La corrupción y la palabra

El Consejo de Seguridad de la ONU está integrado por 15 naciones: cinco permanentes y 10 no permanentes. La presidencia de dicho Consejo se rota mensualmente de manera alfabética y a partir de 1 de noviembre México asumirá esa responsabilidad. Ese será el motivo por el que el presidente Andrés Manuel López Obrador visitará Nueva York el 9 de noviembre. 

Ha sido el propio mandatario quien se ha encargado de explicar la intención de lo que será apenas su segundo viaje internacional en los tres años que lleva al frente de la presidencia. Ha dicho que el discurso que allí pronunciará será lo que él considera es el mal mayor a nivel mundial: la corrupción como causante de la desigualdad. 

Nada mal suena la intención sabiendo que es la bandera que López Obrador ha enarbolado desde hace muchos años, particularmente como Jefe del Ejecutivo. Quizá el foro hubiera sido la asamblea general de la ONU, la misma frente a la que habló el canciller Marcelo Ebrard apenas el 23 de septiembre. Quizá el presidente considere que su discurso tendrá mayor impacto frente a los representantes de las naciones bélicas más importantes del mundo. 

Más allá del foro en el que hable, el discurso en un escenario internacional tendrá su impacto por el fondo y contenido del mensaje, aunque internamente, es decir, a nivel nacional, el discurso podría tener poco efecto, uno, porque se puede percibir como un discurso más del presidente, el desgaste de las conferencias matutinas diarias a eso puede llevar. 

Y dos, porque un discurso más contra la corrupción sin el respaldo de un castigo ejemplar contra algún representante de estos malos mexicanos deja mucho que desear. Nadie puede desconocer que en la actual administración federal se han dado pasos importantes en la lucha contra este mal que ha afectado a México desde hace muchos años, ejemplos de esta política abundan. Pero estos pasos no son bien recibidos cuando no hay un castigo ejemplar contra aquellos que han abusado del poder y se han enriquecido gracias a los actos de corrupción en los que se han involucrado.  

Es decir, si el ciudadano de a pie no atestigua que al menos uno de los llamados peces gordos es recluido tras las rejas, difícilmente percibirá o reconocerá el combate contra la corrupción. Si a pesar de que hay notables evidencias de que un ex funcionario se enriqueció con el erario e hizo de los actos de corrupción su modus operandi y a pesar de ello se le ve gozando de una comilona en un restaurante de lujo, el ciudadano se puede sentir engañado, con la sensación de que, a pesar de todo, las cosas siguen igual, que nada ha cambiado. 

Las palabras se las lleva el viento. Los discursos por muy bien escritos que estén, o por muy bien pronunciados, si no son respaldados por acciones que respalden el dicho, caen en el vacío y pierden valor. Ejemplo son amores. 

Y el tema no es solo federal, hay casos a nivel estatal o municipal que están en la misma tesitura. Porque el combate contra este mal de la sociedad aplica para esclarecer o castigar a quien desvíe dinero de programas insignia o en contratos aparentemente inexistentes en la adquisición de terrenos. 

Los discursos no son malos, pero lo mejor son las palabras respaldadas con ejemplos. 

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ASME