Re-hacer películas
Cinexcusas
Por: Luis Tovar
A propósito de La sociedad de la nieve –coproducción española-estadunidense de este 2023 con dineros netflixeanos, dirigida por Juan Antonio Bayona, de la primera nacionalidad, y coescrita por él mismo en compañía del tándem integrado por Bernat Vilaplana, Jaime Marqués y Nicolás Casariego–, fuerza es practicar un poco de “cine comparado”, en tanto existen cuando menos otras dos largoficciones que se ocupan del mismo asunto o, en otras palabras, que comparten el hecho de estar basadas en el mismo hecho real: el accidente aéreo sucedido en 1972, en la cordillera de los Andes, a un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya en ruta de Montevideo a Santiago de Chile.
La primera vez que dicho accidente y sus secuelas fueron abordadas cinematográficamente fue en México y tocó al inefable aunque en ocasiones anteriores no tan fallido René Cardona, en colaboración con su no menos indescriptible vástago, perpetrar este ejemplo supremo de oportunismo sensacionalista o sensacionalismo oportunista, según el gusto de cada quien: basados –es un decir– en un libro homónimo escrito por un tal Clay Blair Jr., apenas habían transcurrido cuatro años para que los Cardona perpetraran esa pacotilla titulada Supervivientes de los Andes (1976), con el entonces conspicuo Hugo Stiglitz encabezando un reparto que, si algo se repartió, fue el desempeño histriónico lamentable que la pésima mano cardoniana les permitiera.
Quienes la han visto lo saben y les resulta imposible olvidar esa “nieve” de unicell regada en un set de cine, que por supuesto no mojaba nada y, por electrostática, se les quedaba pegada a los actores en las ropas. Tampoco es posible borrar de la memoria los diálogos más tiesos que de tan solemnes parecen estar hechos de palo ni, por supuesto, el hecho de que para los Cardona –a saber si lo mismo para el tal Blair, pues la curiosidad de este ponepuntos no llegó jamás a tanto– de lo único que se trataba, lo de veras importante para ellos –y hay que ser justos: también para unos espectadores setenteros bien cebados por los diarios y los noticieros de radio y televisión de aquel entonces con aquella historia desde cuatro años atrás–, consistía en ver a los “supervivientes”, mal llamados así en lugar de “sobrevivientes”, comiendo la carne humana arrancada –amarillistamente, cómo de que no–, a los cadáveres de quienes murieron desde que el avión se había estrellado o en el transcurso de la “supervivencia” de los que iban quedando.
No fueron ahorrados aquí patetismo ni los otros ismos arriba mencionados; en su lugar, lo único en que se pichicateó fue en el presupuesto: pocos filmes son tan memorables por tan pésimas razones como esa producción apresurada, de cartón piedra, en la que todo fue barato.
El individuo sensacionalista por delante
Aunque ya se sabe, y no faltan los ejemplos si se piensa en otras producciones, que tener dinero tampoco garantiza buenos resultados: ¡Viven! – en inglés original Alive pero así en español, con los signos de admiración para que se note el drama–, de 1993, dirigida por Frank Marshall, con guión de John Patrick Shanley, ambos estadunidenses, y este último basado en el libro Alive: The Story of The Andes Survivors, del británico Piers Paul Read, quien a su vez dice que se basó en las entrevistas que le hizo a los sobrevivientes. Esta hollywoodada tuvo como protagonista principal a Ethan Hawke, con menos mal desempeño que el de Stiglitz, pero tampoco había mucho por hacer.
De hecho, el primer elemento deplorable en cuanto al argumento, lo mismo en ¡Viven! como en Supervivientes de los Andes, consiste en haber privilegiado de cabo a rabo la visión de uno de los pasajeros, es decir, poner por delante a un individuo en lo que fue un hecho experimentado colectivamente, sin protagonistas que destaquen. Desde luego, dando por descontado un sensacionalismo que, hasta este año, parecía irreductible, cosa que por fortuna no sucede con La sociedad de la nieve o, acaso y si nos ponemos exigentes, tiene lugar pero en la mínima dimensión posible. (Continuará.)