Pero… ¿sabía o no sabía?

¿Qué es saber? ¿Qué es no saber? En música, ¿cuándo se puede acusar que alguien ha abusado de los recursos académicos aceptados por la intuición “pura”, ésa que supuestamente vive sin prestarse a un análisis “degradante”? ¿Se calcula como pasa con el vino, en cuya fórmula debe cuidarse la mezcla de uvas para seguir escribiendo zinfandel en una etiqueta legal? ¿Se puede hablar de porcentajes entre el aprendizaje empírico y el escolástico para certificar que la inspiración ha sido verdadera?

Con otras palabras: ¿en qué momento pierde un queso manchego –o el feeling– su denominación de origen? O sea: ¿el no saber la relojería de algo y aun así ponerla en marcha, dota a la acción de una honestidad dorada? Por el contrario: ¿conocer minuciosamente la maquinaria de ese algo disminuye los valores de su fruto? Zanjemos el absurdo.

En el territorio sonoroso, ¿cuándo cruzamos la frontera que separa esa creación iluminada por la diáfana espontaneidad, de la fría confección de una composición desalmada de tan sesuda? A nosotros nos parece que el maniqueísmo fincado en la inspiración o la falta de sentimiento como lados de una misma moneda es reflejo del juicio laxo. Está bien sentir sin pensar, pero lo que propicia un entorno mediocre es partir de ello para construir una “filosofía” a modo y, peor aún, para ponerla en contra del aprendizaje crítico. ¿Por qué arrojamos estas incomodidades de madrugada?

No tiene idea, lectora, lector, de lo sorprendente que resulta escuchar la misma cantaleta durante años. La “duda” de siempre con palabras diferentes. Sea en clase, en conversaciones casuales o en paneles de expertos, se nos aparece la cíclica incredulidad del escepticismo ignorante (a veces superficial, a veces soberbia). ¿A qué nos referimos? A esto (algo aparentemente nimio): “¿De verdad Paul McCartney conocía y pensaba toda esa teoría sobre escalas, acordes y ritmos mientras alumbraba ‘Yesterday’?”

Puede usted cambiar el nombre del músico y de la canción si así lo prefiere. Llegará al mismo paraje. Verbigracia: “¿Agustín Lara pensaba en pentagramas, tonalidades y corcheas cuando dio nacimiento a ‘Solamente una vez’?” ¡Qué inútil laberinto! Pocos pondrían en duda el conocimiento sobre las “leyes” de la armonía en Juan Sebastián Bach, pero no es lo mismo hablar de obras “cultas” que de canciones populares, ¿cierto? Ellas, por desconocerse el nivel exacto de su alquimia, permiten la abundancia de burros buscando flautas.

Trátese de folk, rock o pop, más temprano que tarde vendrá la pregunta esperanzada, el intento de una salida fácil en quienes se ven rebasados por un arte que imaginaban simple y divertido. Allí la infértil búsqueda de esa chispa inexplicable y elemental que supera en su aliento al conocimiento sistematizado. ¡Como si la yunta de ambos elementos fuera imposible! En fin. Esto se vuelve más cansado cuando los artistas, atentos al estereotipo del genio tocado por la gracia, exageran rutas intuitivas o divinas.

“No puedo explicarlo, me levanté con esa melodía en la cabeza, fui al piano y la toqué…”. Algo así dijo sir Paul a propósito de “Yesterday”, precisamente. Partiendo de ello, preguntas: ¿mientras soñamos desaparecen los conocimientos adquiridos en la vida o simplemente se funden y asimilan produciendo un balance distinto? ¿La escala menor melódica deja de serlo en el mundo onírico? ¿Los aviones de los sueños niegan la mecánica y la aerodinámica? ¿Quien sueña deja de saber o sabe diferente?

No tenemos respuestas. Sólo creencias como ésta: la teoría y el juego libre dejan sus mejores huellas cuando se miran de frente y sin conflicto, dándose aire y tiempo. El genio que nada sabe de su oficio, no existe. El creador que sabiéndolo todo acierta siempre, tampoco. Persistir y profundizar aprendiendo de otros… eso funciona inevitablemente. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

 @Escribajista