A mediados del siglo XX, Zumpango experimentó transformaciones urbanas significativas con el crecimiento de barrios y colonias, y la modificación del territorio debido a la presencia de haciendas jesuitas, como la de Santa Lucía, donde ahora se encuentra el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles.
Fenómenos paranormales que se convirtieron en leyendas
La localidad se dividió en barrios como Santiago, San Juan, San Marcos, San Miguel, Santa María, San Lorenzo y San Pedro de la Laguna, además de colonias como Ampliación San Bartolo, Hombres Ilustres, Independencia y La Lagunilla. Las calles principales incluyeron 20 de Noviembre, 5 de Febrero, Revolución, Capulín, Del Carmen, Sonora, entre otras, además de callejones y privadas, como la Avenida de las Cruces donde, según las narraciones de los antepasados, ocurrieron diversos fenómenos paranormales.

En la fiesta del barrio de Santiago
Cuentan que para amenizar las fiestas patronales en cada uno de los barrios, en especial la del día 8 de diciembre que corresponde a la Purísima Concepción, los vecinos celebraban grandes bailes públicos.
A lo lejos se escuchaban las canciones que la orquesta entonaba en el palacio municipal, era el baile organizado para deleite y satisfacción de los pobladores de Zumpango.
Fernando y Agustín se encaminaban por la calle José María Morelos y Pavón, rumbo al antiguo Barrio de Tlilac, su charla se interrumpió porque pasaban frente a la Iglesia e hicieron una señal de respeto para el señor Santiago, patrono del lugar; avanzaron por la entonces calle de Las Cruces, con una longitud de dos kilómetros y se extiende desde San Miguel hasta la Primera Sección del Barrio de Santiago.
A mediados del siglo XX, tras los cambios sociales y estructurales
Los apresurados muchachos se encontrarían en el camino a dos hermosas damas. Ya era de noche y había poca iluminación, pues apenas llegaban las instalaciones eléctricas a la zona, lo que hizo difícil distinguirlas del todo; sin embargo, fue la radiante luna quien ayudaría en el alumbramiento del transitar en el empedrado sitio.
Los gallardos jóvenes atravesaron el enorme campo donde los fines de semana se realizaban partidos de béisbol, en el desolado lugar ambos percibieron un frío aire que penetró hasta sus huesos. Dejaron de hablar; pues escucharon un breve lamento, al mirar alrededor percibieron ciertas sombras que se movían a la orilla del camino, pensaron que el intenso aire era la razón por la que los arbustos mostraban un extraño vaivén que alteró levemente sus pensamientos y emociones.
Sin prestar demasiada atención a las siluetas, ellos siguieron sus planes. De pronto escucharon que el lamento fue mucho intenso; se paralizaron y la piel se erizó, ambos quedaron por un instante clavados a la tierra, se miraron y encontraron en el otro unos ojos desorbitados, estaban enmudecidos. El extraño ruido aumentaba su intensidad, podían escuchar con claridad la voz de una mujer que clamaba piedad, perdón y clemencia.
Una fuerte ráfaga de viento los envolvió e hizo reaccionar, corrieron hasta llegar a la esquina con la calle de Zaragoza y sin mediar palabra decidieron regresar al centro de la población, en su carrera apenas libraron el encuentro con Gumercindo quien se dirigía en sentido contrario, él los vio pasar y pensó que probablemente llevaban prisa por llegar al bailongo. De las mujeres no se supo más.
El charro misterioso
Gumercindo se encontraba en la intersección dond ero, justo donde dieron vuelta Fernando y Agustín, ahí desde tiempos inmemoriales existía un montículo de tierra que sobresalía sobre algunos matorrales y un gran mezquite. En ese lugar construyeron el basamento que sostenía una enorme cruz. Recordó que muchos parroquianos hablaban de distintos encuentros con un Charro elegantemente vestido de color negro con broches, presillas, botonadura de oro, sombrero que ocultaba su rostro, botines con brillantes espuelas y enorme caballo con enormes ojos vidriosos que invadían el alma.
Disminuyó sus pasos, con sigilo miró insistentemente la figura de la Cruz, avanzó sin que el relinchido de la bestia salvaje apareciera como solía ocurrir alrededor de la media noche, poco a poco avanzó por la calle de las Cruces y dejó atrás el misterioso sitio, pronto volvió a sentir tranquilidad, la música seguía, él apenas la percibía.
El camino se encontraba solitario, podía oler la tierra mojada, la llovizna de la tarde formó pequeños charcos que reflejaban las imágenes de la bóveda celeste. Las notas musicales se esfumaron, notó que el gruñido de varios puercos lo acompañaban, arrastraban cadenas, el ruido del fierro chocaba con las rocas que encontraban a su paso, era un sonido conocido porque los vecinos acostumbraban a encadenar los animales con la finalidad de localizarlos y atraparlos fácilmente. Gumercindo no detuvo su marcha, no veía a los cerdos por lo que volvía su mirada, varias veces los buscó y aunque escuchaba que iban a su lado parecía que la neblina los ocultaba, la densidad del ambiente se acrecentó, eso le impedía observar algo más allá de sus manos.
En la penumbra observó una tenue luz, a lo lejos distinguió el par de casitas construidas por sus familiares campesinos, ambas formaban la diagonal en la unión entre la avenida de las cruces y la calle de Braniff. Ya casi llegaba a su destino, sólo faltaba atravesar una pequeña barranca formada por el constante escurrimiento del agua de lluvia, los gruñidos de los cerdos ya no existían. Descendió por el encrespado terreno, pronto llegó a una zona que bajaba, tenía unos tres o cuatro metros de profundidad, ya no era calle sólo una vereda, en la parte alta los árboles cerraban parcialmente el panorama que el cielo ofrecía, algunos rayos de la luminosidad lunar apenas se dibujaban entre la bruma.
Al adentrarse por el sendero sintió la presencia de alguien, no alcanzó a mover su cabeza porque una figura femenina pasó rosando su hombro, por instinto saltó hacia el otro lado, trastabillo, pero no se desplomó, sus piernas lo sostuvieron y una raíz expuesta sirvió de apoyo para incorporarse de inmediato. La niebla se desvaneció y sus ojos lograron apreciar la blancura de su ropa, una blusa con manga que le cubrían los brazos, en sus hombros sobresalían hermosas flores tejidas que se unían a las que llevaba incrustadas en sus larguísimas trenzas, éstas se perdían en su espalda como si fueran parte de la obscura noche.
Un cincho rojo marcaba su diminuta cintura, ahí nacía una falda de manta que no dejaba ver sus pies, ella avanzaba lentamente, Gumercindo intentó hablar, sin embargo, las palabras se ahogaron, la mujer como si comprendiera aquella intención, detuvo su desplazamiento, giró un poco y dejó al descubierto el bordado de peces, ajolotes y patos, todos ellos enmarcados con flores del tule.
La escena lo maravilló, se deslumbró con la belleza de la naturaleza incrustada en la vestimenta, pretendió mirar el rostro, pero los destellos del collar y la incipiente luz que había esa noche no lo permitieron.
Ella estiró su brazo, lo ofreció como una invitación para que Gumercindo tomara su mano, él sin pensarlo correspondió, sintió una piel suave, húmeda y fría, con delicadeza se acercó y entonces el rostro le fue develado.
Esa noche, los adobes y la puerta de madera no lo recibieron, con los primeros rayos del sol sus parientes salieron a buscarlo, caminaron por el pueblo, alguien les comentó que habían encontrado a un hombre entre los matorrales a la orilla de la laguna, hasta allá fueron, ahí estaba con su mirada clavada en las cristalinas aguas, su cabello se movía al compás del viento provocado por los sauces llorones. Las voces que llegan hasta nuestra época dicen que en el rostro podía leerse una profunda paz.
Así se quedó, jamás abandonó ese momento de éxtasis, así vivió el resto de sus días, a él no le tocó un encuentro sobrenatural maligno, experimentó una extraña fusión con el mundo de la naturaleza y sus enigmáticos seres. Hoy durante el día la Avenida de las Cruces es altamente transitada, sirve de libramiento para evitar la aglomeración vehicular del centro de Zumpango, pero por las noches sigue soplando el viento frío, se escuchan voces y de vez en cuando caminan extrañas mujeres que portan un vestido blanco quizás con bordados que muestran peculiares detalles.
PAT
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