Motivados por la fe religiosa, habitantes de la comunidad de San Martín Ocoxochitepec, municipio de Ixtapan del Oro, realizan una de las tradiciones más populares de la comunidad a través de la peregrinación del Señor del Perdón.
La celebración, que inicia con ritos litúrgicos cristianos, sirve para recibir al próximo temporal, del que auguran buena época. Inicia en el cerro del Aura.
La población se prepara durante mayo, en la última semana del mes, mayordomos y fiscales reúnen lo necesario para la celebración en la que no solo ofrendarán, sino también pedirán al santo patrono abundancia y fertilidad para la tierra en siembras y cosechas ante la llegada de la temporada de lluvias.
Cuenta la leyenda que la mañana de cada 30 de mayo, desde muy temprano el canto de los gallos resuena en las montañas , los fieles se reunían al pie del templo blanco, encalado y de muros viejos, edificado durante el siglo XVII por órdenes franciscanas pero de mano de obra indígena; ese que guarda siglos de plegarias, promesas y milagros. El cielo azul y sin una nube era un presagio de bendición. Las campanas de la iglesia repicaban con gozo: era el día en que el del Señor del Perdón, por unas cuantas horas, empezaba su majestoso peregrinar.
Bajo el sol tibio de la mañana, la procesión parte. Al frente, estandartes bordados con hilo dorado y fe ondeaban al ritmo de los pasos. Uno de ellos llevaba la imagen del Señor del Perdón, el Cristo moreno de mirada compasiva que, según los antiguos del pueblo, ha sanado cuerpos y almas desde tiempos inmemoriales. “¡Señor del Perdón, escúchanos!”, clamaban algunos, mientras otros caminaban en silencio, con lágrimas contenidas y rosarios entre los dedos.
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Sombreros de palma se veían entre la multitud que servían para proteger de los intensos rayos del astro rey a los feligreses, a las familias asistentes, a los piadosos. Al principio los pasos son rápidos, pero cada vez se hacía más complicado, la fatiga y el cansancio evidencian el andar. El terreno parecería abrupto, pero el aliento de llegar y cumplir, era el estímulo.
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La iglesia se alzaba imponente, como esperando con los brazos abiertos. Su torre blanca, marcada por el tiempo, parecía mirar con ternura a cada peregrino que llegaba. Al entrar, muchos se arrodillaban, otros colocaban velas, flores e incienso, con el anhelo de súplicas y agradecimientos. Cuentan que el Señor del Perdón, el Cristo moreno, siempre había escuchado los corazones afligidos y que no les habría fallado nunca.
En la tradición oral se cuenta que la imagen era llevada en peregrinación hacia la Parroquia de San Miguel Ixtapan, cerca de la comunidad, trasladada en hombros, sobre una base de madera cargada por cuatro personas, notaban y sentían que la imagen se volvía pesada, se decía que el Señor del Perdón no quería salir o dejar su capilla, finalmente la imagen permanecía por varios días en el pueblo. Pasados algunos días la regresaban de nuevo a su lugar de origen y en ese momento la imagen se hacia menos pesada, se creía que ya no tenía inconveniente en regresar a su lugar de origen.
Es una imagen muy respetada y custodiada por los habitantes de la localidad, inclusive, la iglesia permanece gran parte del año cerrada y solamente se permite el acceso con la autorización de los mayordomos y fiscales, por el significado que se le dio y por el valor histórico.
El altar del monte y la voz del perdón
Después de la caminata devota hasta su destino, el pueblo se trasladó a lo alto del cerro, donde los árboles dan sombra antigua y el viento parece soplar oraciones. Bajo una lona, se alzó un altar sencillo, pero lleno de vida: flores tropicales, manteles bordados y, en el centro, el crucifijo del Señor del Perdón, rodeado de flores amarillas como corona de gloria. El sacerdote da inicio a la celebración religiosa con voz firme y corazón abierto. Frente a él, el pueblo —hombres, mujeres, ancianos y niños— escuchan con atención, con fe en el rostro y en la postura. Todos los que allí se reúnen acuden con la intención de agradecer, pedir, llorar en silencio y volver con el alma más liviana.
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En la homilía se habla de reconciliación, del poder de perdonar y ser perdonados. “No hay dolor que no vea el Señor del Perdón”, menciona el sacerdote, al tiempo que mira al Cristo. Algunos asienten, otros limpian las discretas lágrimas. A un lado del altar, una mujer sostenía en su mano un ramo de flores silvestres que por muy sencillo que fuera tenía la fe que también sería escuchada.
Al final, las familias se acercan al altar. Tocan la imagen, dejan flores, besan la base de madera como si allí estuviera el corazón del mismo Dios. El Señor del Perdón no solo estaba en la cruz; estaba en los rostros, en los pasos, en los cantos que se elevaron como incienso al cielo despejado.
El pueblo se reúne en torno a la gratitud por los milagros recibidos. No un milagro estruendoso, sino el de la unidad, la esperanza y la fe que sigue viva. Porque mientras se sigan reuniendo bajo el sol y el silencio del cerro, el Señor del Perdón seguirá obrando.
Fe que camina, fe que florece
“¡Señor del Perdón, perdona a tu pueblo!” gritaba una mujer con mucho jubilo glorioso de la devoción, a su lado, jóvenes cantaban, niños rezaban y ancianos susurraban recuerdos de curaciones, sueños y promesas cumplidas. Todos reunidos en la gran montaña que se ha convertido en un emblema histórico-cultural de la comunidad. Ahí son recibidos por el sacerdote quien, con saludos y bendiciones, da la bienvenida a los devotos.
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Durante la consagración, un silencio profundo envuelve el monte. Y en ese instante, en medio del canto de los pájaros, el pan se vuelve cuerpo y el vino, esperanza. Algunos cierran los ojos; otros lloran. Porque allí, entre ramas y tierra, está el Señor del Perdón, no solo en la cruz, sino en cada corazón.
Al final se bendice un pequeño altar con la imagen de Jesucristo resucitado coronado con flores amarillas y aves de paraíso, con la esperanza que la lluvia, símbolo de vida reverdezca la tierra, que las semillas pronto germinen y que sean buenas cosechas, también se pide que el próximo año conceda de nuevo a todos los feligreses la penitencia de presenciar, de estar de nuevo con su amado Señor del Perdón.
Así, entre cantos y fe, termina la jornada. Pero la devoción no termina nunca. Porque mientras exista un alma dispuesta a caminar, un corazón dispuesto a creer, y un pueblo que se una en nombre del perdón, el Señor seguirá obrando silencioso, firme y eterno como cada 30 de mayo.
Fernando Velázquez, Cronista de Ixtapan del Oro
Fotos: Guadalupe Rangel y Fernando Velázquez
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