De la blancura melancólica en Jon Fosse 

Adentrarse en la literatura de Jon Fosse de manera previa a que le fuera otorgado el  Premio Nobel de Literatura 2023, debió generar ciertos sentimientos encontrados. Y es que Fosse resulta un autor íntimo que explora la ansiedad, el dolor, la pérdida y al mismo tiempo la vastedad del abandono de la razón en el curso del día a día. En esa rutina donde la escapatoria no es posible…

Es tal vez la frialdad de Noruega, la que nos permite poner todo en perspectiva y es que mientras leía Melancolía, y atestiguaba la forma en que  el protagonista se iba hundiendo en una suerte de espiral concéntrica  hacia la locura, sentía la misma desesperación en la repetición constante de las palabras, de la historia, de la revisión de los hechos, como si quisiera asegurarse de que no se le olvidara un solo detalle para seguir regodeándose en la miseria de ser Lars Hertevig, aprendiz de pintor del gran artista Hans Gude, enamorado irremediablemente de Helen Winckelmann, hija de su casera, encerrado en el terror del síndrome del impostor – que estoy segura aún no había sido identificado como causal de ansiedad, – y  que lo lleva a consumirse en el dolor de no sentirse ni valioso ni merecedor de una vida mejor.

Tras ser echado de la casa donde habitaba y de sentir el despecho del fragor de los celos y de que sus compañeros de clase – que lo saben pobre, – le jugaran una broma cruel, su estado mental no vuelve jamás a ser óptimo. Esos son los personajes de Fosse, marcados por la realidad. 

¿Es que acaso el atrevimiento a no atreverse pueda llamarse cobardía? ¿Y qué es la cobardía, sino un miedo irracional que se apropia de nuestra voluntad hasta dejarnos en la inacción?  ¿Será que la locura sea la protección para la vida a medias?

Lars Hertevig, va de la expectativa de pintar los cuadros más bellos del mundo, al autodesprecio y la autocompasión. El texto se convierte en un conjuro repetitivo que pretende evitar el olvido del orden de los hechos, desde la manera en que cae el cabello de Helen, hasta la panza del tío, la forma en que el viento mueve las cortinas de la habitación y el episodio de dolor  que provoca el saberse solo, completamente solo y únicamente poder decir:

“Debe haber un lugar al que pueda ir…” – sabiendo que no es así.

Mientras  que, en Blancura, una aparente anhedonia se apropia de la vida del protagonista, que acepta que el aburrimiento lo ha abrumado, tomar un auto y atascarlo en el camino forestal, sin saber decidir hacia dónde ir.

Saberse perdido, haber hecho un alto que no lleva a ningún sitio y que termina por demostrar la falta de atención que se presta a sí y a sus necesidades.

Mientras se encuentra dialogando consigo mismo sobre sus pensamientos que parecen un ataque de verborrea irremediable. Mientras se deja capturar por la danza de los copos de nieve que caen y amenazan con ponerlo en una situación complicada, sabe que debe tomar una decisión y se sumerge en el bosque, donde no hay nada, ni nadie que lo ayude.

El clima es frío y se encuentra con una presencia, o criatura de fosforescente blancura con quien intercambia algunas frases y que termina por desaparecer, dejándolo con su padre y su madre, para pasar del aburrimiento previo al terror y a lo poético, sumergiéndose en la única posibilidad, la blancura, la nada, el desaparecer ahí… La obra de Fosse tiene esa peculiaridad, convertir en poesía lo que toca. Prosa poética, poesía en prosa, que no prosaica.

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Supongo que debe ser brutal el enterarse de que se ha sido considerado para recibir uno de los cinco premios señalados en la última voluntad del millonario benefactor  de los mismos – Alfred Nobel, – y cuyas instrucciones para señalarlo fueron, que debe ser otorgado “a quien haya producido en el campo de la literatura la obra más destacada, en la dirección ideal,” me hace cuestionar, ¿cuál es “la obra más destacada” o “la dirección ideal”, para escribir, acaso existe alguna? 

Además de pensar en la cantidad de omisiones de grandes autores a los que la Academia Sueca ha pasado por alto, es tan inmenso el mundo editorial  y tan poco el tiempo para leerlos a todos. Otra de las cuestiones que siempre me he preguntado, tal vez por haber nacido en América Latina, con música, guapachosidad, pasiones desbordadas, circunstancias vulnerantes y muchas otras cuestiones históricas que nos identifican, ¿será que sentimos con la misma intensidad, las ganas, las pasiones, los arrebatos, el dolor a 30°C, que -0°C?

Resulta interesante que el autor haya escogido a un artista local, de gran impacto, de cuya obra queda casi nada, si consideramos que la obra de Fosse cuenta con al menos cuarenta obras de teatro, podríamos llamarlo dramaturgo y sin embargo, incursiona en la narrativa por medio de la novela, en la lírica a través de la poesía y eso no lo limita, pues también cuenta con ensayos, libros infantiles y traducciones, lo cual muestra que estamos frente a un autor poliédrico y multifacético. Entre sus influencias y autores favoritos se cuentan Beckett, Ibsen y Lorca, ¡nada perdido!

Tal vez el frío que hiela los huesos también provoca desvaríos, y mareos, tal vez la pasión también arde bajo cero…

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