El oráculo de Teotihuacán, último gran hallazgo del arqueólogo Rubén Cabrera
Un incensario con muchos elementos decorativos y que presumiblemente funcionaba como oráculo o un instrumento adivinador, fue el último gran hallazgo en Teotihuacán del arqueólogo Rubén Cabrera.
Funcionaba como oráculo o un instrumento adivinador, fue el último gran hallazgo en Teotihuacán
La pieza fue hallada en el año 2011 en el lado sureste del salvamento de La Ventilla y hasta hoy había permanecido resguarda.
Por primera vez fue expuesta al público, al término del simposio de este miércoles organizado en el Centro de Estudios Teotihuacanos, en honor al fallecido arqueólogo.
El investigador Jaime Delgado Rubio, quien trabajó al lado de Rubén Cabrera, fue el encargado de exponer este hallazgo, considerado el último de gran relevancia de su legado.
La pieza corresponde a un incensario o brasero tipo teatro, el más antiguo localizado en la zona arqueológica.
Detalló que el profesor tenía ya más de 80 años cuando el 30 de noviembre del 2011, excavó en una esquina del llamado Patio de los Glifos.
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Lo hizo con un par de trabajadores y luego de unas tres horas encontró una máscara pintada, bañada de blanco.
“Los restauradores determinaron que se trataba de cal, en realidad los teotihuacanos le dieron un generoso baño de cal”, explicó el arqueólogo que fue testigo de ese momento.
Relató que Cabrera estaba muy intrigado por saber por qué en ese artefacto aparecía un pico de águila, un tubo de chimenea, dos aves orejudas descendiendo desplegando sus alas, un cerro que identifican como el Cerro Gordo, con cuatro enormes gotas de agua y un círculo central que, después interpretaron como el posible símbolo de la ciudad.
Detalló que la pieza también tiene un personaje central con una nariguera muy grande, una diadema muy delgada y vestimenta similar a un huipil muy lujoso.
“Porta dos rodelas en sus manos, esto es clave, por que son espejos adivinatorios, es decir, es una deidad vinculada con el conteo del tiempo o con la adivinación de un destino comercial, de un día nefasto, de una alianza política y también está sentado sobre un trono y porta 2 artefactos que se lo vinculan al tiempo”, añadió.
Explicó que el brasero también tiene el triángulo y el trapecio teotihuacano, muy típico de la ciudad; además de chorros de agua saliendo del interior y hasta un emblema mascarita de Tláloc.
“Lo interesante del caso es que cuando quita la tapa el profesor Rubén se encuentra un cúmulo de semillas carbonizadas de maíz, frijol, en una cama de carbones de pino y encino”, dijo.
Según los apuntes del hallazgo, el humo que se generaba dentro del incensario salía por el tubo vertical, pero también salía por el pico del águila y esto daba la impresión de que el artefacto estaba comunicándose con sus fieles, es decir, estaba dando cuenta del resultado de esa adivinación.
Explicó que echar las semillas frente a deidades era una práctica común en Mesoamérica para adivinar el futuro, tanto de una transacción comercial, como de un nacimiento, como el destino, como de una enfermedad.
“El profesor al encontrarlo dentro del patio de los glifos, piensa que en realidad se trata de un artefacto adivinatorio; una especie de oráculo en el que los teotihuacanos pretendían saber el futuro una buena caravana comercial, de una buena alianza comercial, el futuro del mismo barrio”, indicó.
Suponen que entonces frente a esa pieza, seguro se postraron los ciudadanos para colocar esa ofrenda de semillas y adivinar el futuro.