Le tenemos tanto miedo a decepcionarnos que en ocasiones preferimos no ver la realidad, y esto no nos libra de la tristeza que esta envuelve, solo la posterga.
La decepción es una emoción displacentera tras descubrir que algo que se esperaba no sucede, si con el tiempo vemos que alguien no es lo que decía ser, ante la pérdida de las expectativas que se construyeron entorno a una relación, trabajo, éxito o incluso, la salud.
Claro que dependiendo de las circunstancias decepcionarse puede ser una situación que no pasa de ser un trago amargo o convertirse en un profundo dolor, sobre todo, si se trata de una traición.
Incluso, quien se decepciona siente culpa al no haber visto las señales y darse cuenta, pero, el cuestionamiento versa precisamente en esa dirección: ¿no viste venir lo que iba a decepcionarte o no quisiste creer que era cierto?…
El tiempo es sabio y hace caer las máscaras, devela mentiras, descubre otras intenciones, aunque es posible, casi nunca una mentira se mantiene para siempre, si la decepción que experimentas gira en torno a tu vínculo con otra persona es necesario reconocer que lo que no depende de ti no es tu culpa.
Si eres tú quien se secciona a sí mismo, urge que admitas los patrones que te llevan a hacerlo, ¿Qué hay detrás de no cumplirte? Quizá, miedo a tener éxito, ideas de no ser suficiente y no merecer, tener una autoestima lastimada que no te permite mostrar tu mejor versión, creer en ti, cumplir tus sueños y alcanzar tus metas.
Detrás de la decepción hay algo más, si no se tuvieran expectativas, ilusiones, deseos y esperanzas lo que no ocurre no dolería tanto.
Pero, te decepcionas de lo que creíste verdad o qué pensabas que podía ser.
Te decepcionas cuando el molde en el que basaste tu esfuerzo no tiene la forma que se requería para ser, hacer o compartir lo esperado.
En la decepción, de hecho, hay grandes esperanzas, si no esperáramos nada, ¿Qué sentido tendría levantarse día con día?
Transitar por la vida sin ilusiones, no le da forma ni estructura a lo que esperamos o deseamos que suceda.
¿Qué sentido tendría la vida si no la transitáramos abrazados a una utopía? No creer en nada ni en nadie quizá nos salve de la decepción, y aún si fuera posible no esperar nada, relacionarse sin expectativas es muy poco probable, y, sobre todo, disminuye el gozo de la ilusión, la vida no tiene sentido si no hay una esperanza, la que sea.
Una que, de rumbo, sentido, que marque la diferencia.
Ante y después de la decepción hay tristeza, frustración, enojo… es natural y es parte del proceso para sanar y volver a recuperar la confianza de creer. Lo que nos salva es el punto medio, ese es un lugar más seguro para habitar: esperar, pero sin depender de lo que se espera para seguir dando sentido a la existencia.
En cualquier área de la vida mantener las expectativas ayuda a continuar, no tenerlas y sorprenderse puede ser opción, pero ir a un extremo o a otro: tener expectativas sumamente altas o resignarse a no esperar nada, en ambos extremos no se encuentran suficientes razones reales para preservar la salud.
No se de que lado va cada uno de ustedes: del lado de los que no quieren esperar nada para no decepcionarse o del lado de los que no quieren renunciar a creer, aunque el costo sea decepcionarse, elegir en donde estar es una elección personal.
Lo importante es que lo que elijas enriquezca tu vida, si es creer y amar algo o alguien y después viene la decepción hay que saber que cuentas con las herramientas para seguir adelante o levantarte si el golpe es muy fuerte.
Al final, la decepción también es liberadora, te libra de seguir en lugares incorrectos, vínculos sin reciprocidad, proyectos sin futuro, te libera de quedarte esperando y aunque al principio duele mucho reconocer el momento de los finales, más adelante cuando la decepción te muestra lo que es y no lo que parecía ser terminas agradeciendo no perder más de ti en la espera o incertidumbre de lo que no tiene más sentido seguir esperando.
Y así, decepcionados, aún con el torbellino emocional que se vive al reconocer que las esperanzas no alcanzan para vivir plenamente, que está bien esperar más no perderse en la ilusión y la espera de algo o alguien que no valora lo que eres, lo que haces y lo que no serás.
Después de una decepción no deberíamos perder la capacidad de creer y confiar, solo deberíamos ser más cautelosos para distinguir quién y qué sí merecen la pena y cuál es el límite sano para no invertir más tiempo de nuestra valiosa existencia.
Un abrazo grande
Lorena