Los hidalguenses nacemos donde nos da la gana.
“Terruño” es un término clave en la elaboración de vinos, ya que describe la influencia de los factores naturales (suelo, clima, topografía) y humanos (prácticas agrícolas, técnicas de cultivo) que influyen en el carácter y la calidad de un vino.
Mi familia materna y paterna provienen de diferentes municipios de Hidalgo; sin embargo, yo he nacido en la Ciudad de México, un crisol donde convergen, como islas, personas de todo el país, amalgamando una subcultura que en nuestro caso no perdió arraigo a sus raíces.
De niños, hicimos, con mi padre, infinidad de viajes a diferentes municipios de Hidalgo. Él tuvo muchos oficios, uno de ellos operador de autobuses, conoció gente, carreteras, pueblos, parajes, iglesias y caminos sinuosos.
Pasan por mi mente nombres como: Pachuca, Acaxochitlán, Tepeapulco, El Mineral del Chico, Huasca, El Tejocotal, paraje La Cabaña, Zimapán, Actopan, por mencionar algunos.
En el coche siempre traíamos el sombrero de mi padre y chamarras por si el clima ameritaba. Al llegar al campo, nos liberábamos, llenábamos los pulmones de aire, y a correr y brincar como si te fuera la vida en ello. Puedo cerrar los ojos y ver a mi padre silbar melodías que solo él conocía. Recuerdo también la gente humilde, noble, amable y hospitalaria que encontrábamos en esos recorridos, orgullosa de su tierra.
Mi abuelita aún replica en Día de Muertos el altar típico de la región, con travesaños forrados de flores. Mi tío G —que ya no reside en México—, quiere que lleven sus restos a Hidalgo porque ahí enterraron su ombligo. Mi tía N domina recetas y el sazón de la región como para llenar un libro, y mi madre recuerda con nostalgia la escasez de sus primeros años, que le agudizaba el ingenio.
Hidalgo, para mí, huele a cariño, a bosque, a chile con huevo —que la gastritis me impide ya disfrutar—, a pan de pulque, zacahuil, molotes, pastes, gusanos de maguey, cecina, barbacoa y mixiotes de carnero.
Tuve oportunidad de ser Presidente de la Asociación de Hoteleros del Corredor de la Montaña, un cargo que me llenó de satisfacciones. Parece fácil vender lo que es bonito a tus ojos, difícil es atraer visitantes que van buscando lo mismo en todos lados.
Huasca ostenta con orgullo haber sido nombrado el primer pueblo mágico del país.
No quisiera ser malinterpretado, la CDMX alberga muchos de mis cariños, es un lugar lleno de oportunidades que me ha permitido crecer, tener vivencias increíbles, conocer gente diversa, en ella he pasado buena parte de mi vida, pero a Hidalgo lo llevo en el corazón.
Mis actividades me han alejado, pero dicen que uno siempre regresa a donde fue feliz, así que como cantaba Antonio Aguilar:
Que la Virgen me acompañe
Que me permita volver
A aquel terruño querido
Que yo nunca olvidaré.
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