La influencia del influencer (II y última)
“No mameeen que buena peli es Señora Influencer jajaja alv no me vi venir ninguno de los plot twist, que siga así el cine mexicanoooo”: sin alterar ortografía ni sintaxis, el anterior es un comentario recogido por un tal Johan Kalet Segura Clemens en la nota que, a propósito de Señora influencer (2023), le publicó Milenio a finales de febrero. Sostiene el reportero que la cinta dirigida por el también guionista y productor chilango Carlos Santos “se volvió tendencia” y que “los giros en su trama han dejado ‘boquiabiertos’ a los espectadores”.
En cierto que la película sorprende, pero tampoco es para tanto en realidad y depende en gran medida de la perspectiva desde la cual se mire. La sorpresa positiva a la que han aludido algunos espectadores tiene asidero en el hecho de que no esperaban sino una-comedia-más, edulcorada, complaciente, superficial y facilona, como por desgracia suele pasar con este género cinematográfico, y lo que recibieron fue un retorcimiento atípico en estos casos: Señora influencer arranca en algo parecido al cúmulo de taras arriba mencionadas, sólo que en cierto momento desvía su trama para instalarse a lo largo de un buen trecho en el tremendismo visual y argumental.
De lo que no se hace cargo el entusiasmo de los espectadores es de que, pasados los horrores –que tampoco son gran cosa– el filme se entrega por entero a una suerte de japi-end más bien traidor de las truculencias previas, como si a Santos, el realizador, le hubiera resultado impracticable llevar al límite una osadía que, en efecto, devino inesperada en tanto –menester es insistir– el género no suele ser buen anfitrión de novedades.
Las redes son las redes
La trama puede resumirse así: mujer en los cuarenta con cierto infantilismo provocado por la ausencia temprana de su madre y fomentado por su padre ingresa a la virtualidad, adquiere una celebridad para ella inmanejable que la conduce a conductas criminales de las que sale impune y, autoexiliada, vuelve al mismo punto donde todo comenzó.
El quid de la película consiste, como lo anuncia el título, en ser influencer a una edad que tácitamente es considerada no sólo atípica sino hasta impropia, así como en la ingenuidad que en materia cibernético-virtual, acentuada por el antedicho infantilismo, inevitablemente ostenta el personaje protagónico, desempeñado por una Mónica Huarte que, comentario al margen, por fin parece haber hallado un papel al que le viene bien su estilo histriónico siempre al filo de la sobreinterpretación.
El punto a favor del giro argumental no basta, empero, si de lo que se trataba
–como se infiere en virtud del tratamiento dado en la historia al asunto de las llamadas redes sociales, en tanto potencialmente dañinas en varios rubros– era de hacer una crítica a los riesgos que las tales redes traen implícitos, lo mismo que el potencial grado de toxicidad y lo nocivo que suele ser el excesivo interés en la virtualidad, que como bien se sabe suele llegar al nivel de vicio contumaz. De hecho, el remencionado giro al tremendismo –el plot twist al que alude el espectador citado al principio, por cierto, tan contaminado del anglosajonismo que atraviesa de cabo a rabo lo mismo a la cinta que a quienes la celebran–, gracias al cual se ve a la protagonista convertirse en torturadora y asesina, opera en contra de la preponderancia temática de la viralidad virtual, volviéndola simple vehículo para lo otro, es decir el crimen sin castigo del que la protagonista es autora y beneficiaria.
Así pues, no hay gran crítica en el fondo, menos aún considerando que se da por hecho todo sin el menor cuestionamiento: “las redes son las redes, así son y no hay de otra”, pareciera decir el argumento, anuente con lo tácito que es, urbi et orbi, el deseo de ganar láics, aumentar al infinito la cifra de followers y volverse viral… exactamente lo que el reportero citado al principio de estas líneas, tanto como los espectadores festejantes, celebran de Señora influencer.