2050: Así comenzó la guerra por el agua
La Fuente
Inició como todos los grandes acontecimientos sociales de la historia, de forma gradual y nadie se percató hasta que era demasiado tarde.
Era el año 2050, en México hacía ya un par de décadas que la pandemia por el SARS-CoV-2 había cedido, finalmente, para convertirse en una enfermedad endémica.
Aún recordamos el 2022, cuando estalló la guerra entre Rusia y Ucrania, con las consecuencias que ya todos sabemos. Tan solo ocho años después, en 2030, inició la década de los grandes avances en la medicina y al fin había una esperanza para millones de personas, quienes lidiaban con enfermedades hasta entonces incurables.
Los buenos momentos duraron poco. A principios de la década de los 40, los efectos del cambio climático fueron aún más devastadores… Los periodos de lluvia se redujeron al mínimo, pero las precipitaciones eran excesivas, las sequías se prolongaron. Se esperaba que el nivel del mar incrementara tan solo 30 centímetros, como lo indicaban los primeros estudios del presente siglo, sin embargo, fue superado por casi un metro.
La inundación de las ciudades a nivel del mar fue inevitable, lo que obligó a poblaciones enteras a desplazarse a zonas de mayor altura, lo que aumentó la densidad demográfica, la falta de terrenos para el cultivo y el ganado provocó escasez de alimentos y, peor aún, muchos cuerpos de agua dulce fueron absorbidos por la salinidad del mar. La crisis por falta de agua potable, el estrés hídrico, alcanzó niveles insospechados, aterradores.
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En México, como en muchos otros países, había tantos problemas por resolver que la “falta de agua” nunca fue una prioridad. Sin embargo, varias de las naciones más avanzadas sí tomaron cartas en el asunto y con la implementación de las políticas públicas adecuadas que llevaron a la práctica, enfrentaron con antelación la gravedad de la falta de agua, algo para lo que en México tan solo se “recetó mejoralitos para atender a un paciente a punto de colapsar”.
A pesar de ello, muchas empresas transnacionales que requerían grandes cantidades de agua para sus actividades llegaron a México y se asentaron en el sur y sureste, en los estados con mayor disponibilidad del líquido. Esto generó gran cantidad de empleos y el crecimiento económico fue visto con muy buenos ojos, hasta que el agua comenzó a faltar.
Los habitantes comenzaron a reclamar, tenían varios meses sin agua. Las empresas cerraron. La poca disponibilidad de recursos hídricos hizo incosteable el pago del insumo, que era tan elevado que no se compara a lo que hubieran pagado con su costo histórico de producción. Ni la energía eléctrica o el petróleo y otros combustibles se habían acercado siquiera al costo de un metro cúbico de agua.
A finales de los 40, nuestro país aún no cambiaba su modelo de gestión del agua, los municipios aún eran los responsables de cumplir con “el derecho humano de acceso al agua y al saneamiento”, pero los restos a los que se enfrentó este orden de gobierno fueron insostenibles desde los años 20, cuando la población encontró recurrente y “normal” que se tuviera agua, en el mejor de los casos, una vez al mes.
Las zonas en las que estaban las personas con mayor poder adquisitivo implementaron algunos subsistemas que les permitieron cubrir sus necesidades de agua potable, pero fue temporal. La mayoría de los habitantes no tenían acceso al “agua limpia” y la poca que tenían, sin el saneamiento adecuado, tan solo les garantizaba enfermedades que los llevarían a una muerte segura.
Así comenzó todo, la crónica de una guerra anunciada.
Mtro. Hugo Roberto Rojas Silva
econorojas.h@gmail.com
Ficciones aterradoramente posibles.