Starfield: la escala de la música y la tecnología

Cultura en texto y contexto

Confieso que no soy un videojugador o, como dicen las nuevas generaciones, un gamer. También debo reconocer que lo fui alguna vez (en mi infancia y adolescencia), pero no a la escala de los actuales, porque no formé parte de equipos profesionales ni fui a competiciones ni mucho menos tuve oponentes a distancia, simple y sencillamente porque no existía el internet. En resumen, fui un asiduo visitante de locales con máquinas arcade porque estaba entusiasmado con Pac-Man. 

Todavía tuve cierto apetito por los videojuegos en mis primeros años de adulto. Recuerdo que empleé mi primer sueldo como reportero en El Heraldo de Toluca para comprar el primer Nintendo, pues estaba muy de moda Mario Bros. Los ánimos me alcanzaron hasta el primer Play Station, en el que solía jugar futbol con mi hermano Rafael y a solas un juego de Bugs Bunny de viajes en el tiempo. En Super Nintendo 64 noche a noche jugaba también con mi hermano Mario Kart 64.

Hasta que nació mi primer hijo, João Pedro, volví al mundo de los videojuegos. Compré el Nintendo wii para jugar con él, aunque eso nunca pudo suceder porque su madre y yo terminamos la relación y tuve que volver a México (él vive en Brasil, así que era prácticamente imposible visitarlo para videojugar. Hoy en día João Pedro es fan de videojuegos medievales). 

La consola wii pasó a dormir el sueño de los justos por algunos años y no fue sino hasta hace poco que la desempolvé para jugar con mis hijos menores, Santi y Tato, que ya son más diestros que yo en varios juegos de su edad, sin violencia (desconectados, por cierto, de internet. Sólo pueden interactuar entre ellos). También desempolvé el Super Nintendo 64 y suelo ganarle a Santi en las carreras, mas no así en las batallas. 

La semana pasada Lulú y yo resolvimos que compraríamos para los niños una consola arcade con juegos clásicos e inocentes y con el mínimo de violencia, pues sabemos que prácticamente todas las infancias buscan ese recurso lúdico en su vida y queremos conducir a nuestros hijos a algo menos dañino. En otro momento escribiré sobre los riesgos de los videojuegos actuales, como Roblox, en los que los usuarios pueden crear y compartir sus propios mundos virtuales.

En fin, toda esta introducción fue para confesar que renació mi apetito por los videojuegos. Bueno, en realidad por solo uno: Starfield. Me llamó poderosamente la atención por dos razones: uno, porque el juego permite a los jugadores construir su propio personaje y nave espacial, viajar a cualquiera de los mil o más planetas y seguir múltiples arcos argumentales (como Roblox, es verdad, pero el juego está enfocado en los adultos).

Segundo, porque la banda sonora es igualmente épica. Leí que el director de audio Mark Lampert describió su música como un “compañero del jugador”, con un “sentido de escala” que “tuvo que ser totalmente reajustado”. Las bandas sonoras del espacio exterior han aparecido en muchas películas: Star Wars, 2001: A Space Odyssey e Interstellar, por nombrar algunas. Sí, lo confieso: volví a ser un chamaco. Lo malo del asunto es que hay que comprar ahora un Xbox One. 

PAT