Sonido de interés
Que le llegue la noche previa a su día de descanso, lectora, lector, y decida ver una película. Que valore las opciones en plataformas. Que rehúya todo indicio de superhéroes o comedias románticas. Que evite títulos de cine experimental. Que ande con ganas de algo histórico. Que se debilite su ánimo documental. Que tarde mucho tiempo decidiendo. Que se tope con un nombre anodino: Zona de interés. Que recuerde haber leído su recomendación. Que le dé play tras leer una breve e ineficiente descripción tipo: inspirada en una novela de Martin Amis, a propósito de la figura de Rudolf Höss (y de su mujer), comandante nazi del campo de concentración de Auschwitz.
Vivida la decisión, nos parece que Zona de interés funciona con un altísimo nivel simbólico. Parte se ofrece en la superficie visual; parte juega bajo la dermis de su guión espléndido; parte subyace en la técnica y recursos cinematográficos. Emplazamientos, fotografía, edición, todo confabulado cínicamente para desplegar una experiencia incómoda; la construcción de una gran ansiedad que soslaya la nimiedad cotidiana en que parecen concentrarse los hechos.
Lo anterior parecería elemental en cualquier filme recomendable, lo concedemos. Pero lo que en verdad sorprende, como decíamos al inicio, vive en el entramado sonoro. No recordamos una película que nos causara algo remotamente parecido (¿Año bisiesto? ¿Roma?). Su paisaje audible sustituye a cualquier partitura formal reconquistando un territorio que, a base de tecnología inmersiva y estridencia, ha sido olvidado por directores sedientos de estatuillas. ¿A qué nos referimos?
El llanto de un bebé que desconoce sus privilegios. Gritos de suplicio. Balazos. Risas de niños arios. Silbatos. Campanas. Pasos de sirvientes judíos. Alarmas. Ladridos del perro casero. Puertas. Interruptores. Agua corriente. Ladridos de perros entrenados. Conversaciones insultantes, inimaginables. Capas cambiando su prioridad, sumándose, restándose sobre un bastidor que no parte del silencio sino de una base sustancialmente estresante.
Así es. Nada supera al mayor motor de la cinta. Aquello que nos acompaña de forma continua volviéndonos locos, en un claro señalamiento a la mentalidad nazi. Eso que nos daña sin tregua, cual recordatorio y contraste de la tragedia “invisible” que sucede tras el muro que separa un campo de exterminio (destino para más de un millón de personas), de la casa en que se pretende un paraíso. Hablamos de los hornos con sus grandes chimeneas, “contaminando” el día y la noche, el fruto y el pensamiento, la existencia humana, la esperanza. Sí. Los hornos con su hervidero grave; esos monstruos insaciables usurpando el idioma de los volcanes.
En tal contexto, ¿cuándo aparecen los descansos para el oído? Con los pájaros del campo, allí junto al prístino río que de pronto se muestra invadido por la muerte y sus residuos. Con las visitas a la ciudad plagada de uniformes. Con la opulencia de un palacio próximo a caer. Momentos breves que reflejan el fanático desquiciamiento que llevara al Holocausto. Momentos que no acallan la voz del crematorio. Su rumiar que vuelve, incesante, para finalmente extinguirse en una extraña conexión con el futuro museístico que se obsesiona lavándose las manos.
Escrita y dirigida por Jonathan Glazer, quien debutara con la inquietante y poderosa Sexy Beast en el año 2000, Zona de interés ha sido producida por Inglaterra, Estados Unidos y Polonia. Una pieza que erige sus mejores atributos en los vacíos con que provoca al espectador; huecos profundos, a veces insondables, espacios de vuelo para el caos y el zumbido con que se reflejan los peores y aún presentes rasgos de nuestra especie.
Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.