Otras lecturas de rock, 40 años de Crines

Más que una reseña, este artículo presenta, con espíritu crítico y nostálgico, la edición de ‘Crines’, realizada por Carlos Chimal (1954) en 1984, y de ‘Otras lecturas de rock’, de Era, en 1994. Reunión variopinta de escritores, poetas, dibujantes y críticos sobre lo que fue en nuestro país uno de los ejes culturales de aquellos años a la vez contestatarios e inocentes: el rock.

 Debió prender en 1982, si no antes, la fija determinación de Carlos Chimal para armar y publicar una amplia colección de “lecturas de rock”. Le fue difícil encontrar editor. En 1983, hace cuarenta años, concreta Crines gracias a la editorial independiente Penélope, en su serie Los Cuatro Jinetes. Grande y con más de 500 páginas. Apareció en enero de 1984. Dicha edición, hoy inconseguible (tres mil ejemplares), ofrece un retrato generacional quizás más fiel que otras antologías literarias existentes. Chimal era el indicado en ese momento.

Novelista, cuentista, divulgador de la ciencia y comentarista de rock y deportes (a él debemos la ¿única? novela mexicana sobre futbol americano: Escaramuza), aparece en mi memoria como parte de un cuarteto universitario que incluía a Juan Villoro, Jaime Avilés y Alain Derbez. La relevancia de ellos en Crines lo confirma.

Crines inicia con un poderoso poema de David Huerta, “A una cantante de rock” (“Tú canta, una y otra vez, así como amorosamente estés: desnuda, maltrecha, enronquecida”). Sigue un franco autorretrato roquero del profeta José Agustín: “Grandes bolas de fuego”, donde aboga por un buen rock mexicano. Estamos ante un libro fechado, desde luego. Tanto que en su siguiente edición, una década después (Era, 1994), siendo el mismo libro, resulta sustancialmente distinto. Cosas salieron, cosas nuevas (quizás más “pertinentes”) entraron; el orden es temático. Desde entonces Crines se apellida Otras lecturas de rock.

El volumen original está vertebrado, si por algo, por diversos textos de Juan Villoro, Alain Derbez y el propio Chimal. Un libro de cuates, que no tiene nada de malo. Lo salpimientan poemas chingones de Ricardo Castillo, Silvia Tomasa Rivera, Alberto Blanco, Miguel Ángel Galván, Guillermo Samperio, Arturo Trejo Villafuerte, Margarita Dalton y Hernán Lavín Cerda. En “Con cierto amor”, Silvia Tomasa escribe: “Ha llegado la hora del concierto;/ la playa, mujer iluminada, olvidó las sombras de la luna,/ 

“Este libro, que no es una reconstrucción histórica, pretende sin embargo incidir en el debate sobre nuestro pasado reciente y la identidad nacional, y sobre todo, asumir una actitud concreta en la medida que cada uno de los participantes se muestren en tal sentido. Se han incluido textos que hablan de sucesos que tuvieron lugar entre 1955 y 1983, en orden cronológico, pero sin abusar de su sentido histórico. Este grupo de observadores es representativo porque la escritura se lo permite (la literatura, maravillosa representación de la realidad), y todos son mexicanos, exiliados en su propio país”, declara Chimal.

El grueso de Crines radica en sus crónicas, reportajes, ensayos, cuentos, reseñas, caprichos literarios. Sergio González Rodríguez ya enseña su músculo ensayístico con “A la sombra de las mayorías silenciosas”. Chimal convocó de ultratumba a José Luis Benítez, el famoso Búnker, y a Parménides García Saldaña con su indispensable “Los hoyos funkis”. También participan Héctor Majarrez, Federico Arana, José Manuel Pintado, Ricardo Yáñez, Rafael Vargas, Luis Cortés Bargalló, Jaime Avilés, Salvador Mendiola, Jaime Moreno Villarreal, Francisco Hinojosa, Alicia García Bergua, Roberto Vallarino, Hermann Bellinghausen, José de Jesús Sampedro, y los críticos Víctor Roura, Alberto Román, Leonardo García Tsao, Julia Palacios, Luis González Reimann.

Esta prolija lista da registro a una generación (o generación y media). Escriben músicos como Jaime López y Rafael Catana. ¿Y los ilustradores?: Manuel Ahumada, Ariel Guzik, Honorio Robledo, El Fisgón.

Un aparte especial son las fotografías de Carmen Landa, por entonces compañera de Chimal y coproductora de Crines. Presenta un ensayo fotográfico propio y cierra el libro con la galería de los participantes (ocasionalmente representados por una escalera, o Linda Ronstadt, Bob Dylan,
Mama Lion).

Foto: Especial

Entre la historia y la literatura

No sólo se habla de rock. La extravagancia editorial de Chimal lleva contracultura a madres, apasionados clavones, provocaciones, caprichos en la vena arrabalera de un sector intelectual con su ombligo en la década 1950-1960. Desfilan Neil Young, El Tri, Jefferson Airplane, Génesis, John Lennon, Deep Purple, Carla Bley, los antros, el Metro, los Sex Panchitos y Chapalita. Asoma un cierto feminismo alivianadón con el célebre reportaje de la revista Piedra Rodante “Las chavas y el catre” (1971) y el ensayo de Chimal “Ellas también cantan”. Sampedro discute con filo y rabia “Alan Watts o el sofisma del blanco debe ganar”.

A pesar del número de autores relevantes, no recuerdo qué tanta repercusión cultural tuvo Crines. Resulta un compendio algo caótico, en ocasiones rollero como mandaba el rock de una vida en el contingente mencionado. Más que rareza, que lo es, resulta un síntoma simpático de la literatura mexicana haciéndose la que no, hacia los años ochenta.

Como se mencionó arriba, la edición de Era cambia bastante. Está revisada, castigada, incluye nuevos autores y cambio de texto de algunos que aparecían en la primera edición. Son ahora Otras lecturas de rock en la mitad de páginas y Chimal pone su crédito en la portada, cosa que omitió originalmente. Hay menos Chimal, menos Villoro. Sampedro mejor escribe “André Breton: en el corazón de un bosque lleno de lobos”. A excepción de Cristina Cavalcanti, salen de la compilación los autores de Brasil, España y Uruguay que colaboraron en la edición de Penélope. También salen las ilustraciones. Las nuevas plumas son de Jordi Soler, Arturo Dávila, Bernardo Esquinca, Andrés Ramírez, Carmen Leñero y Roberto Castillo.

Al practicar una lectura paralela de Crines 1 (de hace cuarenta años) y Crines 2 (de hace treinta), encontramos que son y no son lo mismo. La versión 2, pulcra, ceñida, con algunos autores más jóvenes, tampoco existe hoy en librerías. Con Guaraches de ante azul: Historia del roc mexicano, de Federico Arana, y En la ruta de la onda, de Parménides García Saldaña, conforma un trío de “clásicos” casi inconseguibles.

El bloque original que armó Chimal puede verse como un exceso conmovedor pero irrepetible. Ni siquiera se molestó en hacerle un índice, ya no digamos organizarlo por secciones. Quedan pues en condición de incunables los retratos de Ahumada a Morrison, Hendrix, Janis y sus paisajes del alma. El folletón del Fisgón y Catana. Los viajesotes de Ariel Guzik dibujante. Se extraña el lúdico grosor de Crines 1 en papel barato, las fotos mal impresas, los cartones y dibujos. Por lo demás, Era no reeditó su Crines 2. Así que los interesados tendrán que recurrir al jardín de San Fernando o la oferta en línea.

No resisto concluir esta reseña sin citar la crónica siempre fantasiosa de Jaime Avilés (1954), quien nos habla del clima de “Entonces” aún antes de cumplir diez años de edad:

Por ese mundillo de los cafés-cantantes –que serían clausurados con escándalo a la subida de Díaz Ordaz– vi pasar a Los Rebeldes del Rock, a Los Teen Tops, a Los Hermanos Carrión con y sin Diego de Cossío al requinto, a Los Rockin Devils, a Los Hooligans y a un montón de solistas de menor envergadura, pero nunca a un grupo que alcanzaría tanta celebridad como Los Yaki, con Benny Ibarra. Éste y Javier Bátiz vivirían más adelante una etapa de gran esplendor, cuando se abrieron las pistas de patinaje sobre hielo y surgieron los primeros supergrupos. En un momento hubo tres pistas simultáneamente, en Polanco, en Mixcoac, y en San Ángel, y ese breve fenómeno coincidió con la aparición de los Dug Dugs, que se popularizaron porque ejecutaban con la mayor fidelidad la versión larga de Light My Fire, de los Doors, que era la pieza más larga que se oía entonces…

[…]
Foto: Especial

Hermann Bellinghausen

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