Las leyendas en Villa de Allende, al igual que en otros municipios, son parte de la tradición oral que forma parte del patrimonio cultural de las que habitantes del lugar se sienten orgullosos y otros temerosos al conocer lo que los antepasados han narrado y preservado por generaciones, como la de don Pedro Arreola.
Se dice que se estableció en la comunidad de Santa Teresa, que pertenece al municipio, a finales del siglo XIX. Algunos ancianos aseguraban que don Pedro era originario de Los Altos, otros afirmaban que era de La Barca; Jalisco. Nunca se supo con exactitud, pues la personalidad de Arreola era temida por los lugareños.
Era considerado como un hombre huraño, moreno, alto, de voz gruesa y de pelo lacio, vestía con pantalón y camisa negra con botonería y adornos de plata; botas y sombrero grande al estilo charro , con deslumbrantes espuelas, por lo general de plata, emitían un sonido muy diferente al que otros jinetes de la región usaban. Algunos decían que era imponente, elegante y misterioso.
Siempre se le veía montado en alguno de sus dos impresionantes y bellos caballos negros, uno llamado Azabache y el otro Flor de durazno; portaba en la mano derecha una vistosa cuarta, nunca bajaba su revolver de la cintura, siempre lo trajo puesto porque era muy desconfiado, algunos decían que era porque andaba en malos pasos, la pistola que cargaba era una Pelcemaker, calibre 45 colt de seis tiros, pesaba un kilogramo, aproximado. Se le consideraba un jinete elegante, solía internarse en el bosque para llegar a alguno de los ríos y ahí dar de beber a sus hermosos caballos.
Quienes tuvieron oportunidad de conversar con él, afirmaban que Arreola había pertenecido a una banda de bandoleros o asaltantes de caminos, que posiblemente estaba relacionada con los bandidos de Río frío, muy famosos en esos tiempos; y que por cierto existe una novela llamada Los bandidos del Río Frío, de Manuel Payno. Aunque nunca se confirmó del todo, los indicios de sus labores podrían confirmar que sabía del oficio.
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De confianza y respeto
Arreola contrajo nupcias con Genoveva García, quien vivía en la comunidad de San Pablo Malacatepec.
Luego del casamiento, la pareja se fue a vivir a Santa Teresa. Tuvieron tres hijos: José, Agustín, y Juana Arreola García.
A Pedro Arreola le gustaban las carreras de caballos, además de poseer dos bellos ejemplares, que también inscribía en las carreras que se llevaban a cabo en la recta de San Pablo Malacatepec, donde ahora se ubica la escuela secundaria técnica agropecuaria N°32; acudía a competir con los equinos de Macario López, una de las personas más ricas de esos tiempos, hermano de las reconocidas señoritas López y dueñas del ejido Ignacio Allende, el más grande de la comarca y que después fuera expropiado. La familia López poseía la casa más bella del pueblo, hoy la actual presidencia municipal.
Don Pedro Arreola acostumbra cargar en su caballo una lata de alcohol puro de caña del 96°, para compartirlos con la gente del campo- A quienes veía que atravesaban por una complicada resaca o temblaban por falta de algún trago, él se acercaba y les invitaba; en especial los lunes, pues los domingos habrían sido de fiesta.
Al valiente jinete le gustaba acercarse a conocer a los campesinos, los defendía, les generaba confianza para conocer todos los secretos de los patrones, pero al descubrir los secretos más íntimos de las ganaderías, solía robar ganado de aquellos a quienes había hecho sus allegados. Solía hurtar el ganado más gordo, el de mejor presentación.
Ya que adquiría el botín, lo escondía en una barranca en la comunidad de Vare Chiquichuca. Si alguien sospechaba de él, lo veía raro o le incomodaba la visita de alguna persona, lo corría con gritos y le pedía no acercarse más, pues no respondería por algún acto.
Tenía un dicho: “Yo no soy nixcomelero. Yo le robó a los que tienen mucho más no a los pobres¨.
No le daba pena decir:
—Mi especialidad es robar a las haciendas, afirmaba el temido señor.
Primero iba a una hacienda a pedir trabajo y una vez que le daban el empleo se ganaba al patrón mientras pensaba cómo poderle robar. Aprovechaba las salidas del patrón a la ciudad, tal vez para hacer compras para las tiendas de raya o bien, a hacer algún negocio; Pedro aprovechaba y robaba todo lo posible. Huía y se perdía en las lomas o en el espeso de los árboles. Era estratégico y sabía de qué forma burlar al enemigo.
La mayoría de los hacendados radicaban en la capital mexiquense y del país. Los ricos dejaban a cargo a mayordomos, a quienes don Pedro, convertía en sus amigos, para así después cometer las fechorías.
Arreola contaba sus aventuras a algunos; aunque, debido a la forma de engañar, poco a poco el pueblo sabía de su fama.
En la jurisdicción de la Hacienda de la Trinidad, que pertenecía al municipio de San Felipe del Progreso, había un rancho que se llama La chispa, los dueños eran de la familia Hurtado, que tuvieron una escuela y eran ricos, tenían suficiente dinero. En una ocasión fueron asaltados por, aproximadamente, 20 personas, todas armadas y montadas a caballo. Las ganancias fueron transportadas en costales de ixtle, cargadas en las ancas de los caballos o bien amarradas de la silla.
Así, en las haciendas cercanas, los asaltos fueron constantes, todos comandados por Pedro Arreola, a quien ya se le había unido un nutrido grupo de campesinos, quienes poco después usarían disfraces de soldados para realizar los robos.
Era salteador de caminos, en especial en el de terracería de la carretera Toluca-Zitácuaro.
Admiración y riqueza
Don Pedro Arreola se convertiría en uno de los hombres más ricos, respetados y admirados del condado.
Tenía tierras, ganado bovino, porcino y caprino; negociaba con grandes terratenientes. Se convirtió en un hombre respetado en Villa de Allende y sus alrededores, era admirado por pobres y ricos.
La gente decía que Arreola no guardaba sus riquezas en su hogar, pues sabía qué podría ocurrir si sufría un asalto; por lo que, cuenta la leyenda, el respetado asaltante escondía el dinero que se robaba en una cueva, ubicada en el Cerro de San Pablo Malacatepec y Santa Teresa. Esta tenía una conexión con la iglesia de San Pablo.
Lugareños afirmaban que Pedro no era tan malo, pues ayudaba a la gente pobre de las comunidades, les daba trabajo.
Detenido por su espuela
El gusto de robar no daría para mucho, pues cada vez eran más las denuncias, además de que en varias haciendas ya era identificado Pedro Arreola, quien fue detenido gracias a una de sus espuelas.
Se dice que su captura de debió a que en uno de los asaltos una de sus espuelas cayó, esta tenía grabado en oro sus iniciales, que habría realizado Vicente Colín y Marcial, dos hombres que aprendieron a hacer frenos y espuelas con joyeros que llevó al pueblo el fraile Cirilo Bobadilla. Arreola fue aprendido en su casa.
Fue llevado al Valle Nacional, en esa época ahí mandaban a los mal vivientes. Estuvo ahí por poco tiempo.
De rico a pobre
Aunque poco se sabe qué ocurrió con su riqueza, quienes fueron testigos del regreso de Pedo al municipio, afirmaban que se dedicó a la agricultura con sus hijos, quienes no habían tomado el ejemplo de su padre, por el contrario, la honra los acompañaba.
Cerca de junio de 1916, en una tarde de verano, en una cantina del pueblo se suscitó una riña entre dos alcoholizados personajes; sin embargo, Juan Arreola, hermano de Pedro, recibió un balazo, sin que este estuviera involucrado en la pelea que protagonizaron Jesús Ortega y Eustolio Díaz.
Pedro, al saber que habían matado a su hermano, impidió el paso a Ortega, responsable de la bala perdida, le propició un disparo y Juan cayó muerto de inmediato. Pedro y otros que se encontraban ahí sacaron el cadáver , lo pusieron a media calle. Arreola argumentaba que el asesinato había sido en defensa legítima.
El final
Ya anciano y enfermo, Pedro Arreola, sabía que el final de su vida llegaría pronto; por lo que se mandó hacer una caja de madera de cedro rojo. También pidió se hiciera un panteón especial.
La muerte sorprendió al bandolero el día de su cumpleaños, fue así que falleciera el 29 de junio de 1938. Sus restos se encuentran en el atrio del templo del pueblo de San Pablo Malacatepec, que pertenece al municipio de Villa de Allende.
Después de su muerte hubo algunas personas deseaban encontrar los tesoros escondidos de Arreola; de los más conocidos Ramón y Erasmo García, originarios de San Pablo, lograron entrar a la cueva y escucharon voces que, según, les ofrecían dinero; sin embargo salieron con las manos vacías. A los pocos días de la anécdota, ambos personajes murieron.
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Héctor González, cronista municipal de Villa de Allende
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