En México se estrenará Nosferatu, película de David Eggers, remake del clásico del expresionismo alemán de 1922 realizada por F.W. Murnau.
Más allá de las comparaciones, ambas nacen de la obra maestra del vampirismo, Drácula de Bram Stoker.
La figura del vampiro ha sido un pilar recurrente en la literatura, evolucionando a lo largo de los siglos como un símbolo multifacético que abarca desde el horror más puro hasta la exploración de complejos dilemas humanos.
Incluso, para muchos, los no muertos son en alguna medida el ejemplo del amor eterno.
Previo al estreno del nuevo Nosferatu este es un repaso por algunos de los libros más conocidos, de alguna manera, sobre el tema.
Desde el clásico Drácula de Bram Stoker, pasando por la angustia existencial de los vampiros de Anne Rice, hasta los fenómenos contemporáneos y juveniles como Crepúsculo, los vampiros han mantenido un lugar especial en la imaginación popular.
Exploremos algunos de los libros más influyentes del género y su impacto en la literatura y la cultura.
Drácula: La obra maestra que definió un mito
Drácula (1897) de Bram Stoker es, sin duda, el pilar sobre el cual se edifica gran parte del imaginario vampírico moderno.
Stoker no inventó al vampiro, pero fue quien consolidó su arquetipo. Su Drácula no solo es una figura amenazante, sino también un reflejo de temores victorianos, incluyendo el contagio, el exotismo y el deseo sexual reprimido.
El formato epistolar de la novela, compuesto por diarios, cartas y recortes de periódicos, le otorga un dinamismo único y un sentido de realismo que intensifica el horror. Este estilo ha sido replicado en numerosas ocasiones, demostrando su efectividad para sumergir al lector en la trama.
Drácula también destaca por ser un villano carismático y multifacético. Su figura mezcla el refinamiento aristocrático con una brutalidad primitiva, una combinación que se ha convertido en el modelo de los vampiros en la literatura posterior.
Su influencia en la literatura y el cine
Tras la publicación de Drácula, el personaje y sus temáticas rápidamente se adaptaron al cine, siendo Nosferatu (1922) uno de los ejemplos más emblemáticos.
Esta película muda alemana, dirigida por F.W. Murnau, no solo trasladó la esencia de Stoker a la pantalla, sino que también contribuyó a definir visualmente al vampiro como una criatura cadavérica, más cercana a la peste que al romanticismo.
Aunque Nosferatu fue técnicamente una adaptación no autorizada, con nombres y detalles cambiados para evitar problemas legales, su impacto fue una revolución en el cine.
La caracterización de Max Schreck como el Conde Orlok dejó un sello imborrable en la iconografía vampírica, enfatizando el lado monstruoso y predador del vampiro.
A lo largo del siglo XX, el mito del vampiro se diversificó, pero siempre manteniendo a Drácula como referencia obligada.
En el siglo XIX, obras como El vampiro (1819) de John Polidori, una obra precursora, y las historias de Sheridan Le Fanu, como Carmilla, también sentaron bases fundamentales para el género.
Los vampiros en el siglo XX
Las Crónicas Vampíricas, de Anne Rice
Con la publicación de Entrevista con el vampiro (1976), Anne Rice revitalizó el género, otorgándole una profundidad psicológica y emocional que hasta entonces había sido explorada de manera superficial.
Louis, Lestat, Armand y los demás bebedores de sangre de Rice no son meros depredadores; son seres atormentados por su inmortalidad, su pérdida de humanidad y sus dilemas éticos.
Anne Rice humanizó al vampiro al punto de convertirlo en un símbolo de lo marginal, lo rechazado y lo incomprendido, conquistó lectores de diversas culturas y orientaciones sexuales. Este enfoque influenció profundamente a generaciones posteriores de escritores.
Salem’s Lot, de Stephen King
El terror contemporáneo también encontró su representación vampírica en Salem’s Lot (1975) de Stephen King.
En este libro, a la postre película, el vampirismo actúa como una alegoría para explorar el declive moral y social de una pequeña comunidad.
King combina elementos tradicionales del género con una perspectiva moderna, destacando cómo los miedos colectivos pueden desencadenar el colapso de una sociedad, en especial la estadounidense a la cual se le ha tachado durante décadas de decadente.
Vampiros en el siglo XXI
Crepúsculo, de Stephenie Meyer
Aunque a los más ortodoxos amantes del género nunca les atrajo, la saga Crepúsculo (2005-2008) de Stephenie Meyer marcó un punto de inflexión en el género, acercándolo a un público adolescente y enfatizando elementos románticos.
Aunque fue objeto de críticas por simplificar la mitología vampírica, no se puede negar su impacto cultural y comercial. Meyer reinventó al vampiro como una figura casi divina, desprovista de la monstruosidad que caracterizaba a sus predecesores.
Déjame entrar, de John Ajvide Lindqvist
Por otro lado, obras como Déjame entrar (2004) del sueco John Ajvide Lindqvist retomaron el horror clásico con un enfoque sombrío y existencialista.
La relación entre un niño acosado y una muy joven vampira aborda cuestiones como la soledad, la violencia y la naturaleza del mal disfrazado de inocencia.
La literatura del vampiro es inmortal
El vampiro es, en esencia, un espejo que refleja nuestras ansiedades y deseos, los sentimientos reprimidos.
Desde los terrores sobrenaturales hasta las inquietudes existenciales, la figura del vampiro ha evolucionado junto con la sociedad. Ya sea que simbolicen la decadencia, el anhelo de inmortalidad o la lucha contra los propios impulsos oscuros, los vampiros siguen fascinando porque son, en última instancia, una extensión de lo humano.
La riqueza del género radica en su capacidad de reinventarse constantemente, ya sea explorando el horror gótico tradicional, el drama psicológico o el romance contemporáneo. Y mientras el sol siga cayendo cada noche, los vampiros continuarán acechando nuestras pesadillas y sueños.
Además, ya sea en hojas blancas y tinta o en redes sociales y blogs, la literatura vampírica es, como sus señores de la oscuridad, eterna.
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TAR