Pero no reformamos el artículo que amparó al ejido, y a los bienes comunales.  

Ese derecho de campesinos, y comuneros, lo canceló el traidor que conociste. 

– ¿Esos fueron “Los Tratados de Bucareli”? -, preguntó el joven.

-Solo una parte; hay otros puntos.   

-General, ¿Por qué me dice “Chulosio”? 

– ¡Pregunta “a las viejas”!, ellas te llamaron así. El día que veas aquí a Isabel Arvide, pregúntale. No eras de malos bigotes; tenías arrastre. A poco ¿No?

No contestó el mancebo.

-Demasiado tenebroso es el cabrón que te mandó matar. Hizo lo que “el Turco” no pudo.

– ¿Quién era “el Turco, general”? 

-Plutarco Elías Calles.  Fue mi sucesor en 1924.  Lo corrió de México el “Trompudo”, cuando fue presidente.

– ¿Y ése quién fue?

– ¡Lázaro Cárdenas! 

Y, a quien debes tu muerte, a treinta años sigue mandando. Le apoyan quienes se beneficiaron con su tratado. Jodió al pueblo. Es poderoso, agregó.

El visitante se quedó en silencio. La curiosidad de saber quién había mandado matar a su interlocutor, le llevó a preguntar

– ¿Y a usted, ¿quién ordenó darle muerte, y por qué?

-Un día, dijo, -desviando la mirada- un bolero que aseaba el calzado a un político, preguntó:  

– ¿Quién mató a Obregón?  Mi Jefe

– ¡Cálle…se amigo! Le respondió.

– ¿Entonces fue Calles?

– Eso se dijo. Pienso que fue el clero. Un cura apellidado Jiménez bendijo la pistola del matón.

– ¿Por qué’?

-Cuando fui presidente, corrí al Nuncio Apostólico. Había violado la Constitución. Eso molestó hasta al Papa.  Además, el panzón Morones no me quería. Meses antes de ser electo, había dicho “qué no tomaría posesión”. ¡Y no la tomé! Era ministro de comercio en el gobierno del “Turco”.

Y mira, lo que son las cosas. A ti, por decir: “¡Es la hora de cerrarle el paso al influyentismo, a la corrupción y a la impunidad!”, ni siquiera te dejaron ganar la elección.

En el discurso de 1994, revelaste un proyecto diferente, al de ese grupo. Además, pensaron que los perseguirías.

– ¿Lo hubieras hecho?

– ¡Sí! General.

“El Manco”, le quedó mirando. Este, los tenía bien puestos, pensó. 

Siguiendo la charla, preguntó: 

¿Ya te disté cuenta, qué entre tu muerte y la mía hay algunas semejanzas?

– ¿Cuáles? general.

-León Toral me acribilló cuando en el banquete de “La Bombilla”, la orquesta tocaba “El Limoncito”, canción de mi gusto. Cuando en el tumulto de “Lomas Taurinas”, te balearon la cabeza, en las alturas se escuchaba una guaracha. Creo, se llama “La Culebra”. 

En nuestros casos se habló de un asesino solitario. A mi agresor lo detuvieron; al tuyo también. El mío lo fusiló Calles. El que te mató, el verdadero, lo desaparecieron. El que está en la cárcel es otro.

La música, los disparos que recibimos; el destino de los homicidas, hace similar nuestra muerte.  Además, fueron crímenes de Estado.

Ambos, quedaron en silencio.

-Bueno, me dio gusto conocerte, expresó el general-. Tengo que ver mis plantíos de garbanzo. Vuelve otro día. Hay mucho que platicar. Para despedirlo, le tendió la tosca mano izquierda.

El general Álvaro Obregón se quedó tarareando “El Limoncito”, de Alfonso Esparza Oteo.

El economista Luis Donaldo Colosio, al tomar el camino de retorno a Magdalena Kino, oía unas notas musicales que venían de lejos, y una letra que decía:  

“Oye José, oye José/ ven pa’ acá/ cuidao con la culebra/ que te muerde lo pie/”. Si me muerde lo’ pie vo’a tenerla que matá/ si me muerde lo pie, yo la quiero acurruñar/.

El, que pudo ser el quinto sonorense en ser Presidente de la República, lanzó un suspiro.

TAR