Literatura y detectives (1 de 2)

Cultura en texto y contexto

La búsqueda de la justicia es uno de los temas recurrentes de la literatura, particularmente la policiaca. Si me lo preguntan, para aficionarse a este género creo que es imprescindible leer Asesinato en el Orient Express, de Agatha Christie; La piedra lunar, de Wilkie Collins; Cosecha roja y El halcón maltés, de Dashiell Hammett; La leona blanca, de Henning Mankell y Pasado perfecto, del cubano Leonardo Padura. La crítica ha elogiado más a La neblina del ayer, pero sinceramente no lo he leído.

Comentaba yo en la ocasión anterior que estaba leyendo a Padura cuando se me metió entre ceja, oreja y cuerno el de lingüística forense. Bueno, ya he vuelto a Padura para seguir disfrutando la delicia narrativa de las andanzas del detective Mario Conde. 

Todas las literaturas tienen a su detective local, muy característico. Y quizás eso sea el mayor atractivo de toda historia policiaca: la manera en que el autor o la autora construye a su personaje principal y no tanto el modo en que se resuelve el misterio. Por ejemplo, el Mario Conde de Padura es un melancólico detective aficionado al alcohol y al cigarro; el Sam Spade de Hammett hace gala de la dureza y brutalidad de un hombre acostumbrado a abrirse camino a codazos en los ambientes más hostiles; el Hércules Poirot Christie es pedante, vanidoso, egocéntrico y atildado hasta lo insufrible.

El escritor Paco Ignacio Taibo II tiene también a su detective: Héctor Belascoarán Shayne, hijo de un capitán de marina de origen vasco y una cantante irlandesa de folk, ambos, luchadores sociales. En los años 70 en la Ciudad de México está atrapado en un trabajo rutinario y un matrimonio infeliz. Cuando su supervisor le pide que despida a unos trabajadores que intentan sindicarse, Belascoarán renuncia y abandona su sueldo y su matrimonio aburrido. Cambia todo para convertirse en detective privado, ataviado con una chamarra de piel clara, un revólver y una oficina sucia y maloliente ubicada en el centro, donde comparte espacio con un plomero que pronto se convertirá en el elemental Watson de este peculiar Sherlock Holmes chilango.

Conocí a este personaje en Regreso a la misma ciudad y bajo la lluvia, que es la quinta novela de la saga, así que ya se imaginarán mi desconcierto al leer una historia en la que ya se daban por sentado muchas situaciones, como la presencia de la chica de la cola de caballo y una herida en el rostro del detective que jamás me fue explicado cómo pasó. (No diré en qué consiste, por si alguien quiere comenzar desde cero, con Días de combate, que no he tenido oportunidad de leer.)

Después supe que Belascoarán formaba parte de 10 tramas y que Netflix decidió llevarla a pantalla, en formato de miniserie. Los tres capítulos que componen la primera temporada son un viaje en el tiempo. Se ven comercios, calles, cabinas telefónicas, automóviles y hasta puestos de periódicos que nos remiten a la década setentera. La intención de los productores fue hacer planos con los que la audiencia pudiera respirar a la ciudad y se detonaran los recuerdos que de ella tenemos. Seguimos la próxima semana.

TAR