Queridos itacenses de mi corazón, esta historia la escribí hace trece años, cuando comenzaron los dolores de cabeza con mi hijo mayor y su afán de saber, conocer y experimentar el mundo.
Las madres tragamos en seco cada vez que la vida nos pasa un poco por encima, recordándonos nuestra fragilidad y nuestro temor de ser insuficientes, a favor de mi hijo diré que hoy a sus 23 años, es un tipazo genial a punto de terminar una licenciatura y que todos los días sigue enseñándome junto con sus hermanos a descubrir la vida de maneras distintas. Qué bendición haberme mantenido fiel a mi promesa de respetar, con todo y el consabido Pepe Grillo, demandando hacer “lo correcto”, y sin embargo haciendo lo que hiciera sonreír a esos chavitos que la vida me ha prestado. Verlos plenos, seguros y capaces es mi mejor regalo. Aquí les dejo la historia, de un día cualquiera en la vida de una madre libre de toda culpa.
Hoy tuve un día genial… comenzó desde hace más de una semana, cuando Galileo me exigió (porque no puede decirse que fue de otro modo), realizar su examen por la cinta amarilla en Tae Kwon Do, deporte que practica y que hasta ahora YO no había querido entender lo importante que es para él.
Fui educada en un sistema complicado, exigente, y muy injusto. Un sistema que se basa en resultados nunca en intenciones, que no tenía autorizado jamás darse por vencido. Galileo es un niño genial, maravilloso, inteligente, pero nunca hasta hoy había sido un niño amante de los deportes. Siempre he creído que el destacará en áreas distintas, en la cultura, en la ciencia, en la tecnología, o en los idiomas.
Hace meses, casi un año que Galileo comenzó a practicar Tae Kwon Do. No me hizo mucha gracia, hubiera querido que escogiera otro taller, sin embargo siempre he dicho (aunque me cueste tremendamente a veces cumplirlo) que le daré a mis hijos la libertad de hacer con su vida lo que les venga en gana, (aunque a veces lo que les viene en gana o me aterra o me fastidia).
En varias ocasiones me solicitó hacer el súper examen de cambio de cinta, la primera de ellas por fechas de compromisos previos, nos resultaba cuando menos imposible, en la segunda, honestamente confieso que no tuve ganas de asistir por estar molida de cansancio y en esta tercera no hubo forma humana de posponerlo de nuevo. Este examen tenía que convertirse en un hecho.
Tal vez deba comenzar por comentar que entre los “detallitos” que impulsaban mi renuencia, se encontraba el hecho de estar pasando por un divorcio que se supone es amistoso, pero que a veces se turna demencial. Y eso de mirarle la cara al siñor, nomás no se me antojaba. Pos’ ¿De qué carambas se trata? Una cosa es apoyar a los hijos amados y una muy distinta es que una ande ahí invitándolo a cuanto evento ocurra… ¡Ah condena bipolaridad!!
Así que hoy domingo 28 de abril, Galileo estaba de pie desde las 6:30 de la mañana peor que el despertador… cuando fui a “levantarlo” según yo; ya me lo encontré muy vestidito y listo para ir a su examen, ahora comenzaba lo difícil, despertar a los otros dos mosqueteros, vestirlos, no ponerme histérica porque cambiaban una cosa por otra y mantener un buen ambiente para que a Gali todo le fluyera hoy de forma natural y no se sintiera por ningún motivo nervioso.
Luego ver llegar al “innombrable” que desde que salió de mi vida se ha convertido en un buen amigo, pero aún no les manejo eso de la frialdad estilo póquer, aún me molesta su sonrisita de lado, su irresponsabilidad y que cuando aparece es el tío buena onda y yo la madrastra gruñona.
Con una actitud excelente fuimos todos juntos integrados en una tribu, llegamos registramos y comenzó el tan temido momento… ver a mi niño, mi pequeñito comiéndose a todos con su ángel, su carisma y sus ganas de hacer las cosas, su examen fue todo un éxito, demostró como siempre de qué está hecho…
Estamos tan metidos en evitarles a nuestros hijos el sufrimiento, los traumas, vivir, que cuando se atreven y vuelan mil cosas giran dentro de nuestras almas, esa moda tonta de no contar en los partidos de fútbol quién gana y quién pierde para que los niños “no sufran”, no es más que anestesiarlos de vida, dejémoslos vivir, sufrir, ser y alcanzar sus metas. No los anestesiemos y menos aún no nos atrevamos por ningún motivo a cortarles las alas.
PAT
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