Jorge Chávez Mijares | Demoscopia Digital
En San Luis Potosí hay una palabra que pesa más que muchas promesas de campaña: heredar. El gobernador Ricardo Gallardo Cardona, del Partido Verde, parece obsesionado no tanto con gobernar, sino con perpetuarse. A sus 44 años, su gobierno navega entre espectáculos mediáticos, política clientelar y una tentación dinástica que comienza a ofender la inteligencia colectiva.
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En mayo, su índice de aprobación fue del 47.5%, ubicándolo en el lugar 25, según Demoscopía Digital. Subió cinco lugares respecto a abril, cuando estaba en el sitio 30 con un pobre 39.6%. Pero ese repunte no representa un aplauso popular, sino una señal de alarma: la estrategia de asistencialismo masivo, saturación publicitaria y presencia familiar en la estructura política ha comenzado a surtir un efecto fugaz, aunque no necesariamente ético.
Porque en San Luis ya se habla con voz alta de la senadora Ruth Miriam González Silva, su esposa, como potencial sucesora en el gobierno estatal. El mismo guion de siempre: primero la esposa en una curul, luego en la boleta electoral. El manual de los que entienden la política como una franquicia privada.
No es menor el agravio. En un estado con profundas desigualdades, retos de seguridad persistentes y un sistema institucional que pide a gritos tecnocracia y madurez, la idea de convertir la gubernatura en un asunto conyugal es un retroceso histórico. No hay mérito cívico en inflar la figura pública de la esposa desde el poder. Hay, en cambio, una alarmante falta de respeto por la alternancia, por la competencia legítima y por la ciudadanía pensante.
Gallardo ha sido hábil para construir un relato de cercanía popular, pero el relato no es gobierno. El carisma no sustituye resultados. Y la intención de dejar a Ruth Miriam como heredera política es una confesión de ambición, no de visión de Estado.
Subir cinco lugares en la encuesta no lo exonera. Lo expone. Lo exhibe en su afán de mantenerse a través de otros, como si la silla de Palacio fuera parte de un testamento político.
San Luis Potosí no está para juegos de poder familiar. Está para gobernarse con seriedad, no para rendirle culto a una marca apellidada Gallardo.
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