“Todo fracaso comienza con la luz, con el deseo de atrapar la luz para siempre.”
Cristina Rivera Garza, Nadie me verá llorar.
Un día de estos, me di cuenta de lo mucho que he estado leyendo a mi muy querida Cristina Rivera Garza, ya que justamente me acababan de asignar de la revista Langosta Literaria la reseñar su más reciente obra Terrestre, así que me di a la tarea de analizar la escritura de Cristina Rivera Garza, en tres de sus más recientes obras: Nadie me verá llorar, Autobiografía del algodón y El invencible verano de Liliana.
Si algo es evidente es que Cristina puede escribir lo que le dé la gana, ya que en el amplio espectro de su devenir habitan novelas, cuentos, poesía, ensayo, traducción y hasta una ópera comisionada por el Festival Internacional Cervantino. Ella es una de esas autoras que se vuelven familiares y entrañables, que se mete en los resquicios de las memorias y cicatrices para recordarnos que nuestra historia parece a ratos colectiva, donde el enojo en ocasiones nos invita a rayarlo todo –iconoclasia le llaman– como un producto de la realidad generalizada resultado de una deuda histórica impagable y que generaciones enteras han tenido que soportar. Ante la falta de capacidad de “algunos” para resolver las violencias causa, la violencia efecto.
Dice la autora: “La falta de lenguaje nos maniata, nos sofoca, nos estrangula, nos dispara, nos desuella, nos cercena, nos condena.” Considero que Cristina Rivera Garza ha puesto especial atención en las experiencias de personas que sufren violencias de género de maneras estructurales y que han sido históricamente borradas del mundo: “las locas”, “las putas”, las mujeres y los migrantes, en épocas en que la ignorancia, la indiferencia, la indolencia y hasta la carencia de un vocabulario adecuado para nombrar las violencias, pareciera validar su existencia, Rivera Garza levanta la voz y nos lleva de la mano de la sorpresa a la indignación, y a ese lugarcito donde la digna rabia también nos habita y recuerda que no estamos tan lejos de la vivencia cotidiana de esas realidades.
Al hablar de Nadie me verá llorar, hablamos de un acto de justicia, en el que veinticinco años después de la publicación original, la protagonista lleva ahora el nombre que debía llevar desde el inicio y “Matilda Burgos” se llama “Modesta”, reconociendo su existencia como personaje original.
Las personajas –sí, así con “A”, porque así me da la gana– de Cristina son mujeres fuertes, que desafían a sus mundos y circunstancias. Rebeldes maravillosas, fieles a sí mismas y sus convicciones hasta las últimas consecuencias, sin duda alguna. Entre los temas medulares de su escritura están el deseo de justicia, no permitir el olvido, la persistencia de la memoria, y por supuesto evitar a toda costa el borrado a través de lo “políticamente incorrecto”.
Una de las más virtuosas coincidencias es “escribir desde la vulnerabilidad de las mujeres requiere arrojo y valentía,” yo añadiría, en la tierra de la “Virgencita de Guadalupe” y la celebración casi canonizada del “Día de las madres”, estos perfiles se atreven a ser en los márgenes, en las diferencias, en el eterno trayecto de la extranjería, que convierte en abyecto lo que no se alinea y se rebela.
Al excavar en “los pasados” (no “el pasado”, porque no es el mismo para todas las personas) nos lleva irremediablemente a rescatar las voces de los más débiles entre los débiles, los sin nación, a quienes se les ha arrebatado todo y aún se osa arrancarles la vida misma.
Recuperar la genealogía de la vida y de la migración a través del íntimo acercamiento a lo propio, a lo familiar, a lo que duele e importa, es una labor de filigrana que a ratos debe requerir de terapia o de redes que permitan no olvidar que se está vivo.
La presencia del duelo como parte de un todo conformador de contextos; Rivera Garza hace parecer sencillo el develar las complejidades de las interacciones humanas, las resistencias y las formas en que las sociedades, entre otras, las nuestras, tan complejas se desarrollan, amalgaman, extrapolan y convierten en una sola cosa.
En cuanto a las migraciones dice: “En realidad vamos para allá porque algo allá, que no sabemos, nos jala. Algo nos habla desde allá; y queremos oír. Hay llamadas a las que uno sólo puede responder moviéndose de lugar.
Incomodándose. Poniéndose en riesgo.” Mientras el ser, decida ser humano, o humanizarse habrá una voz que lo acompañe y que le recuerde que está vivo, a menos que no desee atender esta verdad, para todo lo demás existen formas múltiples de anestesiarse… Si decidiera vivir desde la aceptación de la anestesia que la nación se los demande. Hasta la ternura, siempre.
PAT
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