Las rocas sagradas del barrio otomí de Acazulco.
Ofrendas, cantos, flores, música, reunión tradicional de un pueblo que preserva milenarias tradiciones en honor a la naturaleza.
Los otomíes de San Jerónimo Acazulco, en Ocoyoacac, vivieron por siglos en las cuevas de la serranía de Las Cruces, en Hueyamalucan, el Dongú y Río Hondito cerca de las cúspides donde están sus rocas sagradas como las improntas pétreas de El pie de Dios, la huella del enorme felino. Ahí aún se rinde culto a Tláloc, Xochoquetzal, Otontecuhtli, Mekatá, Makamé y a Otontecutli.
La cruz prehispánica
En Ocoyoacac existe una zona arqueológica, ubicada cerca de la carretera México-Toluca, es un asentamiento del Horizonte Clásico que data de las fases Tlamimilolpa y Xolalpan (250 a 450 d.C.).
Ahí existe una cruz, que no es símbolo cristiano, sino un glifo prehispánico que representa un árbol de ocote con ramas y frutos, y debajo de estas, dos ramas en forma de cruz. Este glifo se encuentra en la historia del municipio y está relacionado con su nombre, que significa en la nariz del ocote.
Está ligada a las cuatro estaciones del año: primavera, verano, otoño e invierno, a su vez con las etapas agrícolas: 2 al 12 de febrero, época de siembra; del 30 de abril al 3 de mayo, para el estiaje y escarda de la tierra para remover la humedad para favorecer el cultivo; 13 al 15 de agosto, tiempo de lluvias y los primeros productos de la milpa y, del 30 de octubre a principios de noviembre, la cosecha y las heladas y nevadas. Los otomíes del barrio de Acazulco realizan peregrinaciones y culto sincrético a sus deidades el 3 de mayo, segunda quincena de julio, tercera de agosto y el 1 de enero.
La adoración
La ceremonia sincrética de la cruz se realiza el 3 de mayo, Día de la Santa Cruz (cristiana), en el cerro del Mishto y de El pie de Dios. Consiste en una ceremonia que comprende tres ritos: la de limpia del altar, en la que se barre el sitio sagrado; la adoración y el arreglo del adoratorio con quema de cohetes. Las fiestas de julio y agosto se realizan en el cerro de Hueyamalucan donde se encuentra en la cúspide, frente a otra roca sagrada una iglesia católica dedicada al Divino Rostro de Jesús. En la noche de la víspera realizan un ritual similar al del 3 de mayo, pero al día siguiente el ritual es católico con una misa.
Peregrinar, ofrendar y preservar
Como parte de una tradición, el 3 de mayo de 2011, pobladores recuerdan la ceremonia emblemática en la que la idiosincrasia fue el elemento principal en el que Roberto Pablo Peña, iniciado aspirante a compadre mayor o chamán, reunió los elementos necesarios como: hierbas medicinales, palma, fruta, barras de chocolate, ceras, veladoras, cohetes, papel picado y una jaula y una paloma blanca; para convocar a la comunidad a peregrinar para rendir culto a la Cruz.
Pablo Peña, en esa ocasión, reunió a un gran número de habitantes del municipio, también participaron 11 intelectuales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), antropólogos, etnólogos, arqueólogos, lingüistas e historiadores, todos equipados con grabadoras y videocámaras, para atestiguar el momento en el que emprendieron el camino y llevaron a cabo la ceremonia.
Ante el altar se ubicaron un rezandero, la curandera, músicos con tambor y violín que acompañaron las plegarias y rezos.
En el fondo una cruz de madera decorada con flores y papel picado, a sus pies una ofrenda con seleccionadas flores, frutas, hierbas medicinales, un incensario con aromático copal, ceras y veladoras.
La ceremonia ante el altar inició con plegarias del rezandero, la curandera, el compadre mayor o chamán, los enfermos y los peregrinos. Le siguieron unas plegarias en otomí y español para el culto a la tierra, el aire, el agua y el fuego que incluyó a la centella y el golpe del rayo.
También se dieron cita enfermos, que pasaron con la chamana para que recibieran de esta una limpia de prevención o de sanación con ramos de santa María, ruda y pirul. Al terminar el rito la mujer lanzó al fuego, que previo encendido se mantuvo en la ceremonia, el ramo para que se quemara y no perjudicara a otra persona. Al terminar la limpia se le sopló en la boca para que saliera el aire malévolo.
Al concluir el ritual se presentó una mujer con un canasto pletórico de vaporosos tamales de ollita o chuchulucos y jarros con atole de maíz azul. Antes de repartirlos depositó una generosa ración a los pies de la cruz del altar, enseguida inició al desayuno general.
Para iniciar el peregrinar, cada participante escogió un bulto con parte de la ofrenda que sería depositada en los adoratorios del cerro. Un arqueólogo japonés escogió un pesado chiquihuite con unos 50 kilos de fruta, que llevaría en la espalda sostenido por un mecapal en la frente, a quien se le ofreció ayuda, que no aceptó; portó los elementos con misticismo. (1)
Algunos de los participantes prefirieron trasladarse en automóviles hacia San Jerónimo Acazulco. En la iglesia un sacerdote católico ofició una misa en honor a la santa Cruz, y al final bendijo múltiples cruces decoradas. Una vez bendecidas, cada vecino tomó la suya para llevarla al centro de su parcela agrícola y los chamanes y compadritos llevaron las que serían colocadas frente a cada sitio sagrado.
La primera ermita
Cerca de la falda de la montaña se encuentra una ermita de adobe con techumbre de teja, que alberga en su interior tres cruces decoradas con flores y alumbradas con veladoras y ceras. Frente a ella se repitió el ritual como el del altar familiar, bajo las notas del violín, se depositó una ofrenda, entre rezos y cohetones para ascender al cerro del Mishto o Monte Sagrado (2).
En el recorrido se veneró a los elementos de la naturaleza y de vida: tierra, agua, aire y fuego. La tierra fue venerada con la colocación de una cruz en el terreno agrícola. En la zanja de un riachuelo se depositó otra ofrenda donde aún se encuentran soterrados ídolos de barro horneado que los otomíes denominan túxpurus o tíxpuris, con representaciones fitomorfas, zoomorfas y antropomorfas entre los que destacan jarros con la efigie de Tláloc y figurillas cristianas.
A media vereda estaba una víbora de cascabel enroscada. El chamán pidió que no se le matara, pues representa al agua. En el sitio donde el reptil posaba se depositó otra dádiva. Más adelante se encontró un magueyal de pulque y un árbol partido por un rayo, en los que también se colocaron ofrendas. Cerca de la cúspide está la roca sagrada Mishto, que tiene impresas las huellas de dos pies de felino; a escasos 15 metros se encuentra el sitio sagrado principal denominado El Piecito o El pie de Dios, es una roca a flor de tierra de unos 60 centímetros de diámetro, tiene una clara impronta de la planta de un pie derecho. (3)
Ernestina, la curandera o Comadrita mayora, en pleno trance místico oró por todos los peregrinos.
El lugar se decoró con flores, festones, banderines, papel picado de colores y en el centro la ofrenda alumbrada con ceras y veladoras encendidas en el nicho. El cohetero lanzó al cénit docenas de cohetes.
A poca distancia en la cúspide de la montaña está el adoratorio de Dongú, ahí se depositó el resto de los obsequios y el organizador sacó de la jaula a la paloma blanca, la echó a volar en señal de libertad y conclusión del ritual sincrético. (4)
La peregrinación concluyó con una espléndida comida: arroz, mole, frijoles, tortillas de maíz azul, pulque y agua de frutas. Con ello, los pobladores reafirman sus tradiciones y costumbres como parte del patrimonio cultural de la comunidad.
PAT
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