Quienes somos padres y madres experimentamos diversas emociones, ideas y fantasías con relación a nuestras hijas e hijos. Amor, ternura, sorpresa, duda, temor, preocupación son algunos de los sentimientos que podemos desarrollar, a partir de la existencia de esa personita que sostenemos entre nuestras manos cada vez que la cargamos.
Es común que visualicemos a nuestros hijos e hijas creciendo, yendo a la escuela, estudiando la universidad, titulandose y siendo profesionistas exitosos. Otras personas pueden imaginarles practicando un deporte con mucha destreza, conviviendo pacíficamente con sus amistades, enamorándose y ser amados, formando su propia familia y ser felices. Estas expectativas de los adultos sobre niñas y niños son parte de nuestro desarrollo humano, y sin estar determinadas por roles de género, entre otros factores.
Pocas veces les imaginamos siendo ladrones, consumidores de alcohol o dedicándose a alguna actividad ilegal. No pretendo que lo imaginemos. Sin embargo, ¿qué sucedería si mi hijo o hija no es quien yo creía?
En sociedades globalizadas nuestra cotidianidad está rodeada de mensajes a través de tecnología y redes sociales; nos relacionamos con las demás personas de formas poco orgánicas. En lugar de platicar cara a cara con las personas, de tener el encuentro y conversar directamente para conocernos, lo hacemos en dispositivos tecnológicos. Hoy llamamos identidades digitales al conjunto de nuestra información que compartimos en internet.
Para quienes nacieron en este milenio, su vida e identidad está influenciada por celulares, tabletas, inteligencia artificial, redes sociales, representan extensiones de sí mismos para convivir. Somos 129 millones de mexicanos, hay 125 millones de celulares en el país y 107 millones de personas acceden a internet.
En Netflix está disponible Adolescencia, una miniserie británica que aborda la historia de un adolescente de 13 acusado de asesinato. Sin escenas grotescas, ni explícitas, ni vulgares, el espectador puede adentrarse a la trama y experimentar sorpresa, angustia, incredulidad, sobre el caso, y acercarse a un tema urgente: las identidades adolescentes y su salud mental en la era digital.
Para quienes somos padres y madres, esta serie puede ser una oportunidad para observar lo compleja que es la salud mental de nuestras hijas e hijos, que crecen en sociedades determinadas por la economía de mercado, la competencia indiscriminada, el consumo de redes sociales y la convivencia mediatizada por la tecnología, de donde pueden repetir modelos violentos de ser hombres o mujeres.
Tal vez también sea una oportunidad para preguntarnos qué me pasaría si mi hijo o hija no es lo que yo creía. Y decidirme a aprender herramientas científicas, pedagógicas, sin dogmas, para ayudar a nuestros hijos e hijas a vivir una vida sin violencia, sin discriminación por motivos de género, de condición social o de identidades.
Para quienes nacieron en este milenio, su vida e identidad está influenciada por celulares, tabletas, inteligencia artificial.
PAT
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