En los últimos años, hemos sido testigos de un cambio en los patrones históricos de eventos hidrometeorológicos en el mundo, el cambio climático nos ha estado recordando con insistencia que ha llegado para quedarse.
En muchas ciudades del mundo, se han estado enfrentando a estos eventos, sequías prolongadas, lluvias torrenciales puntuales y de forma indirecta, pandemias y enfermedades. El común denominador es la presión que imprime a sus gobernantes y, por supuesto, los efectos adversos para la población.
Los países desarrollados, para cuando estos efectos fueron evidentes, ya contaban con la infraestructura necesaria y una gestión funcional para atender los servicios públicos, personal capacitada y experta para cada una de sus funciones, sistemas de monitoreo meteorológico que les brinda de información importante, tanto de coyuntura como histórica que les permiten tratar de anticipar algunos de esos impactos, y claro, también cuentan con los presupuestos necesarios para invertir en estos esquemas preventivos y en los equipos de respuesta adecuados.
Sin embargo, aún estos países han debido enfrentar problemas de predicción ante fenómenos que cambian y se desarrollan muy rápido, hemos visto tormentas tropicales que se convierten en huracanes Nivel 5 en muy pocas horas, formaciones de tornados en lugares que no solían ser de riesgo, e inundaciones por impactos de lluvias con volúmenes de agua no antes vistos.
Cómo ejemplo tenemos en últimas fechas algunos ejemplos en ciudades como Valencia, y en San Antonio en los Estados Unidos, y por otro lado las sequías que pueden provocar mayor prevalencia de incendios, como en California.
Si esto ocurre en estos países, qué podemos esperar en los países del sur global, donde nuestras ciudades están en la parte rezagada de la carrera de la infraestructura, donde aún seguimos trabajando para la construcción de ella, pero aún en las condiciones que teníamos a partir de la segunda mitad del siglo XX, siguiendo las tendencias globales y bajo las condiciones presupuestales propias de países con dificultades presupuestales.
Cuando pareciera que estamos logrando coberturas amplias de agua, nos encontramos con que ya no se encuentra la disponibilidad suficiente para distribuir agua a través de las redes de distribución, lo que nos obliga a regresar a las fuentes y darnos cuenta que necesitamos invertir en evitar la sobreexplotación de acuíferos y aguas superficiales.
Cuando la cobertura de drenaje se empieza a lograr, encontramos con que no cumplen con el 100% de su propósito, cuando llegan a las plantas de tratamiento y no se tratan adecuadamente, por que las nuevas normatividades nos exigen cumplir con nuevos y más estrictos parámetros, por que los nuevos descubrimientos nos señalan que hay contaminantes emergentes, lo que implica una nueva necesidad de inversión.
Y en este mismo punto, las ciudades latinoamericanas no fuimos capaces de separar nuestras tuberías de recolección de aguas residuales de las aguas pluviales, y las que existen, se ven rebasados con los volúmenes tan inesperadamente grandes, y que no fueron construidos para soportar estas grandes cantidades de lluvia, lo que nos provoca inundaciones, con sus respectivos efectos económicos y de riesgo para la vida de los habitantes.
Lo anterior se da también en el contexto en que construimos grandes obras para la evacuación de nuestras aguas residuales, y de pronto nos damos cuenta que la reutilización puede ser una de las soluciones para combatir la escasez de agua, y esto requerirá de otra infraestructura, nos referimos a las líneas moradas.
Finalmente, respecto a las sequías, muchas ciudades se han encontrado con la necesidad de sugerir cambios en la infraestructura de edificaciones, o de nuevo equipamiento en los hogares, como son tinacos, aljibes, equipos ahorradores, etcétera enfrentando el reto de no haber sido construidos considerando estos fines.
PAT
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