En el corazón de Zinacantepec, casi sin alzar la voz, el exconvento de San Miguel Arcángel sigue contando su historia. Fundado en el siglo XVI, cuando la evangelización avanzaba al ritmo de los caminos de tierra, el conjunto franciscano se levanta como testigo de un proceso complejo, profundo y, a ratos, contradictorio. No es solo un edificio antiguo: es memoria hecha piedra.
Exconvento de San Miguel Arcángel: la historia viva de Zinacantepec
La pieza que concentra miradas y silencios es su pila bautismal, tallada en una sola roca, se trata de algo más que un simple objeto litúrgico. En sus relieves se advierte el trabajo de las manos indígenas que dieron forma a la nueva fe, dejando también señales de su propia cosmovisión. Motivos, trazos y símbolos dialogan con la doctrina cristiana en un equilibrio delicado, como si la piedra hubiera aprendido a negociar identidades.





Arte en el tiempo
Ese diálogo no se agotó con el paso del tiempo. Cinco siglos después, la pila sigue ahí, firme, recordando que la evangelización no fue un acto unilateral, sino un proceso de adaptación mutua porque, en Zinacantepec, la historia no solo se lee: se toca, se observa y se guarda en silencio.
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