Elecciones y la comedia del ridículo

Las elecciones, bajo sistemas democráticos, suelen ser una comedia más o menos fiel de la sociedad que las atestigua. En ellas, surgen los más ridículos personajes, dispuestos hasta la ignominia con tal de generar simpatía hacia su candidatura y lograr los votos que ayuden a su autoestima, pero cuyas candidaturas están destinadas al fracaso, sea por su inexperiencia política o por la inequitativa competencia. Pero también hay políticos profesionales, que hacen de su vida un ejemplo de templanza y aparecen en estos episodios como los nuevos agones (en el griego antiguo, agón representa la competitividad entre dos personas bajo el concepto del honor) dispuestos a la competencia con excelencia y de la cual habrá de salir un ganador legítimo, producto del voto popular. De ahí viene el antagonismo, que tiene diversas interpretaciones, pero que, para los procesos electorales, toma sentido cuando dos adversarios o más luchan por ganar una competencia, en la que sus pares (los ciudadanos) vamos a decidir como jueces. 

En “El poder de la moral en el siglo XXI”, Otfried Höffe, al referirse a la pureza en la competencia, identifica que hay dos tipos de lucha. Por un lado, la pelea destructiva que provoca solo discordia y desacuerdos. Mientras que la pelea constructiva y la competencia agonal, es un acicate hacia mayores logros. La eficiencia, es el producto de esta segunda lucha. La competencia, dice el autor, procura renovación y crecimiento, y genera bienestar material.

“Debido a que de los dos tipos de lucha solo debe celebrarse el tipo constructivo, mientras que el destructivo debe ser evitado, hay una tarea que es aún más fundamental: la competencia que aumenta la eficiencia no debe transformarse en esa forma destructiva que elimina la competencia misma, anulando a los competidores. La competencia destructiva es ajena al espíritu de la competencia misma en la forma radical de la destrucción de la competencia” 

Dado que el punto culminante de cualquiera de estos tipos de lucha es la expresión popular vertida en las urnas, a todos nos conviene ejercer nuestro derecho con la mayor responsabilidad social. Mañana habrán transcurrido prácticamente dos terceras partes de las elecciones nacionales y las locales arrancaron en los primeros minutos de hoy. 

Los estudios de opinión demuestran que a los electores lo que más le interesan de las campañas son las propuestas (la eficiencia), pero cada vez más, las emociones determinan el rumbo de la competencia y es un hecho, que las luchas destructivas dominan las elecciones mexicanas desde hace tiempo. Votamos “en contra de…” y muy pocos en favor de un proyecto. Este sexenio, además la disputa por la hegemonía política se ha agudizado y como nunca el conflicto domina la escena nacional.  

Sin embargo, no hay que perder de vista que los actores políticos y hasta los propios partidos políticos van y vienen y los problemas siguen ahí. Observemos con cuidado, quien ofrece propuestas de gobierno viables y financieramente posibles, pues como advierte el viejo dicho: “quien mucho ofrece, pocas ganas de cumplir tiene”. 

Las elecciones libres y pacíficas, constituyen uno de los actos civilizatorios más importantes de la humanidad. No le tengamos miedo al conflicto, pues al final del día, somos los electores quienes lo resolveremos con nuestro voto. Votar es un acto de libertad y no hay libertad sin responsabilidad. Seamos ciudadanos demócratas y actuemos con serenidad al emitir nuestro sufragio, del mismo dependen muchas cosas que nos afectarán a futuro. Las campañas animan el ambiente, pero deben ser los programas y ofertas, las que nos llamen a la decisión final. Si es el odio o el temor, las emociones que nos dominen, no esperemos luego buenos resultados de nuestros gobiernos. Seamos optimistas, porque el futuro depende de nuestro voto, porque del ejercicio ciudadano de las democracias, depende también la convivencia pacífica. Apostemos por nosotros mismos.