Nosotras, las mujeres, las que somos hoy, somos muy distintas de la generación de mi abuela, nacidas en la época de la post revolución, con un México que conocía una democracia a la que poco le duró el gusto.
Se creó una Constitución civilizada que priorizaba los artículos 3o., 27o. y el 123, donde se establecían las prioridades de la vida: educación, tenencia de la tierra y justicia laboral.
Las mujeres de aquella época, la de mi abuela, crecieron con miles de yugos y miedos, ya con un partido hegemónico en el poder y en plena construcción del andamiaje machista que habría de definir el lugar de las cosas en nuestro mundo. La educación dando siempre el privilegio a los hijos varones, las hijas a la escuela comercial o la de maestras por el MMC (Mientras Me Caso), sin pensar en que ellas deseaban desarrollo profesional en otras áreas.
Qué decir de la justicia laboral, a muchas mujeres en el campo se les sigue pagando la mitad de lo que ganan los hombres por una labor similar. Menos aún mencionar a la tenencia de la tierra, cuasi impensable hasta la cruzada emprendida en el sexenio anterior cuando, desde el Inmujeres Nadine Gasman, Anabel López y compañía lograron regularizar la tenencia de la tierra de mujeres rurales y originarias con casi 13 mil expedientes, gracias a los que accederán a un derecho llave, poder llamar suyo al espacio que habitan.
Luego vino la generación de mi madre. Las mujeres nacidas tras la Segunda Guerra Mundial. Entre más cercanas a ella más flaquitas, chiquitas y desnutridas por la mala alimentación. Al paso del tiempo, grandotas y bien comidas, esas mujeres de los sesenta y setenta, aquellas que usaron por primera vez la minifalda, para escándalo de unos y deleite descarado de otros, precursoras del bikini y del reconocimiento de sus cuerpas, pioneras del uso de las píldoras anticonceptivas. Esas, las que salieron a las calles a protestar en el ‘68 y que nos dijeron, a sus hijas, que podríamos lograr lo que nos diera la gana, que trataron de lograrlo todo: la carrera, el amor, la familia, los hijos, la casita con buzón, perro hermoso y ¡lotería! A costa de ellas.
Esas mujeres que lucharon a favor de su autonomía física, sin lograrla, las que legaron el levantar la voz, el atrevernos a desempeñar las profesiones que antes estaban prohibidas, las que nos enseñaron el concepto de multitask. Las que nos mostraron que todo se cura con Vick, Vitacilina y el amor de mamá; aunque muchas de esas mamás trabajaran todo el día, a pesar de las brutales brechas laborales de hasta 40% menos, con relación a los hombres, que desempeñan labores similares. .
Ahora estamos nosotras, las niñas que perdieron la inocencia cuando aprendimos a ponerle nombre a los abusos y a levantar la voz de una y mil maneras. Ahora sabemos nombrarlo todo: micromachismos, mansplicar,
FE-MI-NI-CI-DIO, sororidad, Primavera Violeta, #MeCuidanMisAmigas, #SiMeMatan, #NiUnaMenos, #NiUnaMás.
Sabemos lo que son las Madres Buscadoras. Las queremos, respetamos y admiramos, aunque, en secreto, nos morimos de miedo de que algún día nuestras madres deban salir pala y pico en mano, a cumplir con esa dolorosa labor o de convertirnos en una madre sin noticias de nuestros hijos. Así las estadísticas y las realidades que nos laceran mientras nos siguen faltando 120 mi.
Hoy somos resultado de la Conferencia de Beijing, de Belem Do Para, de las leyes para vivir una vida sin violencia, de las alertas de violencia de género y una contracultura de chavas que hacen pastelitos en TikTok e Instagram, mientras se disfrazan de esposas de los años cuarenta. ¡Así es. Como lo leyeron, nuestras hijas y las hijas de nuestras amigas, se disfrazan de nuestras abuelas!
Mujeres jóvenes que cuestionan enojadas: ¿quién les dijo que queríamos la liberación femenina? ¡Estamos doble y triplemente esclavizadas con cuarenta horas extras de trabajos domésticos!
Los temas en la agenda de hoy son la autonomía de nuestras cuerpas, 18 estados en México que han despenalizado el aborto. El recuento sigue. No somos ni por equivocación las que fuimos…
PAT
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