Nextlalpan posee diversas historias, además de sus emblemáticos caminos pedregosos, las rústicas casas coloniales y las vastas áreas de cultivo se convierten en escenarios perfectos para la creación de mitos y leyendas que han sido transmitidos de generación en generación.
El municipio es poseedor de una riqueza ancestral y una luminosa memoria donde yergue el pueblo de Xaltocan.
En él aún se aferran sus antiguos guerreros otomíes y aztecas, quienes distinguen las épicas proezas, muchas de ellas conservadas en crónicas y códices.
La tinta negra y roja hecha escritura narra la grandeza del Gran Señorío de Xaltocan, de la estirpe de los pipiltin, señores descendientes del Tlatoani acolhua Chinconcuauhtli, de la deidad femenina Acpaxapo cuya fisonomía era la de una culebra con rostro de mujer relacionada con los ciclos de la guerra y del acontecer histórico de quienes se les conociera en el valle de México como xaltocamecas.
Al observar los paisajes de Xaltocan, el tiempo los conserva como isla en medio de tierras de cultivo y del progreso industrial, que han resistido el cambio desde el siglo XVI, donde datan la mayoría de los escritos resguardados, lo que nos permite meditar en las épocas en donde el honor y el valor eran piezas claves para el surgimiento de grandes pueblos, quienes conocían la virtud de la unidad y del esfuerzo conjunto.
Los habitantes se caracterizan por ser una con diferentes rostros, resultado de una sucesión cultural de los pueblos precolombinos que se sintetizaron en la última cultura del altiplano central, la cultura azteca, cuyos antecedentes históricos están relacionados con los centro político-religiosos del Valle de México, entre los que destacó Xaltocan, lugar de residencia de los Tlatoanis otomíes, quienes fueron depositarios del Toltecayotl: la esencia y el conjunto de las creaciones culturales de los toltecas, o pronunciando en otras palabras, herederos del pensamiento de Ce Acatl Topilzin Quetzalcóatl.
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Los xaltocamecas, como los pueblos ribereños de la cuenca central, trasmitieron el legado teotihuacano y tolteca a las tribus mexicas, del altepetl de Xaltocan situado en medio del lago del mismo nombre los mexicas tomaron el prototipo para fundar en un islote la ciudad de Tenochtitlan, capital del imperio azteca.
La diosa Acpaxapo
En el mundo prehispánico la actividad bélica estaba íntimamente relacionada con el aspecto religioso y político.
Cuanto existía se hallaba integrado en un universo sagrado. La educación en el hogar y en las escuelas, el trabajo, el juego, la guerra, el acontecer entero, desde el nacimiento a la muerte, encontraban en lo teopixkayotl un sentido unitario.
Para el altepetl Otomí, asentada en Xaltocan, su deidad estaba relacionada con la cosmovisión de su universo, poseedores de una deidad femenina denominada Acpaxapo, el propio género o especie de los Xaltocamecas.
La referencia documental se halla en los Anales de Cuautitlán. En cuanto había guerra, humanamente, su teotl, les hablaba a menudo a los xaltocamecas; este salía del agua y se les aparecía.
Llamada Acpaxapo, una gran culebra, rostro de mujer y cabello enteramente igual al de las mujeres, así como el suave olor.
Les anunciaba y decía lo que les había de acontecer, si habían de hacer presa, si habían de morir o si habían de ser prisioneros. También les decía cuándo y a qué tiempos iban a salir los chichimecas, para que se toparan con los xaltocamecas.
Ofrendaban a Tlamanaliztli en el lugar Acpaxapocan, lugar situado cerca del cerro de Tenopalco, en una cueva donde los otomíes de Xaltocan tenían un adoratorio dedicado a su Diosa Acpaxapo.
Los tlahtoanih otomíes hicieron construir suntuosos templos a sus dioses, como símbolo de estatus como pueblo y nación otomí. Cada tlatoani amplió y mejoró las construcciones de sus antecesores con el fin de enaltecer a sus dioses, de acuerdo con el Códice Florentino.
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La Diosa Acpaxapo, conforma el tlacochcalli de las divinidades del mundo precolombino y comparte con ellas la misma teogonía. La diosa madre Xaltocameca, paulatinamente fue adoptada por los pueblos del Valle de México como una deidad que complementaba el ritualismo de la guerra.
Los Aztecas llamaron a Acpaxapo con el nombre Cihuacoatl, Cihuah-mujer, Coatl-serpiente, como los mayas llamaron a Quetzalcóatl con el nombre Kukuxklán, lo que cambia es el lenguaje del náhuatl al maya, en el caso de la mujer serpiente del otomí al náhuatl.
Cihuacoatl es la diosa de la guerra, pero es también una advocación de la tierra como generadora divina; es la principal deidad de los indígenas y cuyo nombre significa “mujer de la culebra”, quien por las noches voceaba y bramaba en el aire. Esta deidad está relacionada con uno de los ocho presagios funestos de la caída de Tenochtitlan: Sexto presagio funesto: muchas veces se oía: una mujer lloraba; iba gritando por la noche; andaba con grandes gritos.
—¡Hijitos míos, ya tenemos que irnos lejos! Hijitos míos, ¿a dónde os llevaré?
La mujer del fin del tiempo está dibujada por los tlacuilome como la diosa Cihuacóatl, “Mujer serpiente”, en el libro XII y el VIII del Códice Florentino. }+
Durante el dominio azteca, los de Xaltocan tenían por dios a la Luna y le hacían particulares ofrendas y sacrificios.
Preservación
En el pueblo aún se llevan a cabo ritos especiales para recordar a los ancestros.
Fue Rosendo Martínez García, hijo del último tlatoani, Daniel Martínez Sánchez (1929-2020) quien congrega a la comunidad para realizar ceremonias en junio, dentro y fuera del templo católico de San Miguel Xaltocan, donde se otorga la distinción anual: el bastón de mando.
Este está labrado en madera fina, partes de oro y en los ojos unos brillantes de Acpaxapo.
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Con información de Miguel Ángel Copca Sánchez, cronista municipal de Nextlalpan
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