La poesía es, según los que se atreven a definirla, una “composición literaria que, concebida como expresión artística de la belleza por medio de la palabra, en especial aquella que está sujeta a la medida y cadencia del verso.”
También dicen por ahí que la poesía proviene del griego ποίησις lo que querría decir ‘acción, creación; adopción; fabricación; composición, mientras que poema sería ποιέω hacer, fabricar; engendrar, dar a luz; obtener; causar y crear.
El poema es a fin de cuentas lo que da vida a la poesía y ninguno de ellos existiría sin el poeta, ese ser sobrenatural capaz de experimentar la existencia con una piel delicada que siente más que cualquier otra, que vive de manera apasionada y que se atreve a dejar un recuento de lo que se es, se ansia y se desea.
Durante muchos años la poesía ha sido el género literario “bonito”, ese que manifiesta a la belleza o el sentimiento estético como tal, a través del uso de las palabras, ya sea en verso o en prosa, pero es también ese género que nos desgarra, que nos describe y reconoce, que nos humaniza y al mismo tiempo nos acerca a los dioses trascendiendo el tiempo y el espacio.
Ya desde 25 siglos antes de Cristo existen testimonios de lenguaje escrito en forma de poesía, como el Poema de Gilgamesh que data de unos 2000 años antes de Cristo, los cantos de La Ilíada y La Odisea presumiblemente atribuidos a Homero de 800 años antes de la era cristiana, es justo gracias a estos textos y tantos otros como Los cantos de los Veda, libros sagrados del hinduismo, que se supone que los cantos que los pueblos componían eran transmitidos de una generación a otra de manera oral, su ritmo tenía la finalidad de permitir que fueran recordados con mayor facilidad.
Creo que la poesía es indefinible y; sin embargo, es una oportunidad en ocasiones catártica de transmitir por medio de las letras y de las palabras sentimientos, acontecimientos, momentos y sensaciones que al ser leídas por los otros seguramente generarán en ellos alguna reacción de tipo subjetivo dependiente por supuesto de sus contextos y vivencias personales.
México cuenta con una historia prolífica de poetas por demás maravillosos, desde Nezahualcóyotl el Rey poeta de Texcoco, pasando por Sor Juana Inés de la Cruz, José Emilio Pachecho, Octavio Paz y su Premio Nobel de Literatura; Rosario Castellanos, Andrés Henestrosa, Alberto Ruy-Sánchez, Elsa Cross, Elena Garro y tantos y tan innumerables talentos.
El Estado de México puede presumir de contar con muchos y muy variados poetas con capacidad y sensibilidad para dar y repartir entre los que mencionaré solamente a algunos, disculpándome de antemano por no enlistar a todos por cuestiones de espacio, el maestro Roberto Fernández Iglesias, la maestra Margarita Monroy, Blanca Aurora Mondragón, Benjamín Araujo, Pedro Salvador Ale, Marco Aurelio Chávez Maya, Alfonso Sánchez Arteche, Félix Suárez, Jorge Árzate Salgado, Dionicio Munguía, Flor Cecilia Reyes, Lorena Romero, Jorge Manuel Herrera, Cecilia Juárez, Oliverio Arreola, Pedro Félix Macedo, Rocío Franco, Francisco Javier Estrada, Mónica Soto Icaza y tantos más que en algún momento u otro, a través de sus letras, vivencias y palabras; han logrado conmover a propios y extraños.
A partir de hoy, mi compromiso es irles presentando uno a uno, al menos una vez por mes, para gloria y beneplácito de sus sentidos y las letras mexiquenses.
Se reciben sugerencias para dar inicio la próxima semana.
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TAR