La Educación Integral en Sexualidad es un complejo sistema formado por saberes, conocimientos y herramientas para facilitar la enseñanza y el aprendizaje sobre la sexualidad humana, para todas las personas, que puede implementarse en todos los ámbitos de la nuestra vida.
En México, como en muchos países, es a través del sistema educativo nacional que llevamos conocimientos y buscamos universalizar el aprendizaje de niña, niños y adolescentes, en un sin número de temas, para procurarles un desarrollo adecuado, democrático y con bases científicas.
En el caso de la educación integral en sexualidad, esta requiere contar con información comprobada sobre el crecimiento de nuestros cuerpos, nuestro desarrollo por distintas etapas, ponderar los vínculos que establecemos con otras personas, informarnos sobre la reproductividad, la perspectiva de género, la afectividad y la salud, entre otros aspectos.
Una persona educadora de la sexualidad desde una perspectiva integral requiere además de dichos conocimientos, desarrollar y cultivar competencias complejas. Es importante reconocer que la formación no se reduce solo a aquella impartida por los docentes. La comunidad educativa la forman también directivos, niñas, niños y adolescentes alumnos, personal no docente como administrativos y las familias.
Comprender la sexualidad como una dimensión de la vida humana, nos permite ampliar la visión más allá de la reproductividad y los roles de género. Ello contribuye a mantenernos en constante actualización de nuevas investigaciones sobre nuestros cuerpos, la salud, el desarrollo de nosotros mismos de acuerdo a nuestras edades. Así como comprender mejor nuestros deseos, emociones y las cosas que nos gustan y nos dan placer.
La educación en sexualidad es progresiva y transversal. Una estrategia y plan de educación integral en sexualidad contempla, según el libro “Educación Integral en Sexualidad” de Rodrigo Moheno (2024) y otros especialistas, cinco ejes fundamentales: la perspectiva de género para ampliar de manera crítica la dualidad de los roles femenino y masculino, que conllevan a limitar nuestros derechos y experiencias de vida.
El respeto a la diversidad en el marco de los derechos humanos, en tanto que todas las personas somos distintas. Ello fortalece nuestra dignidad, favorece la participación inclusiva, cuestiona los parámetros de lo “normal” porque la vida es plural, por lo tanto, también cada una de nosotros, y rechaza todo tipo de violencia.
Valora la afectividad como parte central del aprendizaje y la enseñanza, porque nuestras emociones y sentimientos dan cabida a la adquisición de conocimientos nuevos de forma más propositiva.
El conocimiento de los derechos sexuales y reproductivos basados en información científica, pues contribuye al respeto mutuo, la colaboración y el fortalecimiento institucional. Y el cuidado de nuestros cuerpos y nuestra salud más allá de lo estético/cosmético, para prevenir trastornos alimenticios, el bullying, la violencia sexual y de género.
En esa labor, la comunidad educativa somos todos: directivos, personal docente y no docente, niñas, niños y adolescentes en tanto alumnado, y las familias. Todos participamos en la formación de ciudadanía plena y conocedora de nuestros derechos.
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