Mauro Hernández Gaona: Rebeldía y creatividad con danza y fotografía 

Mauro Hernández Gaona: Rebeldía y creatividad con danza y fotografía 

Brian Prado
Noviembre 8, 2024

Mauro Hernández Gaona es un artista originario de la Ciudad de México y mexiquense por adopción, pues ha pasado en Toluca más de 40 años. Ha tejido su vida y su arte en un constante diálogo entre rebeldía y creatividad. Con su fotografía aborda otra de sus facetas artísticas, la danza, aferrándose a los procesos del cuarto obscuro para intervenir piezas, a veces a con pintura y creando nuevos mundos.

La aceptación en los circuitos formales del arte fue una lucha constante pero, eventualmente, su talento llevó a Mauro Hernández a los museos más importantes del Estado de México.

Oriundo de la Colonia Doctores, en la Ciudad de México, Mauro encontró en el arte una forma de liberación, de romper con los moldes que la sociedad y su entorno le imponían desde joven.

“Yo no decidí ir a ver el fútbol porque realmente era el deporte que le gustaba a mi papá, entonces era un poco romper con la imagen paterna; aunque mi padre es fotograbador y gracias a él entré a trabajar a los Talleres Gráficos de la Nación, donde aprendí la lógica del negativo y el positivo del cuarto oscuro, también había esa parte de no seguir las mismas tradiciones”.

Ya en la preparatoria, su rebeldía lo llevó a un lugar insospechado: el ballet. A pesar de la resistencia inicial de su maestra, quien temía que su participación en el mundo de la danza, predominantemente femenino, provocara comentarios y reacciones adversas, Mauro persistió. El ballet le abrió las puertas a una nueva sensibilidad y a la observación detallada, elementos que luego trasladaría a la fotografía. 

“Yo vi el salón de danza, que estaba junto al teatro y me di cuenta que era un mundo que no conocía, el mundo de la mujer, en ese entonces era básicamente de mujeres y mi insistencia de entrar fue para romper las reglas otra vez de lo que me habían dicho lo que tenían que hacer los niños y lo que tenían que hacer las niñas. Ahí noté también el principio de la fotografía, me gusta observar”, señaló.

Sin embargo, ese trabajo le resultaba opresivo y, a sus 20 años, decidió renunciar y trasladarse a Toluca, donde se uniría a la coreógrafa Susana Isunza para formar el grupo de danza Germinal. Juntos, crearon una comunidad de bailarines y una compañía que marcaría el inicio de la Compañía Estatal de Danza Contemporánea.

“Ella llegó por un trabajo que no tenía nada que ver con el arte, pero formamos un cuerpo de bailarines, tras 4 años de darles clases, casi a diario, eso se convirtió en la Compañía Estatal de Danza Contemporánea porque nos invitaron a un festival que le llegó al gobierno del estado”, señaló.

La ruptura de su relación también significó una separación en el plano creativo. Mauro se enfocó exclusivamente en la fotografía, y a partir de ahí, desarrolló un estilo único que conjugaba su pasión por la danza con su habilidad para capturar la esencia humana.

“Fue por eso que ahora mi trabajo creativo se desarrolla mucho con la danza y no con otros elementos, después de haber trabajado y conocido cuerpos que tienen técnica, como el de los bailarines o las propias actrices, que te dan intencionalidad en los movimientos”, apuntó.

Para ese entonces, Mauro  ya había labrado un camino como fotógrafo en el Instituto Mexiquense de Cultura, donde ocupó el puesto de jefe de fotografía. Este rol le permitió capturar una diversidad de escenas y personas, pero su corazón anhelaba contar historias propias. Fue entonces que se sumergió en un proyecto personal: explorar la belleza del cuerpo.

En su camino hacia la consolidación de una carrera artística, Mauro se encontró con desafíos, especialmente cuando intentó vender su trabajo. La aceptación en los circuitos formales del arte fue una lucha constante pero, eventualmente, su talento lo llevó a los museos más importantes del Estado de México, obteniendo galardones que validaban su particular visión artística.

Para Mauro, el arte siempre fue una puerta hacia el infinito, un espacio donde podía liberarse de las limitaciones técnicas y dar rienda suelta a su creatividad. Con su fotografía busca trascender la mera representación de la realidad para crear un universo propio.

La danza, la naturaleza y la figura femenina eran sus temáticas recurrentes; temas que, aunque convencionales, le servían de base para componer imágenes que se convirtieron en expresiones de un mundo interno que se rehúsa a ser encasillado.

“Yo siempre he pensado que el arte es una ventana hacia la creatividad y si la fotografía se vuelve demasiado técnica y retrata cosas demasiado técnicas, yo quise dar un pasito adelante interviniéndola, creando una realidad que no existe pero que es parte de mi imaginación, de tal manera que si no me gustaba el mundo en el que vivía pues me creaba otro” apuntó.

En 2008, cuando la fotografía digital comenzó a ganar terreno, Mauro enfrentó una crisis creativa. La proliferación de cámaras digitales trajo consigo una demanda de actualización constante lo que, desde su perspectiva, evidenció el componente mercadológico de la industria. Sintió que la esencia de la fotografía analógica, que tanto amaba, estaba en riesgo de desaparecer. 

“Claro que era algo que me resolvía técnicamente el trabajo, pero ya no me dejaba ninguna oportunidad creativa, eso me desanimó, hice una pausa para pensar que iba a hacer y me doy cuenta que lo que me apasiona es el cuarto oscuro y fui a mis orígenes”, comentó.

Desalentado por esta transformación, decidió hacer una pausa y replantearse su carrera. Durante ese tiempo se reconectó con sus raíces y el encanto de la fotografía analógica. En el cuarto oscuro, retomó la práctica de trabajar con negativos y explorar su potencial creativo. Esta vuelta a los orígenes le permitió experimentar con técnicas que difuminaban la línea entre la fotografía y la pintura. El objetivo era claro: crear mundos imposibles.

El artista rompió moldes de un mundo que lo encasillaba: cambió el fútbol por el ballet, desafió su entorno y apostó por la fotografía experimental

“Ha sido un enamoramiento otra vez y lo que me motiva a seguir haciendo cosas, ha sido placentero, he encontrado mis orígenes y aunque la era digital avance a gran velocidad yo ya no me angustio, porque ya tengo mi manera de producir imágenes fotográficas que no compiten con el tiempo”.

Mauro comprendió que su enfoque no competía con el ritmo acelerado del avance tecnológico; al contrario, halló satisfacción en su propio proceso, sabiendo que podía tomarse el tiempo necesario para perfeccionar cada imagen sin sucumbir a la presión del mercado.

La imagen se convirtió en un objeto de contemplación, en algo que él mismo definía como el trabajo de un pintor. La modernidad avanzaba sin freno, pero Mauro continuaba a su propio ritmo, capturando momentos que parecían detener el tiempo.

La pandemia de Covid-19 trajo cambios profundos en su vida y en su obra. Sin la posibilidad de colaborar con bailarines o modelos, él mismo se convirtió en el sujeto de sus fotografías, creando una serie de imágenes que narran microhistorias en secuencias de 36 cuadros. Estas imágenes, que surgieron como una respuesta a la soledad y la introspección forzada por el confinamiento, se volvieron su más reciente colección.

“Estoy pensando hacer una retrospectiva, en forma, para el Museo José María Velasco que seguramente será en un año, donde presente lo que he hecho más lo que estoy haciendo últimamente”, adelantó.

Para Mauro Hernández Gaona, el arte es un espacio de libertad y resistencia. Sus fotografías representan un escape de la realidad, un refugio donde puede construir un mundo a su medida. Sin importar los avances tecnológicos, él continúa apegado a los principios que aprendió en sus primeros años, confiando en que su creatividad seguirá floreciendo en un espacio donde el tiempo parece detenerse.

PAT

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