Las horas definitivas
Diversos estudios de opinión y corrientes teóricas alrededor del comportamiento electoral, sostienen que aproximadamente un 30% de los electores deciden el sentido de su voto el mismo día de la elección, estos propios trabajos también nos indican que otro 30 lo ha decidido aún antes de iniciar las campañas, de tal suerte que un 40% lo hace en función de las propuestas, los candidatos y la propia oferta que los partidos presentan a los ciudadanos durante los largos 90 días de las campañas federales o los escuetos 32 de las locales. Si las elecciones son el acto civilizatorio por excelencia y es ahí donde los ciudadanos dirimimos nuestros conflictos, a través de un método pacífico, que con sus limitantes y contradicciones ha resultado la mejor forma para elegir a quiénes nos representan, entonces celebremos ese derecho a conciencia.
Se puede decir y no será un exceso, que estamos en manos de los indecisos para determinar el tamaño con el que quedará la bancada del partido ganador y las diversas formas y combinaciones que habrá en el plano local. Me explico; a lo largo de 90 días las tendencias reflejadas en las encuestas reflejan datos que pueden ser cuestionables o no, pero que han sido muy consistentes. Lo que no está tan claro, es cuántos y quiénes van a integrar los órganos deliberativos por excelencia, de qué tamaño serán las bancadas y sobre todo si el ganador tiene posibilidades o no de gozar de un gobierno unificado (aquel en el que el partido se quedaba con el ejecutivo, pero también goza de mayorías legislativas y sucede lo mismo en los ámbitos locales). De consolidarse este fenómeno estaremos avanzando hacia la construcción de una nueva hegemonía alrededor del Movimiento de Regeneración Nacional.
Lo deseable, sin embargo, es que, mediante el voto libre y secreto, los ciudadanos optemos por establecer balances y contrapesos a las tentaciones autoritarias que todos los políticos, independientemente del partido que representan, suelen tener en el ejercicio del poder. Un viejo dirigente del PAN (Carlos Castillo Peraza QEPD) solía decir que “autoritarismo en natura y democracia cultura”. Efectivamente, hemos sido educados para que liderazgos fuertes asuman el control en la vida política nacional y nos quiten responsabilidades a los ciudadanos. De ahí que sea más fácil ganar las elecciones con ese tipo de figuras providenciales que aparenta tener todo bajo control y que saben qué hacer a lo largo de los 365 días de cada año con el dominio que les da su expertiz. Los hechos nos demuestran que no es así y que, por el contrario, el gobernante requiere balances en el ejercicio del poder, que suelen venir de sus contrapartes en el gabinete o en su partido y de contrapesos que derivan de un sistema federal como el nuestro. Ya los griegos decían que el poder absoluto, corrompe absolutamente.
Ahora sí que por el bien de todos, es mejor una república que goce de una división de poderes y actué bajo un régimen federal, que la concentración centralista que puede iniciar resolviendo problemas que derivan de la eficacia decisional, pero que invariablemente terminan concentrando las decisiones al punto de paralizar al resto de los actores políticos. Un voto diferenciado puede ser el dique de contención que evite exabruptos en el poder.
Aunque también hay que conceder que la construcción de una mayoría, si así lo decide el electorado, es producto de la voluntad popular. En todo caso, debemos estar conscientes que a través de nuestro voto definiremos el rumbo de los dos proyectos que disputan el poder en estas elecciones. Eso es lo maravilloso de nuestro sistema democrático; con la emisión de un voto expresamos nuestra voluntad para conformar el poder o limitarlo; para darle continuidad o darle cambio; para dar un voto de confianza o uno de castigo. El voto, la herramienta favorita de las democracias, no lo resuelve todo, pero sin él, tampoco nada se resuelve. Este próximo domingo acude a las urnas y vota, por quien tú quieras, pero vota, no permitas que otros decidan por ti.