A propósito del moderno Prometeo 

Jimena Valdés Figueroa

A propósito del moderno Prometeo 

Voz Propia

A propósito del moderno Prometeo 

Jimena Valdés

Redacción
Noviembre 15, 2025

Mi primer acercamiento con Frankenstein, fue durante mi adolescencia cuando más a escondidas que con permiso vi la superproducción de esa época con las actuaciones de Robert de Niro y una muy joven Helena Bonham Carter. 

Recuerdo, que esa película despertó en mí enormes curiosidades: como la posibilidad de regresar de la muerte, mi interés por la construcción del científico que rompe con las constantes del Antiguo Régimen y establece una relación distinta con la naturaleza y sus fuerzas, así como la idea del monstruo como ese ser incomprendido y compuesto de pedazos o partes del todo; pero sobre todo como “el otro” negado y lleno de dolor.

Después de ver la película, leí el libro y he de confesar mi asombro cuando supe que la autora era una mujer: Mary Shelley. Formada en los estereotipos de género, me era difícil entender que una mujer pudiera plasmar de manera tan clara el o los dolores masculinos, mostrando la fragilidad y también la negación a aceptar la paternidad de una criatura situada en los márgenes de la normalidad.

Años después, entendí la compleja y por demás interesante vida, contexto y legado de Mary Shelley, cuando conocí el pensamiento de Mary Wollstonecraft, su madre.  Wollstonecraft desafío las convenciones de su época, en las que se negaba el acceso igualitario de las mujeres a las oportunidades educativas, laborales o sociales ; cuestionando al pensamiento ilustrado de la época, el cual ubicaba la razón como una virtud meramente masculina, ella señalaba:  “Es tiempo de efectuar una revolución en los modales de las mujeres, tiempo de devolverles su dignidad perdida y hacer que, como parte de la especie humana, trabajen para reformar el mundo, mediante su propio cambio”. Desde ese lugar de inconformidad, Wollstonecraft cuestiona no sólo el sistema de género, sino la condición de las mujeres, reconociendo el potencial y el poder femenino para decidir sobre su historia. 

Desde la filosofía política, la autora da una respuesta a la exclusión de las mujeres, en el proyecto emancipador de ilustración, haciendo un llamado en “La Vindicación de los Derechos de la Mujer”  y teniendo por principal herramienta a la educación, de ahí que sus ideales fueran una herencia para sus hijas después de su muerte, cuando éstas quedaron bajo la tutela del también filósofo William Godwin. 

En el caso de Mary Shelley, operó la famosa frase “infancia es destino” y lo vemos plasmado en su obra culmen, lejos del pensamiento y las restricciones de la época, tuvo acceso a una amplia biblioteca familiar y a una formación seria. Aunado a ello, la vida de Shelley estuvo marcada por la pérdida y por un diálogo directo con la muerte en sus múltiples formas: el cementerio se volvió un lugar común a través del que mantenía contacto con su madre, la complejidad de las relaciones humanas y la ruptura de las convenciones e incluso la pérdida de su hermana, sus hijos y su pareja. 

Frankenstein  o el moderno Prometeo da cuenta de todo ello, del encuentro frontal con los propios monstruos o con aquello que negamos, de esos monstruos que nos habitan en estado latente y que impulsados por experimentos galvánicos terminan por hacerse presentes, invitándonos a aceptarlos como parte de lo que somos o como la imagen que cierra la obra:  a fundirnos con ellos en las llamas de un abrazo, a reconocer en la compasión una fuente inagotable de poder: Es cierto, seremos monstruos, aislados del mundo; pero por eso mismo estaremos más unidos los unos a los otros”. 

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Pat

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