Tonanitla, lugar de nuestra madre, fue en la antigüedad una isla, un Anáhuac lacustre en la cuenca norte de México, en el Altiplano central. En la parte norte se ubicaba el lago de Zumpango y Xaltocan, que al igual que el de Texcoco, Chalco y Xochimilco conformaron los cinco lagos, alimentados por ríos y manantiales que bajaban de las montañas.
En el caso del lago de Tonanitla continuidad con el de Xaltocan, lo nutrían un ramal del río de Cuauhtitlan, llamado el Tepejuelo en el lado poniente y las fuentes de Ozumbilla, situado en la parte oriente de la Hacienda de Ojo de Agua. El poblado de Tonanitla, rodeado de agua salitrosa y a la vez de agua dulce; tuvo una planeación hidráulica en la época prehispánica, fue eminentemente exitosa para el sembradío de chinampas y extracción del tequesquite.
En la actualidad los habitantes de este municipio recuerdan ese pasado lacustre, ya que en las primeras décadas del siglo XX fue desecado el lago. Ahí nació una de las leyendas emblemáticas del lugar: Ahuízotl, el espinoso del agua o perro de agua, según los informantes de Sahagún.
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Desde la época prehispánica
Su nombre alude a un animal fantástico, por las características de su glifo formado por un mamífero asociado con una corriente de agua. No se tiene fecha exacta de su nacimiento, pero estudios revelan que fue menor que Tizoc, además de ser nieto de Moctezuma Ilhuicamina. Su madre era hija de este tlatoani y su padre, Tezozómoc, hijo de Itzcóatl, el cuarto gobernante mexica. Era hermano de Axayácatl y de Tízoc, sus antecesores. Ahuitzotl fue padre de Cuauhtémoc, último tlatoani de Tenochtitlan.
A Ahuizotl se le consideró el jefe militar más destacado entre todos los tlatoque mexicas. Fue capaz de llevar a Tenochtitlan a recuperarse de los tropiezos sufridos durante los reinados de Axayácatl y Tízoc, también tuvo la habilidad para llevar los dominios de la Triple Alianza a su máxima extensión histórica, llegando a las lejanas costas de Chiapas. Durante su reinado, Tenochtitlan vivió tiempos de esplendor y requirió de crecientes cantidades de tributos.
Cuando fue elegido tlatoani, el pueblo azteca no estuvo de acuerdo en ello, en particular por su juventud; aunque tiempo después se convirtió en uno de los gobernantes más exitosos de Tenochtitlan.
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No llegó a Tonanitla en el sentido físico, sino que su leyenda y presencia se extendieron a través de la tradición oral y la narrativa de la región.
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Lo que la gente dice de él
Es doña Nicolasa Martínez, nacida a principios del siglo XX, quien narra que su abuelo, Domingo Martínez, le decía que el Ahuizotl salía a bañarse atrás de una casa vieja, donde vive Choti.
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Tonanitla era como un acalote o zanga llena de abundante agua, ahí había pescado amarillo y patos.
El Ahuízotl había sido nombrado autoridad para arreglar las discordancias entre las familias del pueblo. Las señoras acudían a él a buscar solución a sus problemas, pero lo encontraban convertido en víbora de agua en el escritorio. Y decían: ¿Qué cosa está ahí?
Se espantaban y gritaban.
El Ahuizotl, al escuchar el alarido se fastidió y se fue, según, para Xaltocan.
Don Domingo decía que, si no hubieran hecho eso las señoras, de espantarse, tal vez no se hubiera ido.
En el lugar aún se conserva la casa de adobe, identificada por don Apolinar Reyes, nacido en 1910, contaba que en esa casa de gobierno había habitado el Ahuitzotl. La gente que visitaba al soberano lo encontraba, a veces, convertido en víbora de agua, pato, garza y otros animales acuáticos. Era un nahual.
El señor de las aguas
La leyenda trascendió y se dio a conocer en el pueblo de Xaltocan, ubicado al norte de Tonanitla, a escasos tres kilómetros. Según las anécdotas, don Esteban Juárez, oriundo de este pueblo, en 1957 le dijo a Miguel Barrios, quien recopiló la leyenda y fue incluida en las obras de Robert H. Barlow.
Se dice que la criatura mítica se casó con una mujer de Tonanitla. Algunos decían que cuando contrajo nupcias él estaba convertido en tritón, eran suyos todos los manantiales, los pescados, camarones, moscas de agua y todos los pájaros.
Un nuevo gobierno
Los habitantes de Xaltocan, al conocer del poderío del mítico ser, le propusieron que fuera su señor, pero él no quería porque no era hombre, era solo un animal acuático.
Día a día llevaba en su trajinera pescado para su mujer, quien lo vendía en el mercado, jamás concluía las ventas, porque el Ahuitzotl llenaba su chiquihuite con más pescado y nunca se terminaba.
Al aceptar ser gobernador en Xaltocan, los habitantes del pueblo se quejaron de su ingobernabilidad. Este, al escuchar y conocer el reclamo, les dijo que aparecería en Nextlalpan, municipio de Xaltocan.
Los habitantes le construyeron un barco grande y lo adornaron con flores y le pusieron un tambor y flauta para llevarlo al municipio; sin embargo, prefirió su canoa. Cuando él se subía a su embarcación le seguían millones de peces, pájaros y agua, esto ocasionaba asombro entre quienes presenciaban el viaje del gobernante.
Un día, al llegar a la comunidad de San Pedro Miltenco la canoa desapareció, nadie tenía rastro de ella, ni del gobernante; no obstante, cuenta la leyenda que esta apareció poco después en los lagos de Michoacán.
Se dice que fue hacia allá dirigido por el Dios Tláloc, con el fin de aterrorizar a los humanos que se aventuraban a nadar o a bañarse en ríos y lagos. La tarea de esta criatura era atrapar a aquellos que entraban en el agua y llevarlos a las profundidades y con ello ofrecerlos en sacrificio a Tláloc
Antes de partir anunció que no dejaría rastro alguno en Xaltocan, “a Tonanitla iré a dejar un pescado amarillo, una mosca de agua y camaroncillo”.
Se dice que por ello Xaltocan no dejó nada para sus aguas y Tonanitla siempre tiene suficiente pescado amarillo.
Ahuitzotl estuvo presente en la mitología de varios grupos del centro de México, de ahí su presencia en Tonanitla.
Felipe Flores, cronista municipal
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