La fábula de Sherezade: La mujer del vestido de plumas (fragmento)

Se trata de una de las voces más relevantes de la intelectualidad del mundo árabe y una autoridad en estudios coránicos

Por: Fátima Mernissi 

[…] Para Yasmina, mi abuela, el harén fue una prisión, un mundo en el que se les negaba a las mujeres el derecho a salir. Para ella viajar y tener la oportunidad de cruzar fronteras era algo así como un privilegio sagrado, la mejor ocasión para dejar de sentirse débil y vulnerable. En Fez, la ciudad medieval de mi infancia corrió de boca en boca la noticia de unos maestros cultivados en las enseñanzas sufíes que dedicaban todos sus esfuerzos a aprender de los extranjeros que iban conociendo a lo largo de la vida, gracias a lo cual tenían unas revelaciones extraordinarias (lawami’) y aumentaban su sabiduría a gran velocidad.

Con motivo de la promoción de mi libro Dreams of Trespass, que apareció en 1994 y fue traducido a veintidós idiomas, tuve que visitar diez ciudades occidentales. Me entrevistaron más de cien periodistas y pude comprobar que, cada vez que pronunciaba la palabra harén, la mayoría de los hombres sonreía. Aquella reacción me desconcertaba. ¿Cómo puede nadie sonreír cuando se menciona una palabra que es sinónimo de prisión? Para Yasmina el harén implicaba una merma cruel de sus derechos, empezando por el “derecho a viajar y descubrir el planeta hermoso y complejo de Alá” […] Me daba pánico volverme intransigente, incapaz de asumir imprevistos. Pero nadie se dio cuenta del estado de ansiedad que me acompañó durante la gira promocional, pues lo disimulaba con mi enorme brazalete bereber de plata y el pintalabios rojo de Chanel.

Si una quiere aprender algo durante un viaje, tiene que aprender a captar mensajes. “Tienes que cultivar la capacidad de reacción”, me susurraba Yasmina al oído en tono confidencial. “El valor más preciado de un forastero es su diferencia. Si te concentras en lo divergente, en lo diferente, captas algo nuevo. ¡Acuérdate de lo que le pasó al pobre Hallaj!” En el año 915 la policía abasida arrestó a Hallaj, un conocido sufí, por proclamar públicamente en las calles de Bagdad algo que debía haber mantenido en secreto: “Yo soy la Verdad” (Ana I’haq). Como la Verdad es uno de los nombres de Dios, Hallaj fue declarado hereje. El islam insiste en separar de modo tajante lo divino y lo humano, pero Hallaj creía que si te concentras en amar a Dios desde tu condición humana es posible confundirse con el propio objeto del amor, es decir, la divinidad misma. En efecto, Hallaj se declaró hecho a imagen y semejanza de Dios, con lo que perturbó la rutina de la policía abasida, pues al arrestarlo estaban agrediendo a Dios mismo. Murió en la hoguera en marzo de 922. A mí me parece que siempre es preferible seguir con vida, así que hice caso y decidí mantener en secreto absoluto mi intención de utilizar los viajes a modo de aprendizaje. A medida que fui creciendo, también lo hizo mi deseo de llevar a cabo su sueño […] siento verdadero pánico cada vez que cruzo una frontera. A lo largo de mi infancia, Yasmina siempre me decía que era normal que una mujer sintiera pánico si tenía que atravesar un océano o un río. “Cuando una mujer decide usar sus alas, se enfrenta a grandes riesgos.” No sólo estaba convencida de que las mujeres tenían alas, sino también de que dolía no usarlas […] todas las mujeres deberían vivir su vida como si fueran nómadas. Mantenerse alerta y estar siempre listas para marcharse, incluso cuando son amadas. Y es que el amor puede convertirse en una prisión.

A los diecinueve años, cuando cogí el tren para ir a inscribirme en la Universidad Mohamed V de Rabat, crucé una de las fronteras más peligrosas de mi vida, la que separa Fez, mi ciudad natal (un centro religioso, de trazado laberíntico, del siglo IX) y Rabat, una capital moderna de fachadas blancas, que se abre a las olas del Atlántico. Me asustaron tanto las anchas avenidas de Rabat que no podía ir a ninguna parte sin Kemal, un compañero de estudios que casualmente venia de mi mismo barrio de Fez. Kemal no dejaba de repetirme que se sentía confuso respecto a mis sentimientos hacia él. “A veces me pregunto si me amas o si sólo me necesitas como protección.” Lo que me molestaba de Kemal era su increíble habilidad para leerme el pensamiento. Y una de las razones por las que me gustaba era que se sabía de memoria la fábula de Yasmina. Sin embargo, su versión era la versión oficial recogida en el libro de Las mil y una noches. Un día me dijo que las analfabetas como Yasmina eran más subversivas que las mujeres cultivadas […] “Acabar el cuento como lo hace tu abuela rebelde, es decir, insistiendo en el privilegio de toda mujer de abandonar al marido que debe ausentarse por largos viajes de negocios, no ayuda mucho a las familias musulmanas a mantenerse unidas, ¿no te parece?” […] “¿Por qué crees que nuestros antepasados musulmanes construían palacios amurallados con jardines interiores para tener encerradas a las mujeres?”, me preguntaba una y otra vez. “Sólo los que se sienten tan desesperadamente frágiles y están convencidos de que las mujeres tienen alas podían crear algo tan terrible como un harén, una prisión con apariencia de palacio.”

SPM