Qué tristeza me da todo lo que está pasando en mi país. Esta no es la historia de una nación en la que yo he vivido. Esto es un megadesastre, comparable con lo que pasó en Guerrero hace un par de años. Es devastador. Y lo que más tristeza me dio fue ver, en la primera plana de un diario nacional, la fotografía de la señora presidenta en medio del lodo, de los escombros, de la podredumbre, y sola, con la cabeza baja y, a lo lejos, un triste lago de lodo sin esperanza alguna. Y me conmovió el alma.
¿Por qué la estamos dejando sola? ¿Dónde están todos los que se reunieron alrededor de ella hace una semana, cuando estaba dando su informe en el Zócalo de la Ciudad de México? ¿Por qué, si la quieren tanto, no han ido —como todo pueblo civilizado y amándose los unos a los otros— a apoyar a los que de verdad siguen vivos, pero han perdido todo?
¿Dónde han quedado los desaparecidos, esos jóvenes de Veracruz que nadie encuentra y de los que se dice que son más de cien? La culpa se la echan todos por todo: que si no les avisaron a tiempo; que si la alarma debió haber sonado; que ya se acabaron todo lo del Fonden; que si en tiempos de Enrique Peña el director de esa estructura gubernamental estaba, cuando hubo problemas, en Las Vegas, jugando a las canicas… En fin, es el cuento de todos contra todos.
¿Y nuestro compromiso con la señora Tierra? ¿Y nuestra responsabilidad de ser capaces de desarrollar un mínimo de inteligencia y orden para cuidar nuestro entorno, nuestra amadísima tierra?
De verdad, hemos hecho lo indecible para irnos a vivir a los cerros, sin pensar que se van a desgajar; hemos hecho desastre y medio con nuestros lagos, ríos, lagunas y todo lo que se nos ha puesto enfrente, y no tenemos ni pizca de misericordia ni de respeto por los cauces, por los ríos, por los ambientes ni por todos los que viven en el suelo, la selva, el campo o el mar.
Y el resultado lo estamos viendo. Y sin poder hacer nada, vemos por las noticias que las instituciones, gracias al apoyo incondicional de otros miles de mexicanos que ya se pusieron las pilas, en una semana han juntado, por ejemplo, en la Cruz Roja de Toluca y Metepec —institución en la que la gente cree— muchas toneladas de insumos, además de su constante trabajo paramédico, y así dar cuenta del destino que tienen todos los productos que se reciben en el centro de acopio y llevarlos.
Se tuvo que tardar varios días en reaccionar todo. Y la presidenta estuvo allí, más que dispuesta a que todo se manejara —tarde, sí—, pero con todo un ejército de mexicanos y mexicanas unidos, apoyando la desgracia de la gente que, de nuevo, como en el 85 o en el 17, perdió todo menos la vida. Perdieron todo, menos las ganas de salir adelante. Y los mexicanos tenemos el corazón bien grande.
Somos personas llenas de ganas, de amor a nuestro pedacito de tierra, a nuestras cosas que hemos adquirido con mucho esfuerzo. Somos mexicanos que necesitamos, más que nada, amor los unos por los otros. Seguimos creyendo en la Marina —aun con el huachicol y el desastre del Tren Maya—, en la Defensa Nacional y, por supuesto, en los diputados que sí quisieron dar, como se los propuso la presidenta de la Cámara, la mitad de su salario de un mes, aunque algunos no le hicieron caso.
Somos quienes creemos en la señora presidenta y deseamos que, junto con ella, también nos vaya bien a nosotros. Aunque repartan tarde las despensas e insumos, en una bolsa morada de Morena. Morados estamos nosotros si no queremos ayudar.
gildamh@hotmail.com
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MPH