Durazo: del escritorio de la nación al pulso del desierto.

Jorge Chávez Mijares | Demoscopia Digital

Alfonso Durazo Montaño ha recorrido la política mexicana como pocos. De hombre clave en los pasillos del poder federal a gobernador de uno de los estados más complejos del norte del país, su tránsito ha sido todo, menos casual. Hoy, a sus 70 años, el sonorense de Morena comienza a consolidar una figura que combina experiencia, oficio político y resultados tangibles.

El estudio de Demoscopía Digital correspondiente a mayo lo coloca en el 2º lugar nacional, con un 68.6% de aprobación ciudadana, subiendo respecto a abril cuando se ubicó en el 3º lugar con 67.8%. Una señal clara de que en Sonora, la gente comienza a ver con mejores ojos la forma en que Durazo está gobernando.

Su perfil técnico y su colmillo político —formado al lado de presidentes, en crisis nacionales y como operador de confianza de López Obrador— no se han diluido en el Ejecutivo estatal. Al contrario, le han permitido navegar con inteligencia los retos propios de Sonora: inseguridad, desarrollo fronterizo, inversión y relaciones complejas con comunidades indígenas y sectores productivos.

Lo suyo no es el carisma tradicional de campaña. Su sello es el de la gestión seria, el diálogo con todos los sectores, el control institucional. Y en un entorno donde muchos gobernadores se desgastan rápido, Durazo mantiene un ritmo ascendente, sin rupturas, con un gabinete relativamente estable y una narrativa que se enfoca más en resultados que en confrontaciones.

Sonora es tierra de contrastes: desierto y mar, migración y arraigo, violencia e industria. Gobernarla no es tarea menor. Pero Durazo ha logrado algo valioso: traducir su trayectoria nacional en una gobernabilidad local eficaz, sin perder el horizonte del largo plazo.

Su crecimiento en los niveles de aprobación no es solo estadístico. Es político. Es simbólico. Y sugiere que en el tablero nacional, Alfonso Durazo aún tiene capítulos por escribir.