Desde tiempos inmemorables HuehueCuautitlán, lugar entre árboles antiguos, ha sido un sitio sagrado, ubicado entre bosques de ahuehuetes, ríos, lagunas y manantiales.
Según el relato de los abuelos, Cuautitlán era uno de los pueblos más antiguos del Anáhuac, ubicado entre valles y tierras de cultivo; por sus veredas, los comerciantes, pochtecas, y los cargadores, tlamemes; recorrían largos caminos para transportar diversos productos como sal, obsidiana, algodón, blusas y camisas de manta, plumas de aves exóticas, productos de la tierra, maíz y animales procedentes del agua, entre otros.
Cuenta la leyenda que los nahuales son los guardianes espirituales, un hombre o mujer, con la capacidad de transformarse en un animal para cuidar, proteger y vigilar a los habitantes.
Se sabe que en la sociedad prehispánica, mediante la observación de la naturaleza y del universo, creían en un camino hacia el cielo o al infinito, Ilhuicatl, un espacio de la creación. Se concebía como una organización comunal, espiritual y cósmica.
Creían en los elementos naturales como la tierra, fuego, agua y viento, además del sol, la luna, el águila y las estrellas; cada uno de ellos tenía un ser protector, a este, se le consideraba una entidad sagrada y vigilante, para cuidar y conservar a todo ser vivo y en general, cuidar el planeta tierra.
Seres especiales
Los recuerdos transmitidos por los abuelos dicen que en las noches, cuando el cielo se ilumina y brilla en todo su esplendor en luna llena, veían a un anciano del barrio de San Mateo Ixtacalco, ubicado a dos kilómetros al norte de Cuautitlán, quien se transformaba en la figura de varios animales, para proteger espacios abiertos en donde se ocultaban y se guardaban antiguos códices y objetos sagrados. Aún se conserva la leyenda.
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Los nahuales pudieron haber nacido en una fecha conforme al calendario o tonalpohualli mexica en la fecha uno perro, Ce Itzcuintli, y tener algo especial; por ejemplo un lunar en forma de animal. Eran propuestos y seleccionados por el círculo de ancianos, que era la máxima autoridad.
Una vez elegidos recibían enseñanzas de un maestro espiritual que también era un nahual, quien guiaba al aprendiz, quien debía conocer, practicar y dominar técnicas de meditación y transformación, a través de ayunos, ofrenda de sangre con autosacrificio, rituales con copal y sueños visionarios inducidos por plantas sagradas y cierto tipo de hongos alucinógenos. Un nahual debe tener un tonal asociado a sus cualidades. Significaba la fuerza vital o espiritual asociada al ser humano desde su nacimiento para crear un equilibrio. Con estas características se preparaba para transformarse a su forma animal, es decir, un nahual.
La preparación
En San Mateo Ixtacalco, cuenta la leyenda que un aspirante a nahual debía pasar por diversas pruebas como aislamiento en el monte por varios días. Resistían el hambre y las visiones, sin perder la conciencia, hasta que el espíritu del animal se presentara con capacidad de comunicación con las fuerzas de la naturaleza y lo que ellos creían era divino.
Los ancianos de otros pueblos ribereños de Cuautitlán refieren que algunas personas podían transformarse en jaguar o perros negros gigantes que en las noches vigilaban y cuidaban a los niños al acercarse a la orilla del rio como vigilantes.
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La leyenda cuenta que al perro, xoloitzcuintli, se le consideraba como guía de almas y como protector entre los mundos imaginario y real. Estos conducían al camino del inframundo, el Mictlán.
En el poblado de Tepojaco habitó un curandero y al asumir la forma de jaguar, recorría caminos entre los pueblos, para proteger a los viajeros, y al morir, su espíritu aparecía en forma de jaguar en las noches.
El nahual del Monte del Tepeyacac, entre Tlalnepantla y Cuautitlán, se cuenta que este podía transformarse en águila, cada vez que un enemigo amenazaba a su pueblo, sobrevolaba los cielos y al morir, su cuerpo desaparecía, solo quedan las plumas sobre una piedra ceremonial. A su vez, el águila representaba la visión, esto es el poder del cielo y la comunicación con las deidades.
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Cerca de Cuautitlán, en Huehuetoca, aún persiste la creencia de que algunas personas, se convertían en lobo o en un coyote para proteger las milpas. Se dice que sus ojos brillaban como brasas y comprendían el lenguaje de los animales; tales como el coyote que representa la astucia, la libertad y el equilibrio entre lo salvaje y lo humano.
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En esta región, un nahual debía aprender cánticos, temicayotl, relacionados con su espiritualidad y tener como protector un coyote, esto se conseguía mediante ofrendas, alimentos, meditación y danzas nocturnas que se colocaban en círculos de fuego, costumbres que aún se practican en algunos pueblos originarios.
Creencias que perduran
El nahual de Cuautitlán es un testimonio vivo de la protección a los comerciantes prehispánicos, para la defensa de la integridad física y espiritual de los habitantes quienes eran una parte fundamental en la economía mexica.
En tiempos de La Colonia, aún cuando se prohibieron las prácticas de los pueblos originarios, la leyenda del nahual no desapareció, solo se transformó.
En la actualidad algunas prácticas del espíritu del nahual sigue rondando en los cerros de Cuautitlán, se cree que protege los restos de los templos destruidos y cuida a los habitantes que aún respetan las costumbres de los pueblos ancestrales.
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Esta narrativa pretende que lo pasado espiritual aún persiste en la naturaleza de los pueblos; por lo que el texto sirva como invitación al rescate de los valores de la naturaleza y la espiritualidad de los pueblos que son identidad y patrimonio cultural.
Mireya Martha Morlán, cronista en Cuautitlán
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