Elegir sin opciones
Para una franja amplia de los electores en todo el mundo, la polarización afectiva los ha dejado huérfanos. Se acabó el centro imaginario y con él han desaparecido los lugares cómodos en la contienda electoral surge el modelo adversarial que reduce el conflicto al apotegma de Schmidt: “estás conmigo o estás contra mí”. El mundo siempre ha estado dividido sea por condiciones económicas, sociales o culturales y más recientemente ese conflicto se ha acelerado frente al fracaso del modelo neoliberal que prometió muchas cosas que no cumplió y en este tránsito, la democracia liberal que venía aparejada a ese nuevo orden capitalista también enfrenta una serie de crisis de credibilidad; cómo es posible -dicen muchos- que luego de décadas de sacrificio mi familia se encuentra en el mismo punto de partida que el que tuvo mi padre, cómo es posible que a pesar de mis méritos y esfuerzo, todos los días vea cómo mis vecinos se enriquecen al amparo de los beneficios del poder público, de las empresas privadas o de la corrupción. ¿Qué tipo de modelo de desarrollo nos dio la democracia en los últimos 40 años?
Ya en el viejo texto de Norberto Bobbio “Las promesas incumplidas de la democracia”, advertía que sobreestimamos un modelo que nos permite decidir quién elige y cómo se elige a uno muy distinto que pretende darle justicia e igualdad a los más desfavorecidos, mediante diseños institucionales que nunca modificaron el modelo económico, para impulsar dichos cambios. Surgió entonces la tesis de Antony Giddens (“la tercera vía¨), que se simplificaba en la apuesta de “tanto Estado como sea necesario con tanta libertad como sea posible”; lo mejor de los dos mundos del espectro ideológico vigente, izquierda versus derecha, para dar paso a un nuevo pacto social que se tradujo en la más importante estrategia de derechos sociales con un rendimiento del Estado parecido a la empresa pública. Durante los setenta y ochenta crecieron los programas de beneficio a madres solteras jefas de familia, adultos mayores, a pequeños productores, a niños en edad y condiciones de precariedad, ahí se incluye la pensión universal y una serie de cuidados paliativos para los jubilados. Dicha apuesta funcionó y funciona en aquellos estados en donde la desigualdad social se había corregido al menos desde la segunda guerra mundial, esos países básicamente ubicados en la Europa central han sido un gran ejemplo para la humanidad y más recientemente el triunfo del modelo capitalista hoy conocido como neoliberalismo también dio muestras de eficiencia en la mayoría de los países europeos y en buena parte del mundo occidental. ¿Por qué en México no fue así?
Bueno, esa es una de las razones centrales del éxito en la campaña presidencial de2018 en la que Andrés Manuel López obrador participó con las mismas apuestas programáticas con el mismo discurso opositor y sus mismos adversarios como en los 12 años previos. Sin embargo, lo que cambió fue el contexto: primero, la emergencia de una crisis económica en todo el mundo entre el 2007 y el 2009, y luego el arribo de los primeros teléfonos inteligentes hacia las primeras décadas del siglo 21, que vinieron a acelerar el malestar social que no encontraba respuesta en los partidos políticos tradicionales, las redes sociales se convirtieron en su válvula de escape, a sus crecientes problemas políticos.
Para el caso particular de México, estos ingredientes se aderezaron adicionalmente, con la crisis de seguridad que enfrentó el gobierno de Felipe Calderón, lo demás es ampliamente conocido; en lugar de hacer un diagnóstico complejo como lo requería la situación mexicana, se optó por la simplificación mediática y todo resultó ser culpa de la corrupción imperante, como si ésta no hubiera existido antes como si esa existiera ahora. Tenemos más de 500 años de corrupción en México, ¿por qué hasta ahora se convirtió en un tema tan atractivo?, la respuesta parece estar en el reporte que presentó Gerardo Esquivel en el documento “Desigualdad extrema en México; concentración del poder económico y político”. Aquel reporte presentaba en el 2015 datos indignantes, “mientras el PIB per cápita crece a menos del 1% anual, la fortuna de los 16 mexicanos más ricos se multiplica por cinco”. Ha llegado el momento de cambiar las reglas, decía el documento (oxfammexico.org).