La biografía: ¿arte o técnica?

Decía el entrañable Gabriel García Márquez en su autobiografía Vivir para contarla —empresa que nunca concluyó en vida, pues este tomo termina cuando el premio Nobel salió de Colombia a mediana edad, pobre, soltero— que la vida no es como uno la vivió sino como uno la recuerda. Considero que le asiste toda la razón. Creo que si cada uno de nosotros hacemos una retrospección de nuestra vida pasada recordaremos trozos, pero tal vez hayamos cometido el desatino de alterar algunas circunstancias (tal vez como mecanismos de defensa, si nos ponemos el traje de psicoanalistas) de manera involuntaria, con lo que se trastoca nuestra verdad interna convirtiéndose en otra versión de nosotros mismos. Si nos mentimos a nosotros mismos, ¿qué dirán sobre nosotros nuestros biógrafos?

Ante tal pregunta, los estudios literarios tienen una respuesta pronta: la focalización. El teórico literario Gérard Genette desglosó la relación existente entre el narrador y los hechos narrados: a) distancia temporal (entre el narrador y los hechos relatados), b) voz (persona del narrador, sujeto de la enunciación que cuando se aparta de la mirada ofrece un distinto grado de conocimiento de la situación y c) focalización: es decir, ubicación de la mirada que observó los hechos, que puede no ser del narrador. (Por ejemplo: “cuéntame qué hizo tu papá cuando se enteró que reprobaste tal asignatura en la escuela.)

Hace algunos días se acercó a mí la mamá de un querido amigo mío. Me dijo que quería hacer su biografía, pero no sabía cómo hacerlo. Coloco en cursivas hacer porque justamente la inundaba una ambigüedad tal que no sabía cómo resolver. Así pues, me reuní con ella y antes de que le diera algún consejo se soltó a contarme retazos elementales de su vida, a tal punto de romper en llanto en ciertos pasajes. Dejé que terminara de desahogarse.

Luego le pregunté: “¿Lee usted?” Me dijo que no. A continuación: “¿Escribe usted?”. Tampoco. Pensé que hacer la biografía le resultaría una tarea imposible o, en menor grado, hercúlea. Le presté Vivir para contarla, así como Sin querer queriendo (la autobiografía de Roberto Gómez Bolaños) y Esta soy yo (la autobiografía de Silvia Pinal). Sentí que estos dos últimos libros serían de gran utilidad porque fueron redactados sin intenciones literarias y sus respectivos lenguajes son llanos, simples, lo que imagino que querría y podría realizar la madre de mi amigo.

Sin embargo, lo que a continuación me dijo hizo que saltara casi de mi asiento: “quiero que usted escriba mi biografía. Yo no sé de esas cosas”. Quise disuadirla, porque le dije que aunque yo soy escritor no significa que pueda escribir una biografía. ¿Qué es, en todo caso, arte, técnica? ¿Hay que ser fiel a los hechos narrados, lo menos subjetivo posible? Pero, ¿y si no hay escenas memorables, vale la pena tomarse una licencia para dramatizar, aderezar un poco la trama? Pero particularmente: ¿por dónde comenzar? El Gabo inició su texto cuando se reunió con su madre para vender la casa de Aracataca; Chespirito comenzó con el trabajo de parto de su madre y Silvia Pinal con antecedentes nacionales. Ya les contaré después cómo me fue.