Quintín Valdés: Vivir para la pintura

Quintín Valdés, proscrito en lo local, el artista comienza a forjarse un nombre propio en la escena cultural mexiquense donde comienza a destacar por sus obras

Quintín Valdés, pintor mexiquense y apasionado del arte, vio nacer su amor por la pintura en un contexto muy alejado de los museos y galerías que hoy forman parte de su vida. Luego de décadas en la pintura, siendo un alumno cercano a Luis Nishizawa, pero una figura importante por sí mismo, aspira a dejar un legado en el arte, aún con la falta de espacios.

Quintín Valdés: Forjando su sensibilidad artística 

Originario del Barrio de Santa Bárbara, en Toluca, Valdés pasó sus primeros años rodeado de la dinámica de un sitio en el que los hermanos mayores cuidaban de los menores, en una especie de círculo protector y de aprendizaje informal.

A los pocos años, su vida cambió de rumbo, trasladándose a San Antonio Buenavista, un pueblo que le ofreció un escenario completamente distinto, donde la naturaleza y las labores del campo formaron el fondo de sus días.

“Era un barrio bravo, y creo que lo sigue siendo. Hacían competencias atléticas, subían parados de manos las escaleras de la iglesia. Después vine a este pueblo, San Antonio Buenavista; nos venimos con los abuelos, que tenían una casa grande. Aquí aprendí muchas cosas del campo, la actividad era básicamente agrícola y a mí me gustaba mucho estar en el campo. Aprendí a pizcar y a sembrar, fue una vida muy feliz”.

En los años sesenta, su vida dio otro giro al trasladarse con su familia a la calle de Altamirano, que en ese entonces era un área en la periferia de Toluca, rodeada aún de milpas. 

“Dentro de las actividades escolares se daba la posibilidad de que los maestros dieran clases al aire libre en algunas de las sesiones; sobre todo en tercer año, íbamos al Cerro del Toloche. Ahí adquirí ese placer de contemplar. Había un maestro que se llamaba Fidel; en su clase llamó a un compañero a dibujar el escudo patrio y lo hizo muy bien. Ahí yo dije que también quería dibujar así. Ahí nació y comencé a dibujar porteros haciendo paradas extraordinarias”, compartió.

La búsqueda por una educación formal en el arte llevó a Valdés hasta la Academia de San Carlos en la Ciudad de México, un lugar que le reveló el verdadero desafío de ser un pintor. Acostumbrado a los elogios locales por su habilidad para el dibujo, al llegar a la academia descubrió cuán vasto era el campo artístico y cuánta dedicación implicaba perfeccionar el oficio. 

“Llego a la academia y lo primero que noté es que no sabía nada, a pesar de que aquí me decían que dibujaba muy bonito. El llegar a una ciudad tan grande, donde no había cercanía con la gente, me hizo entrar en un tipo de crisis existencial, aunque ya tenía muy claro que yo quería ser pintor. Mi forma de salir de la crisis era vagar por la ciudad, conocer los murales”, compartió.

Su relación con Nishizawa 

Durante su formación, Quintín tuvo la oportunidad de tomar clases con el maestro Luis Nishizawa, una figura cuya influencia fue decisiva en su desarrollo artístico y se comenzó a gestar un vínculo que perduraría por décadas.

“Se dio el cambio de la academia a Xochimilco y nos hicimos profesores en la Escuela Nacional de Artes Plásticas en ese tiempo, vinculé mi taller con el del maestro Nishizawa. De vez en cuando acudía a mis evaluaciones; para mí era sorpresivo, pero también un respaldo muy importante porque él ya era muy reconocido”, apuntó.

En 1986, con el esfuerzo de trasladarse regularmente entre Toluca y la Ciudad de México, Valdés asumió también un rol fundamental en la escena cultural de la capital mexiquense. Participó en la promoción de la Presea José María Velasco para su mentor, un gesto que evidenció la magnitud de la figura de Nishizawa y que abrió los ojos de la comunidad artística local sobre el talento y la influencia de este gran maestro.

“Al maestro le asignan la construcción de los murales de la Biblioteca y el Museo de Arte Moderno. Él, sabiendo que yo era de aquí, me pide que le apoye en esos murales. Le ayudé a modelar el mural de la biblioteca, pero me concentré más en el del museo; todavía estaba en obra negra, así que hice el trazado con hilos. Yo seguía dando clases”, mencionó.

El reconocimiento al maestro Nishizawa propició la creación del Museo Taller Nishizawa en Toluca, un espacio pionero en México que fusionaba la enseñanza con la exhibición, proyecto al que Valdés se sumó y que le permitió profundizar en el análisis y la curaduría de la obra de Nishizawa, consolidando aún más su vínculo con el legado del maestro.

“Asignan a Margarita García Luna como directora del Museo de Arte Moderno. Cuando va, nos encuentra al maestro y a mí; a ella yo la conocía desde pequeño porque somos tolucos. Luego la asignaron como directora del museo del maestro, y al momento de crear su equipo, ella se acuerda de mí.

“Ahí se dieron 20 años de mi vida. Me llaman como museógrafo y como curador; lo asumí con toda la gravedad del caso, empecé a darle registro a la obra, donde tuve tiempo de ir analizando el trabajo del maestro. Nos tocó viajar mucho y se fue dando una relación más personal”, mencionó.

A pesar de que en algunos registros oficiales el nombre de Valdés no aparece, Nishizawa reconoció su aporte con una coautoría en el mural que alberga el palacio de gobierno estatal, uno de los momentos cumbre para el artista.

“Llegué a manchar cuadros para el maestro, y luego él, con todo su talento, los hacía Nishizawas. Cuando le encargaron el del palacio de gobierno me dijo que me tocaba y, desde un principio, dejó claro que iba a ser coautoría, aunque en los textos no lo dice; incluso yo firmé el contrato donde me responsabilizaba de la realización de ese trabajo”, apuntó.

En busca de un legado

Con los años, Valdés fue encontrando su propio lenguaje pictórico, buscando transmitir emociones profundas en cada una de sus obras.

“Es muy difícil disociarse, decir que mi pintura es una cosa y yo otra. La pintura del maestro y la mía son muy diferentes; sí hay influencia, pero en términos conceptuales, en términos de la provocación a la imaginación del espectador. Sin embargo, cromáticamente es diferente.

“De 10 años a la fecha, ya tengo la dinámica que me permite tener la categoría de poder decir que soy pintor, porque antes, aunque pintaba, me diluía en otras cosas del trabajo. Yo quiero seguir siendo pintor.”

En sus lienzos, los paisajes adquieren formas abstractas y las naturalezas silentes se presentan con una geometría única que transforma la realidad en algo más. Sus preocupaciones conceptuales se reflejan en su paleta de colores y en su composición, mostrando un entendimiento profundo de la estética y una pasión por provocar la imaginación de quien contempla su obra.

“Decía el maestro que para ser pintor hay que ser honesto, y eso es aceptarse como uno es, con las limitaciones propias, sin pretender más que ser uno mismo. Ahora lo que hago es producir intensamente para acceder a representar una visión pictórica de las cosas”.

A pesar de su talento y de sus contribuciones, Valdés ha enfrentado dificultades para ser reconocido en el ámbito local. Sin embargo, su amor por la pintura ha sido un motor que lo ha mantenido en constante producción.

“Ahora me empiezan a considerar, pero estuve proscrito en lo local. He tenido invitaciones de grupos para exposiciones colectivas; expuse en Lerma también, con 10 piezas de gran formato de mis preocupaciones críticas sobre la situación mundial. Tengo un montón de material que tengo que honrar.

“Alguna vez, acompañando a Raquel Tibol, que era todo un personaje porque tenía un programa de crítica, me preguntó a qué me dedicaba. Le dije que estudiaba en la academia; ella me preguntó si vivía de la pintura, y recuerdo que le contesté que no, que yo vivía para la pintura”.

PAT

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