Las Ítacas De Félix Suárez y la vida…
Hablar de la obra poética de Félix Suárez es remitirse a la creación en su máxima expresión. Lo imagino como un taumaturgo tocado por la polimatía y por esa dulce locura que persigue eternamente al conocimiento, dedicado a la investigación de la vida y su devenir. Interesado por temas diversos. Siendo, existiendo y creando.
Haber leído a Félix Suárez en También la noche es claridad, (FOEM, 20215), antología poética que incluye obra de 1984 a 2015, es conocer de su capacidad de orfebre para construir poéticas de filigrana, donde cada palabra parece calculada para explorar la capacidad de asombro de un lector con gusto exquisito por la poesía.
Es adentrarse en sus más claras obsesiones, tales como aquellos Romanos antiguos que mezclaban la tradición latina de la existencia marcada por los principios y valores, con las pasiones y sus consecuencias.
Aquí vive mi favorita, la “Dulce Clodia”, cuando le dice:
“…Mentira, dulce Clodia. Mentira que no disfrutes tú mis versos cojos, mi pobre fama, los dos y hasta tres besos que te he robado. Mentira, digo, tus castas manos, tus castos ojos. Lo sé bien: ardes por dentro, te quemas con un calor de yegua que relincha en tus entrañas. Y aunque niegues tu amor, tu cuerpo grita lo contrario. Lo sabemos, tú, yo y el oráculo aquel de Apolo, que ha dicho, sabiamente, que te encanta…”
Entre la lectura de la Biblia, el amor por la cultura helénica y por supuesto la mesura japonesa, que es como se presenta el poeta, despojado del ego comatoso de los tiempos modernos, sin afeites ni atavíos que le requieran fachadas. Lo que ves es lo que hay.
El Félix Suárez que conocía iba de radical, o blanco o negro, o contigo o sin ti, sin puntos medios.
Tal como en:
Tizne y carbones quedan de la casa.
Ennegrecidos túmulos de tierra.
Mejor así, que andar ahogándose de hieles,
batiéndose de quistes y vejigas.
Mejor así: quemarlo todo de una vez,
quemar las naves y los remos.
Y regresar después —así es la guerra—,
cada quién, por su lado y como pueda.
Tuve el honor de conocer algunos de los aforismos que habitan en Los jardines abandonados (FOEM, 2023), mucho antes de que se publicaran y observar el humor agridulce que da cuenta de los pasos, la vida y El Hombre haciéndose cargo de sí, en la riqueza y la pobreza, la salud y la enfermedad, hasta que la muerte lo separe de sí y deba dar cuentas.
Y ahora llega ¿Hubo esta vida o la inventé? (Ed. Del Lirio, Ícaro Ediciones y Homérica Editores, 2024), donde Félix Suárez es un nuevo Félix. Me he encontrado con la versión más cercana y humana de mi maestro y amigo.
El libro se presenta impoluto e impecable, casi casi con una belleza quirúrgica, de él surgen: De los pausados ritmos con 20 fragmentos de realidad que nos acercan a nuestra finitud y su conciencia, para llegar más tarde a quince cantos que se presentan en la cegadora Luz de quirófano que nos agrede las pupilas, hasta acostumbrarnos a la conciencia y su dolorosa luminosidad – porque sigue siendo que también en la noche del alma habita la claridad que requerimos para iluminar lo que nos duele o nos aterra, o nos humaniza.
¿Qué qué es lo que encontrarán en esta obra? Una verdadera pasión por decir las cosas, por decirlas bien, y por meter el dedito en los estigmas, sin la consideración de las dobles morales, abordar los temas de frente y sin caretas.
Confluir diciendo ahí vamos cuando las dolencias y la edad nos alcancen, reconocer la dulce prerrogativa de los padres en cuanto a no lastimarles, – o al menos no intencionadamente,- con nuestros achaques, las tremendas y voraces fauces de la perdida que todo lo devoran, los recuerdos que nos quedan como decoración o música de fondo, la lealtad, el amor y su mutación, su aparente desaparición, hasta darnos cuenta que el amor es eterno, y que en el diálogo con él cambiamos a cada momento de interlocutores, – o más cínicamente pues, El AMOR es ETERNO, lo que cambian son los AMANTES, – sabernos en la posibilidad de nuestra finitud, inconexos y comprometidos con las historias que nos contamos.
Volver al amor – al de a deveras, – y prometernos el cuento de que esta vez, sí será para siempre, en un solo lugar y con la misma gente – ¿sonó a Juan Ga? ¡Era completamente la desgraciada intención!
Del peso sobre los hombros de dar el buen ejemplo. Saber que algún día ese o esa a quién amamos anhelará a alguien más y que nada podremos hacer para evitarlo o corregirlo, porque:
No hay crímenes perfectos: la culpa es un cadáver
que alguien descubre siempre, tarde o temprano.
Es en la segunda parte que reconozco a aquel que como adulto maduro se presenta con la tierna fragilidad de la infancia entre reclamos a los padres y su posibilidad de odiarse y la nostalgia por esa abuela capaz de convertir su cuerpo en un dulce artefacto transportable, capaz de acompañarle a cualquier lado, ¿es que tal vez extrañar duele demasiado?
Cerraré con “mi poema”, el favorito de esta obra, ese que suena a esperanza y amenaza. Perteneciente a la sección Luz de quirófano, el canto 5, llamado La fiebre:
Unido al pulso de los pájaros
migratorios,
tu corazón se agita de noche, estremecido,
poseído por algo como un ansia
de pañuelos blanquísimos
secándose en el aire;
por unas ganas infinitas,
insaciables,
de echarse a volar.
Pareciera, una promesa, un continuará…
El tiempo nos dirá.