Entre los caminos de Zinacantepec, José Luis Miranda, de 56 años, sigue entrelazando historias en cada canasta que fabrica.
Heredó el oficio de su abuelo y, aunque muchos creen que la cestería ya casi desaparece, él afirma que sigue muy viva en las manos que no se rinden. A media mañana, mientras trabaja en su taller improvisado, platica cómo es dedicarse a este arte en estos tiempos.
José Luis recuerda cómo empezó su camino en la cestería, sin maestros formales, solo observando y practicando. Su memoria se llena de tardes soleadas y manos ásperas que le enseñaban sin hablar demasiado.
“Yo aprendí desde chamaco, viendo a mi abuelo, nomás de estar ahí sentado oyendo sus cuentos y viendo cómo movía las manos. Uno empieza nomás jugando, pero luego ya lo haces en serio, porque de esto también comíamos. Antes no había que pensarle mucho, era ver, agarrar y repetir hasta que te saliera bonito”, mencionó.
La cestería se ha convertido casi en un lujo
Explicó que cada época trae sus propias complicaciones. Antes la cestería era una necesidad cotidiana, ahora es casi un lujo, aunque él sigue apostando por la calidad que solo da el trabajo artesanal.
“Antes nos pedían un chorro de canastas para el mercado, para los tianguis, pa’ todo. Ahora ya casi no, pero hay gente que todavía las quiere, porque una canasta de mimbre aguanta más que una de plástico. A veces me piden pa’ decorar o pa’ bodas, ya no es lo mismo, pero todavía sale algo”, comentó.
Proceso de fabricación
En el proceso de fabricación, José Luis remoja las varas de mimbre durante horas para hacerlas más flexibles. Después empieza el tejido, que puede llevarle desde un par de horas hasta varios días, dependiendo del tamaño y el diseño. No trabaja con moldes; cada pieza nace de su intuición y su experiencia.
“Esto no es de andar a la carrera. Si traes prisas, te sale chueco todo. Hay días que mejor dejo la vara descansar y otro día la agarro otra vez, pa’ que quede bonito. Es como si las varas también tuvieran su carácter porque alguna son de dejan manejar bien, otras se resisten y hay que dejar que se vayan ablandando”, explicó.
Aunque sus hijos y nietos se dedican a otros oficios, de vez en cuando lo acompañan a remojar mimbre o a separar varas.
“Yo les digo: aunque sea una canastita háganse, pa’ que no se pierda. No es obligación que se dediquen a esto, pero que sepan hacerlo, que sepan que de las manos también sale arte. Aunque anden de licenciados o de lo que sea, que no olviden de dónde venimos todos porque este es algo que nos dejaron nuestros antepasados, aunque no todo el mundo se dedique a esto”, comentó.
Es una de las artesanías más antiguas
En el Estado de México, la cestería es una de las artesanías más antiguas. Se elabora principalmente en municipios como Ocuilan, Malinalco, Villa Victoria y Zinacantepec, donde los artesanos utilizan materiales naturales como el mimbre, el carrizo, la vara y el tule.
Aunque hoy la producción ha disminuido frente a productos industriales, sigue viva en mercados locales, ferias de arte popular y encargos especiales.
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